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Esa noche, y por primera vez en mucho tiempo, haría un alto en su rutina de cenar a las diez, lavarse los dientes y ponerse el pijama a las once para pasarse el resto de la noche en la cama, dando vueltas para encontrar la posición perfecta antes de caer rendido tras sus largas horas de trabajo frente a la pantalla del computador.

Esa noche sería de adrenalina total, estaba convencido. Se iría de fiesta, se olvidaría de todos los problemas que había tenido en el día, saldría en busca de aventuras, se enfrentaría al peligro, a lo desconocido, a lo inimaginable... o al menos esos eran sus planes; primero tendría que conseguir salir de casa a tiempo.

—No puedo creer que hayas aceptado a la primera —le dijo Yut Lung, su compañero de piso y el motivo que lo tenía retrasado para su cita— el tipo te pidió una cita con un mensaje de texto que no superaba los cincuenta caracteres y que, por cierto. tenía mala ortografía.

—Estás siendo muy duro con él —respondió Eiji— no es como que vayamos a casarnos, es solo una cita.

—Una cita que aceptaste muy fácilmente —insistió echándose su largo cabello hacia atrás— de donde yo vengo tenemos un nombre para personas como tú.

El joven suspiró derrotado. Realmente no quería tener esa conversación ni saber cómo era que las personas del lugar del que provenía su amigo se referirían a él, mucho menos justo antes de salir, pero parecía que Yut Lung no le daría tregua y solo porque se le había ocurrido instalar esa aplicación para citas en su celular.

—¿Qué pasa si es un psicópata?, ¿o si odia a los inmigrantes?

—No voy a salir con Donald Trump, si eso es lo que te preocupa —respondió masajeándose las sienes— y ya vio mi foto de perfil, es obvio que no odia a los inmigrantes.

Yut Lung se encogió de hombros y siguió cambiando los canales de la televisión con el control remoto.

—Haz lo que quieras, Eiji. Lo único que te digo es que un hombre que no viene a buscarte en un convertible rojo no vale la pena.

Entonces Eiji dio media vuelta para volver a lo suyo asumiendo que aquella era una batalla irremediablemente perdida. Yut Lung había dejado muy en claro su opinión al respecto de su cita aunque él solo le había preguntado qué camisa le quedaba mejor: la roja o la verde.

Yut Lung estaba exagerando, como hacia casi siempre, pensó mientras caminaba en dirección al baño. Era cierto que Mark no tenía un convertible rojo, había tenido uno o dos errores de ortografía y se había precipitado un poco cuando le pidió una cita, pero eso no lo hacía un mal tipo.

"Siempre intentas ver lo bueno en las personas, Eiji, incluso cuando no hay nada bueno que ver", era lo que sus padres solían decirle, aunque él estaba seguro de que solo se trataba de su gran optimismo... nunca se habían puesto de acuerdo, pues ellos insistían en que lo que él llamaba optimismo no era otra cosa que ceguera selectiva.

Tocó el interruptor de la luz y vio su reflejo en el espejo: era en momentos como ese en los que habría deseado que la ceguera selectiva funcionara en él también, pero, lamentablemente, solo funcionaba con los defectos de los demás.

Incluso después de tener que vivir durante 23 años con el mismo rostro, seguía sin entender qué era lo que estaba mal en él. No era guapo, tal vez lindo (como podría llegar a serlo un niño o algún animal pequeño), pero nunca guapo. Tenía los rasgos suaves estampados en la piel que parecía volverse transparente en el invierno, pero que se bronceaba con el más mínimo atisbo de sol. Los ojos, negros como dos aceitunas, tenían la tendencia de perderse en la nada, esperando algo que hasta él mismo desconocía. Era extranjero; era el orgullo de su familia; era uno de los muchos que llegó a Estados Unidos con la esperanza de encontrar un futuro; era muchas cosas y nada al mismo tiempo.

—Voy a llevarme el paraguas, si no te molesta —dijo mirando por la ventana al cielo nocturno. Había parado de llover hace solo unos minutos y nada le aseguraba que no fuera a empezar otra vez en cualquier momento. Esperó unos segundos por una respuesta que no llegó. Estiró el cuello fuera de la habitación para comprobar que Yut Lung no lo había dejado solo sin avisar como había hecho otras veces, pero lo encontró sentado en el sillón de la sala. Había dejado de mirar el celular para prestarle atención a la imagen que pasaban por la televisión: la cara de frente y de perfil de un joven rubio y de ojos verdes, piel muy blanca y el semblante más serio que Eiji había visto. A pesar de todo, lo que al pelinegro más le impresionó fueron las letras rojas que aparecían debajo de su rostro en las que se leía: "se busca".

"La última vez que se le vio fue en la madrugada del jueves 20 de enero del presente año, hace exactamente dos días, cuando uno de los guardias de seguridad encargado de realizar la ronda nocturna en la penitenciaría lo vio durmiendo en su celda..."

—Yut Lung, el paraguas —Eiji lo llamó una vez más, pero el otro lo mandó a callar.

—Shhh... estoy viendo al chico que escapó de la cárcel.

Había escuchado algo al respecto, pero no le había dado mayor importancia. Cosas como esas eran pan de cada día en Nueva York. Ash Lynx tenía 18 años y había llegado a la cárcel como presunto asesino de un hombre o algo así; había visto algo al respecto en una de las televisiones del metro mientras esperaba a que el vagón llegara.

"Si llega a verlo o a tener noticias de su paradero, llame al número que aparece en pantalla..."

—¿Estás seguro de que quieres salir esta noche con un asesino suelto? —preguntó Yut Lung volviendo a fijar su atención en la pantalla del celular.

—¿Qué posibilidades hay de que justo hoy me encuentre con él? —preguntó Eiji tomando el paraguas ya sin preocuparse de si estaba bien o no llevárselo— la ciudad es muy grande.

Justo en ese momento, el timbre de la puerta resonó en medio del silencio únicamente interrumpido por las voces de la televisión de fondo. Ambos jóvenes compartieron una mirada nerviosa y retuvieron el aliento.

—¿Qué esperas? Ve a abrir —dijo Yut Lung haciendo un gesto con la cabeza para que fuera hasta la puerta.

—Pero si tú estás más cerca.

—Pero tú estás de pie.

Eiji abrió la boca para rebatir, pero no tuvo tiempo, porque el timbre volvió a sonar, esta vez con más insistencia que antes. Caminó hacia la puerta y puso la mano en el pomo. Inhalando muy profundamente, giró de él y abrió muy despacio para encontrarse con un hombre que vestía un impermeable azul cubierto de agua y que sostenía un paquete bajo el brazo derecho.

—Traigo un paquete para esta dirección.

—¡Es para mí! — exclamó Yut Lung, saltando de su lugar en el sillón y corriendo hasta la entrada. Eiji lo vio firmar los papeles con las manos aún nerviosas y se descubrió a sí mismo apretando los puños. No fue hasta que el muchacho del delivey salió de la casa anunciando que aún le quedaba un paquete en la camioneta y que volvería en seguida que ambos jóvenes se miraron y compartieron una risa nerviosa.

—¿No pensaste que se trataba del asesino que anda suelto? —se burló Yut Lung.

—No, claro que no —respondió Eiji y luego añadió— ¿tú sí?

—Por favor, solo un niño creería eso.

Entonces el timbre sonó por segunda vez. Eiji, quien se había quedado junto a la puerta, se adelantó a abrirla, solo que en esta ocasión no encontró al repartidor, sino a un chico rubio, con la cara sucia y mojada por la lluvia y la ropa hecha jirones. Sus ojos, verdes como dos esmeraldas, relucían a pesar de la poca luz de la calle y el evidente mal estado en el que venía. Eran tan brutalmente profundos que Eiji sintió como su cuerpo temblaba cuando cruzaron miradas.

—Shorter... —murmuró con voz ronca antes de cerrar los ojos y desplomarse en el suelo, inconsciente.

Ni Yut Lung ni Eiji volvieron a escuchar el sonido de la televisión de fondo, el tráfico que circulaba por las calles ni la lluvia que había comenzado a caer nuevamente, Lo único que escuchaban era el latido acelerado de sus corazones y la voz de la realidad que había llegado a golpearlos sin piedad: tirado en el suelo de su departamento, estaba el presunto asesino más buscado del momento, Ash Lynx.

El espacio entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora