El señor Leeteuk estaba cansado, a sus cuarenta y ocho años ya era un hombre al cual muy pocas cosas le divertían en verdad. Se detuvo junto a la puerta de su casa recientemente allanada y observó a la madre de su hijo con fuego en la mirada. La había conocido cuando ella tenía diecisiete años, ocho menos que él, y se había enamorado a primera vista. Pero las circunstancias y el tiempo –Básicamente su estilo de vida—se había encargado de separarlos y cuando ella huyó a Corea para conseguir una vida mejor él solamente se le quedó viéndole la espalda.—Ese hombre sigue llamando—Seulgi guardó silencio. Parecía demasiado absorta en sus pensamientos—Es que no entiende que la vida de Jungwoo está aquí, junto a sus padres, en su tierra, con su futura esposa.
Con el rabillo del ojo vio que ella estaba rechazando cada llamada que ese “hombre” (como ella lo había denominado) hacía, tenía la boca fruncida y la familiar arruga que se marcaba entre sus cejas cuando estaba molesta.
Leeteuk estaba decepcionado, ella no había cambiado mucho, seguía siendo la misma mujer caprichosa de siempre. Él sabía que ese actuar formaba parte de su personalidad de ángel vengador. En algunas ocasiones había agradecido que fuera así, pero ahora todo le resultaba diferente, ella estaba excediendo los límites de su paciencia, la poca que le quedaba.
Si era sincero consigo mismo, la visita de Seulgi y su hijo no le era del todo grata, él ni siquiera había visto al muchacho pelirrojo que decía ser hijo suyo, él solamente deseaba estar sólo como siempre.
—Tu hijo acaba de cumplir los dieciocho años, ya es mayor de edad. Él puede salir por esa puerta y puede volver a entrar las veces que quiera—Puso una expresión hostil y notablemente tensa, estaba tan molesto como lo evidenciaban sus nudillos blancos de la mano con la que agarraba el marco de la puerta—Pero es su vida. Con sus estúpidas ilusiones, sus llantos de niño consentido y sus momentos de felicidad.
Seulgi puso los brazos en jarras.
— ¿Qué? —Ella se echó a reír, pero su sonrisa sonó falsa y crispada—Jungwoo será feliz, pero lo será aquí conmigo, contigo. Él es mi bebé, ese hombre solo lo ha confundido pero veras como pronto mi pequeño tomará el camino correcto otra vez.
—¿En qué mundo vives? —Leeteuk enderezó los hombros— ¿Felicidad? ¿Confundido? ¿Crees que hacerle citas con jovencitas harán que a él dejen de gustarle los hombres?— Se frotó los ojos—Acéptalo de una maldita vez, a tu hijo le gustan los hombres. No sé de quién sea la maldita culpa pero debes aceptarlo ya, deja de soñar, él nunca será feliz a lado de una mujer. ¿Crees que no escucho su maldito llanto todas las noches?
Ella se echó a reír.
—Él solo está confundido.
—Tu eres la confundida aquí—Hizo una pausa—Quiero que ambos se vayan de esta casa lo más pronto posible.
Después de aquella discusión el hombre frunció el ceño, sacudió su ropa de polvo inexistente y se internó en su habitación dejando a Seulgi hablar sola.
La madrugada de finales de octubre era fresca y agradable. A esas alturas el otoño ya hacía de las suyas, el cielo de Canadá estaba cuajado de estrellas brillantes, eso resultaba poco común pero el señor Leeteuk decidió ignorarlo de forma olímpica. Recostado sobre su cama en la oscuridad, intentaba desconectar su mente de todo lo sucedido durante esos cinco últimos meses. Estaba agotado y hastiado de tener a su ex mujer dentro de su casa, él no la necesitaba y tampoco necesitaba del muchacho llamado Jungwoo. El hombre suspiró; era consciente de que le costaría la vida volver a conciliar el sueño.
De pronto, escuchó como se abría la puerta corredora principal y vio salir a un muchacho de pelo pelirrojo con una mochila pequeña en la espalda. Él se apoyó sobre sus codos y permaneció inmóvil, mientras contemplaba como el chiquillo caminaba en puntas para escapar de casa.
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¿Qué Esconde El Señor Kim? °Dowoo° NCT
Fanfiction-Adaptación- ¿Qué Esconde El Señor Kim? -Recuerda no entrar a lugares en donde no te dan permiso, Jungwoo. Su madre había tenido tanta razón, pero ahora era demasiado tarde. Su curiosidad lo había llevado a un punto límite, al descubrir lo que esc...