Capítulo 20

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- ¿Cómo está? - le preguntó nada más entrar. 

Habían decidido permanecer en la casa, Eiden no había opuesto resistencia al ver a su esposa en aquel estado. Era consciente de que la presencia de Yas la tranquilizaría, además, tendría que hablar con el muy seriamente sobre el comportamiento que había tenido con ella. Después de saber cómo Yas había sufrido por su culpa, ver el desprecio con el que le había hablado Eiden a Vera, no le había gustado. Tenía que encontrar la mejor manera de ayudarlo a recuperarla y, si, además, le daba un par de consejos tampoco estaba mal.

Había sido una noche muy larga, ellos pensaron que todo estaba solucionado cuando anunciaron que se casarían, pero todo se truncó al ver que ninguno de los dos regresaba a su tiempo, sabían que iba a suceder algo, aunque no tenían muy claro el qué. Esa noche había empezado bien, los condes parecían felices durante el baile, Vera estaba preciosa y la sociedad los felicitaba, aunque a las espaldas los criticaran. Lo que ninguno se imaginaba era la escena que iba a protagonizar Ivy y su plan junto con el barón Amberley. Tenía el presentimiento de que no todo estaba zanjado en aquel asunto. Estaba claro que el barón lo había hecho para poder enganchar a la hija de los condes y así escalar en la pirámide social, pero ¿Ivy? Dudaba que ella lo hiciese simplemente por envidia como había afirmado Yas. Había algo más que no les había dicho. Creían que aquel era el acontecimiento que ambos esperaban, lo que ninguno se imaginaba era el infierno que estaba pasando Vera al mismo tiempo.

- Mal - contestó Yas despertándolo de sus pensamientos - le di una dosis diminuta de láudano para que descansase. ¿Cómo os fue con los agentes?

- Casi nos linchan y nos vamos a la horca - le dijo - los muy idiotas dijeron que matar a un Lord es un delito muy grave, por poco nos arrastran hacia las oficinas y a saber que nos hubieran hecho. Menos mal que porto un ducado que si no...no sé qué hubiera pasado.

- ¿Qué les dijiste? 

Guardó silencio antes de responder mientras su doncella se iba de la habitación. Le gustaba la imagen que daba, quería empaparse de ella antes de que desapareciera esa magia. Estaba preciosa con el pelo suelto lleno de rizos naturales a causa de las trenzas de su recogido, el camisón del color de la medianoche que se había puesto mientras le contaba qué había pasado cuando llegaron los agentes no le dejaba pensar con claridad, estaba hecho para seducir, no había duda. Su rostro, libre del maquillaje que se ponen las mujeres en su época, le parecía perfecto y la manera en la que sus ojos brillaban con la luz de las velas, hacía que su corazón corriera frenético. Era mágico el ambiente que los envolvió cuando salió de detrás del biombo que la cubría. 

- ¿Por qué me miras así? - preguntó con una sonrisa. 

¡Y qué sonrisa! Se levantó de la cama en la que estaba sentado y caminó en su dirección sin apartar ni un segundo la mirada de sus ojos. Quería repasar cada centímetro de su cuerpo, cada imperfección de su cara. La agarró de las mejillas, acariciando estas delicadamente mientras la seguía mirando a los ojos sin poder hallar palabra alguna que contestara a sus preguntas. Sabía que estaba mal, que no era el momento, que en otras habitaciones había dos personas sufriendo, una por lo que había hecho con sus propias manos y otra por lo que había provocado. Y, sin embargo, el sólo quería que se detuviera el tiempo y los dejase así, tal y como estaban.

- Héctor - se rio - ¿me vas a contestar?

- Perdón - le sonrió - me despistas - ella soltó una pequeña carcajada que le calentó aún más el corazón. Obligó a su cerebro a concentrarse en la pregunta que le había hecho antes - no fui yo el que les contestó, fue Eiden.

- ¿A qué te refieres? - se separó de él y se lamentó de perder su contacto. Era irónico que después de lo que le había hecho en el pasado, se lamentara por pequeñeces como aquella, teniendo en cuenta que iban a compartir cama.

Enredos del destino (Destino 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora