Capítulo 7

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Belsierre es exactamente como lo recordaba, un pueblo demasiado concurrido para lo minúsculo y polvoriento que es. Está rodeado de espesos bosques, en su mayoría infestados de criaturas de la noche, lo cual lo hace todavía más increíble. A las personas les atrae el peligro, claro está, pero parece ridículo considerando las circunstancias. Llegamos al anochecer, y sé que mi agotamiento tiene muy poco que ver con los tres días de viaje y el incómodo asiento del carruaje de Remi, cuya butaca se me clava en la cadera hasta el punto en que creo que me sacará magullones.

La privacidad fue un lujo que ninguno de los tres pudo darse durante nuestro viaje. A decir verdad, no me molestó el hecho de convivir tantas horas con otras personas en un espacio tan asfixiante, sino más bien el hecho de pretender ser una de ellos, ser humana. Tratar de explicar mi falta de apetito al detenernos en las pequeñas tabernas que encontrábamos por el camino había sido creíble solo la primera vez, cuando lo único en el menú consistía en sopa de caracoles grises y baguettes que, con tan solo una mirada, bastaba para saber que estaban rancios. El mantenerme despierta fue otro punto que despertó la curiosidad de mis acompañantes. Ansiaba dormir, sí, pero no me había atrevido a cerrar un solo ojo.

—No voy a robarte —me dijo Jerome la segunda noche, cuando el destartalado carruaje de Remi se tambaleaba hacia la aldea más cercana—, al menos, no esta noche.

Le arrojé una mirada afilada desde mi asiento y él me sonrió traviesamente, desparramado en el suyo sin ningún atisbo de vergüenza.

Sin embargo, no le dije a Jerome que lo que realmente me mantenía despierta eran las oscuras sombras que se arremolinaban alrededor del bosque. Criaturas hambrientas, asechando, esperando la oportunidad perfecta para atacar. Incluso llegué a apretujarme junto a Remi para mantenerlo despierto, con los ojos fijos en el camino y con la capacidad de dominar a sus caballos mestizos por sí algo ocurría.

Ahora que hemos llegado, me siento total y completamente exhausta.

El pueblo está a reventar. No sé si hay alguna celebración o si siempre ha sido así, pero me enloquece que no haya el suficiente espacio para que el endemoniado carruaje de Remi se desplace por el lugar.

—¿Qué sucede? —pregunta Jerome, notando mi molestia.

—Estoy agotada —gruño—. Muero por un baño y una verdadera cama.

—Siento no poder ir más deprisa, bella fleur —se disculpa Remi desde su asiento al mando.

Trato de ignorarlos, de respirar, de concentrarme en otra cosa que no sean sus latidos calmados, casi sincronizados, y el bombeo de la sangre en sus venas. Me desquicia.

Me acerco a Remi para mirar sobre su hombro. Definitivamente parece haber una celebración, pero de qué, no estoy segura. No recuerdo que sea una fecha especial. Sin embargo, puedo oler la comida, y el sonido del alboroto es ensordecedor, al menos para mí.

—¿Qué harás esta noche? —le pregunto a Remi.

Él vacila, sin comprender mi pregunta.

—Pues, jamás hago planes. Solo dejo que la vida me lleve hacia donde ella quiera... No me he convertido en un trotamundos por nada.

—¿Dirías entonces que te quedarás en la celebración, o lo que sea esto?

—Mmm... Podría. ¿Por qué?

—Es todo lo que necesito saber. —Tomo mi bolsa y me preparo—. Ha sido un verdadero placer conocerte, Remi. Espero volver a verte pronto. Y que la vida te lleve por buen camino.

Salto del carruaje, que no se ha movido de lugar en los últimos cinco minutos.

—¿Qué demonios...?

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora