BEYOND | Choi San

Veinticuatro

—¿Qué opinas de esto? —preguntó la chica mientras sujetaba la prenda frente a su cuerpo, intentando descifrar cómo se vería en ella.

Celine se volteó a verle y mantuvo su mirada sobre ella unos segundos. Entonces, acabó por asentir con una sonrisa. La adorable expresión de felicidad en el rostro ajeno se intensificó y la chica volvió a centrar su atención en las prendas que la tienda dejaba a su disposición.

Por su parte, Celine guardó sus manos en los bolsillos de su chaqueta y, al ver cómo la emoción tomaba el control de su amiga, decidió moverse hasta el sector de los accesorios; de seguro estaría allí por los próximos treinta minutos -o, en efecto, hasta que su acompañante comprara la tienda entera-.

Hace un año había conseguido un puesto de trabajo en una de las agencias más reconocidas de la ciudad. Finalmente, después de haberse dedicado al arte en sus vidas anteriores, sería capaz de estar en el otro lado de la producción artística, ayudando a artistas innatos de cualquier área a financiar su naciente carrera. Adoraba poder hacerlo.
Ese mismo año, un par de meses después, la conoció. La chica era unos cuantos años menor que ella y estaba cursando su tercera vida. A pesar de haber sido una casualidad, aquel día en que sus caminos se cruzaron estuvieron hablando por horas. No les tomó demasiado tiempo notar que sus personalidades se conectaban bien y que, posiblemente, aquel era el comienzo de una nueva amistad. Tan solo unas semanas después, Celine le ayudó a conseguir trabajo en la agencia, en el mismo sector suyo.

Fue inevitable que, con cada día que pasaba, ambas se volvieran más y más cercanas. La muchacha siempre estaba llena de energía y se esforzaba por lograr lo que deseaba a pesar de que su vida fuera difícil; algo que a Celine verdaderamente le gustaba. Admiraba ese lado suyo y, por ello, había decidido apoyarla en todo lo que pudiera.

Con una sonrisa en su rostro a causa del recuerdo, Celine tomó un par de lentes del mesón y los contempló unos instantes, sin verdaderas intenciones de comprarlos. Tan solo estaba matando el tiempo mientras acompañaba a su amiga. A pesar de que no le gustara pasar horas dentro de una tienda viendo ropa que no se llevaría, no podía negar que disfrutaba pasar tiempo con ella; había estado en tres vidas completas en las que su única compañía constante había sido ella misma y, a decir verdad, tener a alguien más con quien contar y poder pasar los días no tenía comparación.

—¡Cel!

Entonces, aquella voz le hizo subir la vista de los lentes que sostenía. Por instinto, sus ojos buscaron a su amiga y una sonrisa divertida apareció en su rostro en cuanto la halló. La muchacha, considerablemente baja, sostenía una gran cantidad de colgadores y prendas que -definitivamente- planeaba probarse.

—¿Quieres ayuda? —Celine se acercó a ella con amabilidad y recibió la mitad de las prendas.

—Gracias, Cel. —Canturreó con una sonrisa mientras volvía a cambiar su rumbo.

Celine siguió su paso y tomó asiento en el pequeño sofá individual que había fuera del probador. Ya estaba acostumbrada a ello; la chica solía tomar tantas prendas como sus brazos e incansables ganas permitieran, y luego ambas se dirigían al sector de prueba. De hecho, a pesar de que adorara ir de compras, realmente le fastidiaba entrar y salir constantemente del probador, por lo cual se las arreglaba para ir tan solo una vez.
Era una chica muy singular.

Entonces, el tiempo pasó. Poco a poco la ropa que sostenía Celine había pasado a tomar su respectivo lugar en una de las dos pilas fuera del cubículo; o era parte de las elegidas, o bien, estaba descartada.

La puerta del probador se abrió levemente y un brazo salió del interior. Celine se volteó a verle y le extendió la siguiente prenda, a la vez que recibía la que acababa de ser estudiada por la chica.