Bajando su mirada, Dios observo su creación, sonriendo ante la felicidad de todo lo que había creado, pero mirando en una callejón en la capital del Reino Mitgard, vio a un niño de pelo negro llorando, lloraba sin cesar.
Dios, en su angustia y pena por aquel alma atormentada decidió bajar del cielo a ayudar al niño, ya en la tierra y con apariencia humana, Dios decidió entrar a aquel callejón y aliviar el dolor de aquel niño.
—Dime, niño, ¿Qué es lo que tanto pesar te causa como para llorar a mares?— dijo el Dios mirando al niño mientras se inclinaba.
—Yo... Yo ya no tengo nada, mis padres han muerto, no tengo amigos y la gente del pueblo me odia— sabiendo ya el sufrimiento del niño, dios se tiró a darle un abrazo, así tal vez se alivien un poco más sus penas.
—Estas tan solo, así que, ¿Quieres venir conmigo?, Comerás muchos dulces, jugaras tanto como quieras y no estarás solo nunca más.—
—¿E-en verdad? No me miente, ¿Cierto? ¿No me abandonará?— lágrimas de alegría caían de su rostro, ahora ya no estaría solo.
—Claro que no, no volverás a estar solo, te lo prometo—