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Lo despertaron los golpes en la puerta principal. Eran formidables y llegaban uno tras otro, como si en lugar de despertar a sus habitantes, lo que pretendían era echar abajo la casa. Eiji se sentó en la cama y buscó a tientas su celular en la mesa de noche y tuvo que entrecerrar los ojos para ver la pantalla brillante en medio de la oscuridad. Eran las tres de la madrugada.

No perdió tiempo poniéndose la bata ni las pantuflas; se puso de pie sin más y corrió hasta la puerta principal. Yut Lung lo esperaba ahí, tan confundido y despeinado como él mismo. Antes de que pudiera preguntarle qué ocurría o siquiera abrir la boca para hablar, su amigo señaló el sillón de la sala en el que había una manta arrugada y almohadas tiradas por todas partes pero ningún rastro de Ash.

—Se fue —dijo y Eiji tragó saliva sin comprender qué lo había llevado a huir sin más y en medio de la noche. Sin embargo, ese no era el momento de averiguarlo, pues debían solucionar algo más urgente y apremiante.

El aire frío de la madrugada los hizo temblar de pies a cabeza, pero esa sensación no duró más de lo que dura un parpadeo para ambos jóvenes, quienes no tardaron en darse cuenta de que estaban en grandes aprietos. Lo que vieron del otro lado de la puerta bastó para acelerar sus corazones hasta hacerlos entrar en calor: dos policías sostenían a Ash, uno de cada brazo y tan firmemente que parecía que lo arrastraban al caminar.

—Lo encontramos corriendo por las calles —dijo uno de ellos— nos dijo que vivía aquí.

Yut Lung se puso tan pálido como una hoja de papel. Eiji tampoco estaba mucho mejor; de hecho, de no ser porque el policía carraspeó para llamar su atención, seguramente también se habría quedado mudo. Tenía que pensar rápido, por ningún motivo quería dejar a Ash en manos de las autoridades, pero tampoco quería meterlos e él y a su amigo en problemas por tener algún vínculo con un presunto asesino. Tragó saliva y respiró hondo, pero no fue hasta que vio a Ash directamente al rostro y que este le devolvió la mirada que cayó en la cuenta de un detalle muy importante: estaba usando los anteojos.

—Sí, vive aquí —respondió pasando por alto la expresión de total desconcierto en el rostro de Yut Lung, quien debía de estar pensando que había perdido el juicio o que seguía medio dormido. De todas maneras, Eiji tenía cosas más importantes en las que pensar en ese momento; por ejemplo, el increíble poder de las gafas y su capacidad de, aparentemente, cambiar el rostro de quien las llevara puestas o lo increíblemente ciegas que podían llegar a ser las personas de esa ciudad.

Si uno de los policías lo hubiera reconocido, no lo habría llevado de vuelta al departamento; lo habría llevado directamente tras las rejas. Eso solo podía significar que para ellos, Ash no era más que un muchacho sospechoso que andaba deambulando a horas inapropiadas de la noche como muchos otros y no un criminal. Estaban a salvo.

—Encontramos esto en sus bolsillos —dijo el mismo policía de antes mientras extendía la mano de la cual colgaba el medallón de plata de Eiji. El joven se llevó la mano instintivamente al esternón para comprobar lo que ya sabía: Ash se había llevado su collar mientras dormía— pensamos que pudo haberlo tomado sin permiso.

Eiji tenía muchísimas preguntas, aunque ninguna tenía lugar en ese momento ni importaba más que la verdad que tenía frente a los ojos, no cuando Ash bajaba la cabeza avergonzado para evadir su mirada.

—No lo tomó sin permiso, se lo acabo de regalar.

El rubio frunció el ceño sin poder creer lo que acababa de escuchar. ¿Se estaría volviendo loco? Ni él, ni Yut Lung ni los policías parecían comprender nada. Solo Eiji sonreía confiado mientras estrechaba la mano de uno de los oficiales en un gesto cordial para agradecerles por haberse tomado la molestia de traer a su "amigo" de vuelta a casa.

—Creí que no te irías hasta mañana —agregó dirigiéndose a Ash.

Ninguno de los presentes tenía mucho más que agregar además de las despedidas correspondientes. Eran las tres y media de la mañana y Yut Lung no quería más problemas de los que ya había tenido con la llegada de aquel muchacho, por lo que se encerró a su habitación en cuanto estuvieron nuevamente solos y pronto lo escucharon volver a roncar.

—Será mejor que también vaya a dormir —dijo Eiji mientras estiraba los músculos de la espalda— ha sido una noche muy larga.

Pero cuando quiso entrar a su cuarto, encontró a Ash muy serio y firme frente a él, los puños apretados y los nudillos blancos por la presión. De una de sus manos colgaba el medallón como una lágrima de plata, tan delgada que se perdía en la oscuridad.

—¿Por qué? —fue la primera pregunta que le vino a la mente, al menos la primera que fue capaz de formular.

—A veces la vida da segundas oportunidades —respondió Eiji restregándose los ojos con sueño— creo que si hasta este momento aún no te han atrapado es por algo y no pienso ir en contra del destino.

—¡Y eso qué demonios quiere decir! —gritó frustrado. Eiji era la persona más extraña que había conocido— ¡al menos dime algo por haberte robado! —le dijo balanceando el medallón frente a su cara— ¡vamos, llévatelo de una vez!

—Pero te lo acabo de...

—¡Jamás podría aceptar algo así! —gritó y tomó su mano para depositar la cadena en ella— me largaré de aquí en cuanto se haga de mañana.

—Bien —respondió el pelinegro un tanto asustado por la exaltación de su invitado, aunque debía admitir que le hacía un poco de gracia— pero no es necesario que lo hagas tan pronto.

—Me iré, ni siquiera trates de detenerme —dijo dando media vuelta para volver al sillón en el que se había acostado antes.

—Buenas noches, Ash —dijo Eiji.

—Buenas nada —respondió él antes de taparse con las mantas hasta cubrirse la cabeza por completo para que su anfitrión no pudiera verlo. No fue hasta que escuchó que las luces se apagaban y que Eiji cerraba la puerta de su habitación que se permitió asomar la nariz hacia el exterior y suspirar con pesadez. Un tipo que no tenía ni el más mínimo instinto de supervivencia lo había rescatado de la lluvia como un gato callejero, lo había obligado a bañarse y hasta lo había salvado de la policía.

—Nadie puede ser tan bueno —murmuró cubriéndose los ojos con el antebrazo en un intento de hacer desaparecer las imágenes que le venían a la mente cada dos por tres: imágenes de Eiji riendo, de Eiji lavando los platos, de Eiji frunciendo el ceño después de que él lo hiciera enojar.

—En cuanto amanezca me iré de aquí —repitió y se acomodó entre los cojines— definitivamente me iré.

Pero a la mañana siguiente, cuando Eiji salió de la habitación para preparar el desayuno, Ash no solo estaba en casa, sino que era él quien estaba cocinando.

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¿Me gustan Los Miserables?... sí

¿Creo que todos deberíamos ser como el sacerdote que salvó a Jean Valjean?... por supuesto c: 

Espero que les haya gustado, perdón por no haber contestado todos los comentarios de los capítulos anteriores TwT no sé qué pasa, pero ahora mi celular no me deja ver la sección comentada, así que tendré que hacerlo por el computador. Les dejo un beso enorme, se me cuidan <3

El espacio entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora