Siete

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A pesar de que los rayos de sol de pleno verano golpeasen su rostro y cuerpo con gran intensidad, Celine no podía dejar de sonreír. Sentía la calidez del clima y la forma en la que este la rodeaba y abrazaba. Era como si incluso el universo estuviese acompañándole, animándola a seguir su camino con la mejor de las disposiciones, sin importar lo que pudiese suceder.

Tenía tan solo 18 años y con cada día que pasaba solo sentía como la paz dentro de ella incrementaba. Había pasado ya un año desde que vivía totalmente bajo su propia supervisión, pero recordaba a la perfección todos y cada uno de los consejos que su monitor le había dejado. Le había enseñado a vivir. Yoonsook había sido el mejor.

Recordaba el momento en que sus caminos se juntaron, el día exacto en que ella cumplió 12 años y él llegó a sacarla de aquella Casa en que había sido educada. Yoonsook la llevó a su nueva vivienda y le enseñó lo básico que debía saber en ese momento; el uso de la tecnología básica y un par de direcciones importantes, como el camino hacia el hospital, o el Concejo de Almas. El resto, le dijo, lo aprendería con la experiencia.

A pesar de que el sistema que los rodeaba no dejaba de ser confuso para Celine en un comienzo, Yoonsook había vivido lo suficiente como para ayudarle a través de sus distintas experiencias y consejos, ayudándole a dar sus primeros pasos en el mundo real hasta que, con el tiempo, Celine comprendió como todo funcionaba e, incluso, como la sociedad pensaba.

La chica caminaba con su característica sonrisa mientras llevaba consigo tres botes de pintura en sus manos y un gran bolso cargado con muchas latas de pintura en aerosol. Yoonsook había trabajado con ella durante meses para descubrir cuál era la vida a la que se enfrentaría en un primer lugar y, en cuanto descubrieron que se trataba de su vida apasionada, el chico no tardó en buscar la forma de encontrar el detonante de su pasión; si bien una cosa era saber que, por descarte, aquella era la vida que le correspondía, cada alma podía hallar la acción que le llenase en cualquier momento. Algunas podrían tardar años en encontrarla, aunque era poco común.

Para su suerte, el sector artístico fue el primero que Yoonsook quiso recorrer y, luego de que las lecciones de guitarra no le dieran la satisfacción suficiente, llegaron al dibujo. Durante su tercera vida, el chico había descubierto aquella corriente artística como una de las formas más efectivas para alivianar su mente y liberarse del estrés; era algo que no había olvidado y lo que conservó en todas sus vidas restantes. Fue así como, luego de ver a su monitor haciéndolo, Celine quiso intentar el dibujo; encontrando la pieza principal de su pasión.

—¿Cómo te sientes? —los ojos de Yoonsook prestaron suma atención a las expresiones de la muchacha luego de que acabara otro de sus dibujos.

Celine compartió una mirada con su monitor y sonrió unos instantes, completamente agradecida de todo lo que había estado haciendo por ella, sin embargo, en cuanto sus ojos volvieron a su creación, esa sonrisa se desvaneció de a poco.

—Es... grandioso —dijo admirando los diferentes tonos y sombreados que había conseguido hacer de manera innata. La perspectiva y los detalles destacaban increíblemente y le hacían sentir una calidez en su interior, demostrándole de lo que era capaz—. Pero no lo sé... —murmuró—, siento que algo falta.

Yoonsook observó la hoja sobre la que Celine había hecho su creación y se concentró en ella durante unos minutos. Entonces recordó una frase que había leído en una de sus vidas y le había acompañado en su agenda: "Lo que diferencia a un artista del resto, es que lo que el resto atesorará siempre como parte de su imaginación, el artista lo trae a la vida."

—Tengo una idea.

En efecto, Yoonsook, después de comprar todos los implementos necesarios ese miso día, llevó a la chica a la parte posterior de la casa e hizo que plasmara su arte en la pared; descubriendo así su amor por los murales. Entonces, Celine sintió que finalmente su creación estaba completa; con distintas dimensiones y profundidades, había conseguido llevar a la vida aquella obra que tan frágil parecía a lápiz y papel. Desde ese día, su vida cambió, obtuvo el sentido que necesitaba encontrar.

Celine detuvo su caminar frente a un parque y dejó sus manos descansar del peso de los botes de pintura por unos minutos. La música llegaba a ella a través de sus audífonos y el sol hacía que todos los colores a su alrededor resaltaran con gran fuerza. Tanta inspiración luego de una sola mirada. Debido a que no tenía dinero por montones -sino tan solo sus ahorros conseguidos a través de trabajos de medio tiempo para poder renovar y mantener sus herramientas y materiales artísticos-, no estaba suscrita a ningún artista en específico, ninguna lista de reproducción creada solo para ella, ningún podcast de ciencia ficción o algo por el estilo, lo que significaba que la música que le acompañaba en su día a día era totalmente aleatoria e imposible de saltar. Y lo amaba. Le encantaba conseguir inspiración de casualidades como la mezcla del paisaje con la música que el universo quisiera darle.

Esta vez, una melodía lenta y alegre resonaba en su interior y frente a ella distintas parejas caminaban por el parque o disfrutaban el día. Había oído que, en la antigüedad, los humanos sentían que para tener estabilidad necesitaban formar una familia, con un compañero de vida y sus respectivos "hijos". Sin embargo, no existía algo como aquello en la realidad; las almas llegaban nuevas, directamente desde la divinidad hacia una de las Casas Animarum alrededor del mundo, siendo imposible la creación de ellas a través de la reproducción entre dos seres humanos. Por supuesto que el romance y las relaciones existían; el amor era considerado una de las fuerzas más intensas y prepotentes en todo el sistema, pero a diferencia de las leyendas sobre los tiempos antiguos, las familias consistían en la selección y conexión que cada alma tuviese con otro ente. Amigos, pareja, conocidos; la familia era subjetiva.

Por su parte, Celine jamás había sentido la necesidad de compartir su vida personal y privada con alguien más, el romance no le llamaba la atención. Le inspiraba, le gustaba apreciarlo y ver la felicidad sincera en los rostros ajenos, mas no sentía que fuese para ella. Sentía paz con la persona que ya era, con sus principios y su arte, nada le perturbaba y planeaba continuar así por el resto de sus días.

Entonces, un muro de ladrillos llamó su atención a la distancia. Estaba un poco más apartado del parque, justo al costado de un gran edificio, y parecía el lugar perfecto para plasmar una de sus creaciones, por lo que, sin dudarlo, sostuvo nuevamente los botes de pintura y se dirigió al lugar.

Al llegar, subió el volumen de la música y descubrió cada uno de los colores, admirando la armonía de aquella pared, tan sencilla y común como cualquier otra. Era momento de llevarla a la vida.

En cuanto la brocha hizo contacto con la pintura líquida, Celine cerró sus ojos y se conectó con sus sentidos, dejándose llevar por su instinto y comenzando a vibrar con la música. Le tomó apenas un par de segundos empezar a transferir el color a los ladrillos como si hubiese nacido para ello y es que, aunque supiera que la vida podía resultar mucho más compleja de lo que creía, le gustaba pensar que así era; había nacido para seguir su pasión y cumplir sus sueños.

El desplante de la chica era tan llamativo y puro que, luego de unos minutos, ya habían personas rodeándole en una semicircunferencia para apreciar su trabajo. Normalmente no lo notaba hasta horas después de haber comenzado a pintar, pero cuando lo hacía, le gustaba pensar que podía transmitirle al resto su energía. Yoonsook alguna vez le dijo la importancia que su aura tendría en la forma en que el resto interpretara sus acciones, y cada vez que transportaba sus dibujos a un lienzo más grande y público, lo confirmaba. Era consciente de que habían personas ahí afuera que no estaban pasando su mejor día- o peor aún, que estaban en una de sus vidas injustas o duras, y quería poder brindarles esperanza de alguna manera.

Luego de dos horas trabajando en su obra, la chica de prendas salpicadas con pintura y gran sonrisa, se alejó de la pared y admiró su arte. Entonces, se alegró al ver el resultado de llamativos colores y precisos detalles; era tal y como lo había imaginado, expresaba todo lo que quería.

Algunos de los presentes aplaudieron su trabajo duro y ella solo agradeció con una sincera sonrisa, volviendo cada vez sus ojos al mural.

Sabía que ese día, a cada hora, un alma llegaba al mundo, un ente descubría la vida que tendría que enfrentar, despedían y contrataban a alguien, personas conocían al alma junto a la que querían pasar el resto de su vida, historias comenzaban y terminaban constantemente, pero ella tenía todo lo que necesita.

Estaba enfrente suyo, era arte.

Y adoraba dejar su marca en el mundo.

BEYOND | Choi SanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora