Capítulo 18

971 198 124
                                    

La entrada está abarrotada de personas. Unos mortales, y otros, no tanto. Mientras más vampiros detecto entre la multitud, más temo que las sospechas de Margot sean ciertas. Sin embargo, me mantengo serena y risueña, como si no fuera más que una joven esperanzada de pasar una buena noche de fiesta con sus dos mejores amigos. Hemos esperado en la entrada de los amplios y un poco sombríos jardines de la propiedad mientras todos los invitados llegan al baile en sus estrafalarios carruajes, lo que me permite echarle un vistazo a los alrededores. El palacio es enorme; una estructura de piedra blanca con altas torres capaces de rasgar el cielo e incontables vitrales de cristal tintado que proyectan el reflejo de la luna. Desde mi posición no consigo entender los dibujos con precisión.

Cuando es nuestro turno de bajar del carruaje alquilado de Jerome, los pajes nos ayudan a Margot y a mí a llegar a salvo hasta el suelo antes de llevárselo, mientras Jerome nos guía hasta la entrada. Nos presenta ante los guardias y casi temo que no nos permitan entrar; rápidamente comienzo a idear una manera de hacerlo. Yo podría subir por las paredes de piedra y entrar por algún balcón, pero Jerome y Margot, no. Encontrar otra manera podría quitarnos demasiado tiempo.

—Ah, sí —murmura el hombre con la enorme lista en sus manos—. El conde Rinaldi ha dejado aquí su invitación. Disfrute de su noche, monsieur Lombardi. Y acompañantes...

El hombre nos da una significativa mirada a Margot y a mí, y me aferro al brazo que Jerome me ofrece cuando los guardias nos permiten avanzar. Ya sé bien cuál es la reputación de mi amigo en la alta sociedad, por lo que verlo llegar con dos chicas tomadas del brazo no será ninguna novedad para nadie.

—Un poco más y vas a cortarme la circulación —me susurra él, cuando no he sido consciente de que estoy empleando demasiada fuerza en mi agarre.

—Y yo que pensé que parecía enamorada.

—Yo diría más bien desesperada.

Subimos las largas escaleras del palacio Dumont y nada más cruzar las amplias puertas, pierdo el aliento. El lugar es bellísimo y elegante. Un poco tenebroso, considerando a quien pertenece, pero no deja de ser maravilloso, con sus amplios techos abovedados con intrincados decorados artísticos y elaborados candelabros de hierro que se ciernen desde las alturas. La mueblería también es exquisita, en conjunto con el suelo de mármol que reluce como un espejo de diamantes. Y todo en el lugar está rebosante de aparatosos arreglos florales en finos jarrones de alabastro: las rosas rojas y los claveles resaltan entre tanto blanco y dorado.

—Son para ocultar el olor de la sangre —explica Margot en voz sumamente baja, como si me hubiese leído el pensamiento.

No sé cómo no lo había pensado antes. El aroma de las flores es abrumador, incluso hasta para mí. Un olor muy parecido al que impregnaba los pasillos de la mansión del conde Rinaldi. Sin darme cuenta, me encuentro olfateando el lugar para comprobar si consigo detectar algún otro olor, pero las flores es lo único que puedo percibir.

Muy astutos, pienso.

Continuamos caminando hacia el salón de baile, donde la música llega a su clímax en una hermosa balada. Cruzamos las puertas de cristal y el amplio salón se abre ante nosotros. El lugar bulle de cuerpos de alta alcurnia y costosísimas sedas finas, mientras que acróbatas penden del techo en largos paños de tela roja, ofreciendo un magnífico espectáculo aunque nadie parezca prestarles atención. Un recuerdo se abre paso desde lo más profundo de mi memoria para sacarme el aliento, el recuerdo de una joven sentada ante su tocador bajo la cálida luz de las velas, acicalándose para una noche de fiesta en la alta sociedad de Emeraude, con un elegante vestido hecho a la medida. El primer baile de Lucille, al cual yo no tuve permitido asistir por ser muy pequeña. ¿A cuántos bailes asistió mi hermana antes de que los cobradores nos echaran a la calle? ¿Con cuantas de las personas aquí reunidas se relacionó, sonrió y compartió alguna vez, antes de que nos mirasen por encima del hombro por haber perdido nuestro dinero?

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora