Capítulo 22

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La cerradura cruje y se atora un instante antes de ceder. Empujo la puerta con lentitud, procurando no hacer ningún ruido mientras inspecciono el espacio, justo cuando detecto un movimiento veloz del otro lado de la habitación. Me arrojo contra la puerta como una tromba, con Jerome y Thomas pisándome los talones, y me detengo de forma tan abrupta que casi me atropellan. Giselle está ahí, viva. Pero temo que no dure mucho tiempo cuando encuentro el puñal que hay contra su cuello.

Colette la rodea con ambos brazos y sostiene el cuchillo con mano temblorosa. Nos acribilla con su mirada frenética.

—¡Jerome! —gimotea Giselle, sin atreverse a moverse siquiera.

—Colette, ¿qué estás haciendo? —pregunta él, tratando de sonar calmado, aunque su voz tiembla—. Baja ese cuchillo o alguna podría lastimarse.

—¡No! —ruge la chica—. ¡La elegida debe morir!

—¿La elegida para qué? —Jerome da un paso lento hacia ellas, tratando de tomar el control de la situación. Puedo escuchar claramente a su corazón latiendo desenfrenado—. ¿Por qué no bajas el arma y me explicas que está pasando?

Colette niega y retrocede con un paso brusco, arrastrando a Giselle con ella, lo que provoca que el arma se acerque peligrosamente a su cuello expuesto.

—¡Colette, por favor! —gimotea Giselle, presa del pánico.

—Sé lo que intentas hacer —le gruñe la joven a Jerome—, pero no funcionará. La elegida morirá esta noche, antes de que sea demasiado tarde. Tengo que hacerlo... —Se ríe como una desquiciada y Giselle se ahoga con su llanto—. ¡Tengo que hacerlo!

—Colette... —Doy un paso al frente—. Sé que estás enojada, pero esta no es la solución. Dime que anda mal, y yo... prometo que encontraré una manera de ayudarte.

Ella me mira fijamente, esta vez con expresión afligida. Todos los demás me están mirando, pero los ignoro. Solo me concentro en entretenerla para ganar algo de tiempo.

—¿Cómo puedes ayudarme tú? —pregunta con recelo. Sus ojos tienen un brillo de esperanza, en contraste con el resto de ella. Si bien tiene un vestido bastante elaborado y llamativo, su rostro sigue pareciendo ojeroso y cansado, incluso más que cuando le conocí.

—Primero debes decirme que está mal, para así saber cómo puedo ayudarte.

Ella lo piensa, vacila, pero finalmente dice:

—El amo no debe tomar a la equivocada.

Me toma solo un momento descifrarlo. Pierdo el aliento un instante y lucho por que la sorpresa no se refleje en mi rostro. Todos permanecen quietos, temerosos de que un solo movimiento pueda alterarla.

—¿Por qué crees que tu amo quiere tomar a Giselle?

Su labio tiembla, y puedo ver que está a punto de echarse a llorar.

—Va a reclamarla —niega con la cabeza—, ¡y solo será cuestión de tiempo para que ella responda ante él!

Creo que tengo un nudo en el estómago. Miro a Giselle, a cada parte de su cuerpo, pero no encuentro ninguna marca. ¿Ha sido mordida?

—Y tú no quieres que Giselle se una a tu amo. No quieres que...

—¡No! —Sacude a Giselle con desprecio—. ¡Por eso voy a matarla, antes de que pueda unirse a él! ¡Antes de que me abandone! —Comienza a llorar—. ¡Él es mío! ¡Es mío y yo soy suya, y no puede abandonarme!

Siento lástima por Colette, pero en especial, siento pena por no haber notado los síntomas. La piel pálida, las ojeras y la constante apariencia de cansancio no eran más que la evidencia de su falta de sangre. Incluso su fidelidad para con su amo; Colette era una esclava de Jean Paul.

De Piel y HuesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora