Capítulo 10

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Me llevan por el bosque en silencio, alejándonos todavía más del pueblo y el desafío que se lleva acabo. Finjo luchar ante sus jalones y me dejo arrastrar como a un cerdo al que conducen al matadero mientras pienso en alguna estrategia. Hago recuento de mis opciones; podría liberarme y correr tras Julian, pero eso significaría exponerme y, a su vez, abandonar la competencia. ¿Acaso importa ahora? Si este grupo de imbéciles le han hecho algo a Jerome, el dinero será el menor de sus problemas. Cuento mis armas, ocultas bajo la ropa; un par de cuchillos es lo único que poseo y, en el peor de los casos, mis propias garras.

Una parte de mí espera no tener que utilizarlas.

Mucho antes de llegar, lo escucho; la corriente es feroz e indómita, casi ensordecedora; para oídos normales es el lugar ideal para que nadie te escuche gritar. Me han traído hasta el río. El agua luce negra y noto el frío cuando nubes blancas escapan de los resuellos de mis captores.

Finalmente, cuando el velo de la noche y las sombras de los árboles son los únicos testigos, el grandulón me tira al suelo con arrebato. Ahí me quedo, no hago el intento de luchar.

—¡Rápido, Ren! —gruñe el otro hombre, que tiene cara de cabra—: No tenemos toda la noche.

El grandulón, Ren, camina en mi dirección de manera amenazadora. Entonces levantó la mano y suplico:

—¡Por favor! ¡Díganme que han hecho con mi amigo! —Me esfuerzo en lucir desesperada—. Prometo que si nos dejan ir no le diremos a nadie... ¡No volverán a vernos!

—¡Cierra la boca, maldita estúpida!

—¡No, por favor! Les daremos nuestro dinero, si lo desean. ¡Todas mis joyas!

El hombre finge considerarlo y luego hace una mueca despectiva.

—Eso va a estar difícil. Tu amigo ha de ser ahora un apestoso cascarón.

¿Qué?

—¿Lo han asesinado? —Hay miedo en mi voz, y no es fingido.

—¿Nosotros? No. La bruja, sin embargo, tal vez le esté bebiendo el alma ahora mismo.

—¿La bruja? —No puedo entenderlo—. ¿De qué están hablando?

Ambos intercambian una mirada y luego el de la cara de cabra se encoge de hombros y dice:

—Tu amigo es el cebo que usaremos para atrapar a la bruja del desafío. A las brujas les gustan los niños bonitos, tengo entendido.

La realidad me golpea con fuerza, y meneo la cabeza, incapaz de aceptar lo que escucho. Pero muy a mi pesar, le encuentro el sentido. Tal vez Jerome esté lejos de ser un niño, pero es una vida joven, fuerte, ¡y está a merced de una bruja negra! Cualquiera lo desgarraría con tal de hacerse más joven. ¡Y han sido ellos quienes lo han enviado a su muerte! Quiero irme encima del hombre, descargar mi ira contra él, pero todavía debo saber dónde se encuentra Jerome.

—¡Son todos unos brutos, necios! —escupo en su lugar, con todo el odio que consigo reunir.

—Te lo advertimos —dice—. Te pedimos que salieras de nuestro camino y aun así tú y tu novio tenían que meter la nariz en nuestros asuntos.

—Es un torneo libre, imbécil.

Ambos se miran y echan a reír.

—¡Está perdida! —suelta el grandulón entre risas. Y a mí me daría risa lo tonto que es, de no ser porque siento que hay un mensaje oculto dentro de todo esto.

No demoro mucho en entenderlo.

­—El torneo está arreglado. —No es una pregunta, sino un hecho. Solo eso podría explicar cómo es que continúan en él, cuando no han movido un solo dedo en la cacería anterior.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora