Capítulo 11

142 1 0
                                    

Eiden yacía inconsciente sobre la carreta, ninguno de los dos le prestaba la menor atención. Estaban más pendientes del motín que iban a conseguir por parte del vizconde y del marqués que del estado en el que se encontraba el conde. Alan observó el cuerpo magullado y su corazón se estremeció. La cara de Eiden era prácticamente irreconocible, el ojo derecho se hinchaba por momentos, la nariz había dejado de sangrar al igual que el labio, no obstante, la cara estaba cubierta por el reguero de sangre que había dejado a su paso. A juzgar por cómo le costaba respirar, lo más seguro es que tuviese más de una costilla rota...Debía detenerlos antes de que fuese demasiado tarde. ¿Qué podía hacer? Había intentado introducirse dentro de sus cabezas sin éxito y tampoco es que le agradase volverlo a intentar. Tenían pensamientos macabros, recuerdos de noches de sexos con prostitutas, innumerables delitos que habían cometido...no, no deseaba volver a meterse dentro.

El trayecto duró más de lo que creía, se dirigieron a una fábrica abandonada en uno de los peores barrios de Londres situado al este de East End. Las paredes crujían por el viento y los sonidos de sus pasos retumbaban en el lugar, Alan apostaría sus alas a que el edificio no aguantaría mucho si se llegara a levantar la ventisca de nieve de nuevo. Lo llevaron hasta el último piso destartalado, sin ventanas y lleno de moho. Encadenaron, por las muñecas, al conde a la pared que había al fondo. Inspeccionando el lugar advirtió de que únicamente había dos sillas y una mesa al otro lado, en ella había un plato con un trozo de pan mohoso y una botella de vino casi vacía, debía ser la guarida de aquellos rufianes.  

- Despierta - le dieron unos golpes en la mejilla para que abriera los ojos. Eiden movió las manos, intentado liberarse, pero era inútil, estaba bien amarrado - no nos sirves de nada muerto.

- Deberías haber pensado eso mucho antes de golpearme - escupió una escupitina de sangre.

- Te diríamos que lo sentimos, pero Dios castiga a los mentirosos - se rieron al unísono.

- También a los malhechores - les gritó - ¡soltadme!

- No, no, no, querido amigo - uno de ellos se inclinó, estaba a escasos centímetros de su rostro - antes tenemos que cobrar. 

- ¿Es dinero lo que queréis? - les preguntó - soltadme y os doblaré la cantidad que el imbécil de Canterbury os prometió. 

- ¿Qué me dices Dog? - apoyo su brazo en el hombro de este - ¿lo soltamos? 

Alan vio la manera en la que se acercaba a él. Eiden creía que lo haría, que lo soltaría. Estaba claro que el dinero era el detonante, lo que movía a aquellas personas, pero él no. Alan había visto la maldad en ellos, no solo los incitaba el oro, también la posibilidad de hacer daño, aquella era su naturaleza. Los pensamientos que descubrió cuando se metió en su cabeza eran una prueba de ello.

No había fallado en sus deducciones, el tal Dog se aproximó, no obstante, en vez de soltarlo le propinó un duro golpe en el estómago que provocó que el conde escupiera sangre por la boca. 

- Que blandengue - soltó Donkey - el vizconde nos dijo que eras más fuerte, que aguantarías mucho más que un par de caricias. 

Alan apretó los puños y se concentró, ya no lo soportaba más, debía parar aquello. Se juró no volver a entrar, pero no podía soportarlo más. Se introdujo en su mente, pero era muy difícil mantener la concentración, mucho más producir un cambio en ellos. Eran personas que se movían con la maldad, estaban fortalecidos de espíritu, era imposible durar mucho tiempo dentro de su cabeza por lo que no podía hacer nada para cambiar aquello. Sentía impotencia, debía ayudar al conde, pero cómo, era la pregunta; quería avisar a Héctor, pero el miedo a que le ocurriera cualquier cosa lo paralizaba, no sabía qué hacer y el tiempo corría en su contra. Había agotado todas sus fuerzas y todo para nada. No tenía sus poderes, sería incapaz de combatir de ser necesario. Únicamente podía desaparecer y pedir ayuda. Pero, ¿cómo hacerlo cuando existía la posibilidad de que desapareciesen y con ello cambiar el futuro?

Enredos del destino (Destino 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora