† Capítulo 14 †

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Me despierto con la luz del sol que me da justo en los ojos

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Me despierto con la luz del sol que me da justo en los ojos.

Mi cabeza zumba de dolor en respuesta y giro sobre mi costado para evitarla. El cuerpo me duele como si me hubiese arrojado desde el campanario y hubiese caído en un golpe seco sobre la calle de adoquines frente a la Cathedrale du Soleil. Cada músculo grita de agonía cuando me muevo, e incluso respirar es una tortura. Mi nariz se arruga ante el impregnante olor a chamuscado. Entonces, una vez evito la luz del sol, me esfuerzo por abrir los ojos, que también me duelen. Primero, todo está borroso, pero cuando mi visión se ajusta en su lugar, me da un vuelco el corazón cuando veo una habitación desconocida. ¡Y hay humo!

Me incorporo de un salto y veo la estancia. Los muebles son viejos, con estampados florales y cojines bordados. Descubro que aquella luz del sol en realidad es la chimenea, cuyo fuego se ha esparcido hacia una silla volcada que ha caído demasiado cerca de las brasas. Tomo uno de los cojines y trato de apagarla, pero la súbita descarga de adrenalina amenaza con partirme la cabeza en dos. Jadeo y me aferro a la pared más cercana, cuando escucho algo... Un ladrido. Lo escucho como si el perro ladrara en mi oreja. El sonido me perfora el cerebro y me cubro las orejas con las manos. Y entonces huelo la sangre.

Hay sangre en mis manos. En mi camisola de seda y encaje blanco. Sangre en mi boca. Y creo que hay un poco en mi cabello también. Estoy tan conmocionada que me toma un momento notar que las heridas en mis manos han desaparecido; ni siquiera han dejado marca. Pero entonces, toda esta sangre...

No, no, no... ¿Qué ha sucedido?

El terror me atraviesa y siento nauseas cuando veo un cuerpo a unos metros, casi oculto por el sofá que ha comenzado a ser devorado por el fuego. Es un joven, no mucho mayor que yo. Viste como granjero, pero su rostro no lo reconozco. Está pálido y flácido. Está... desangrado.

Está muerto.

A pesar de estar temblando, me levanto y corro fuera de la casa que comienza a incendiarse, aterrada y desorientada. Temprano, todavía es demasiado temprano. El sol no ha salido. Los granjeros no saben que he estado aquí. No saben lo que ha sucedido. No me han visto... La niebla se esparce sobre el campo y corro. El perro ladra en alguna parte y corro en dirección contraria al sonido, al bosque. Descalza y llena de sangre. No me detengo para apreciar que mis pasos son más rápidos. Tampoco que me falta el aliento o la fuerza. Solo hay dolor y pánico y...

Caigo al suelo y me sobreviene una arcada.

Vomito toda la sangre que he tragado en enormes cantidades. Mi cuerpo tiembla y se estremece, pero no paro de expulsar el líquido carmín, espeso. Y solo puedo recordar el rostro pálido y sin vida de ese joven que no conocía. A quien le arrebaté la vida. Entonces también comienzo a sollozar.

Me arrastro hasta el río y me sumerjo, me lavo el rostro, las manos, la camisola. Y cuando la sangre no sale, me restriego con furia, con odio. Vuelvo a sumergirme y contengo la respiración tanto como puedo, hasta que mis pulmones arden. Casi me obligo a permanecer ahí, hasta que mis pulmones exploten. Hasta que el agua entre por todo mi cuerpo, ahogándome. Y moriría... Tenía que morir. Quiero morir.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora