Suspiró con tristeza mientras miraba el vacío, lloro y lamentó, pero sabía que ya no quedaba nada, pues toda vida en el universo por fin había quedado extinta. Recordó el pasado con tristeza, pensó en todas esas historias que ahora estaban pérdidas, ahora solo quedaba el, viendo cada lugar en el universo donde alguna vez hubo vida, la tierra, un lugar donde habitaban humanos, caóticos, sangrientos, pero también amables y valientes, sobreviviendo hasta en momentos es que la extinción era segura, peleando sin rendirse, una raza luchadora, que lamentablemente murió por su egoísmo, la última humana murió llorando al lado de su hija ya fallecida, sabiendo que su momento llegaría pronto, se limitó a darle un abrazo y un beso antes de su deceso.
Los tyfrats, una raza inteligente alejada de la vía láctea, infinitamente amables, cada que encontraban vida, intentaban ayudarla a resolver sus problemas, inteligentes y amables, pero su fin llegó, pues poco a poco la tasa de nacimientos decayó, el último de ellos, en su último aliento sonrió pues sabía que pronto se reuniría con su familia y amigos.
Los autodenominados Dioses, una raza de gran poder, aquella que casi domina el universo, arrogante, altiva, narcisista, su fuerza era tan grande que podrían destruir mundos en poco más que segundos, su final llego por una guerra, peleando contra su misma raza destruyeron varias galaxias, el último de ellos era un viejo gruñón, en sus últimos momentos maldijo el no tener vida eterna, pero sabía que había vivido más allá que varias galaxias, rindiendose cayó muerto.
Los Karu, la raza más veloz y los opositores de los Dioses, lucharon con todo lo que tenían, pues no deseaban que las otras especies se convirtieron en esclavos de los Dioses, su esperanza de vida era corta, nadamás unos cuantos milenios, que comparados a los dioses, no son más que motas de polvo, el último de los Karu cayó en batalla, viendo con tristeza como habían perdido la guerra contra los Dioses, esperando que el sufrimiento de las otras razas acabará pronto.
Los ladrones, una raza capaz de robarlo todo, robándole una vez incluso al rey de los Dioses su arma más preciada, murieron por hacer enojar a una entidad sacra, el último de los ladrones sonrió con dolor al saber que ya no podría poner en sus manos al amor de su vida.
La última entidad viva en el universo fue nada más que la misma encarnación de la vida, lloró mientras abrazaba a su hermana muerte, no queriendo separarse de ella.
Varias otras especies siguieron el mismo camino, pues ninguna fue imperecedera.
Ahora solo quedaba ella, viendo todo, llorando porqué tuvo que quitarle la vida a sus hermanos, ja, es curioso, le quitó la vida a la propia encarnación de esta, con la llegada de la muerte universal, terminó ella sola, y con un último susurro dijo —Adiós—, cerrando así la puerta del universo, sabiendo que pronto le tocaría abrirla, solo para ver cómo todos mueren en un eterno ciclo.