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Aunque ninguno de los dos sabía qué decir al respecto o cómo actuar para imperdirlo, estaban de acuerdo en una cosa: la rutina que habían estado llevando hasta ese momento era muy distinta a la que dos jóvenes de su edad y condición llevarían. No era solo el hecho de que la compañía del otro se hubiera vuelto algo a lo que se habían acostumbrado, era algo que iba mucho más allá de eso.

Cada mañana, Eiji era el primero en levantarse y preparaba el desayuno para los dos. Encendía el hervidor y la calefacción para temperar el departamento que cada día amanecía más frío que el anterior. Mientras tanto, Ash batallaba por despegarse de las sábanas ante las constantes amenazas del pelinegro de tirarle agua si no estaba listo la próxima vez que él entrara a la habitación. Se vestía a medias y ordenaba un poco los cojines y las mantas de la cama que él y Eiji habían improvisado en la habitación del japonés.

Había empezado a encargarse de algunas cosas en la casa, como a lavar la ropa y a ayudar con la cocina, lo que significaba un gran alivio para el mayor.

—Solo hago esto porque estoy aburrido —le recordaba cada vez que Eiji lo encontraba lavando los platos y sonreía enternecido.

—Ajá —era la respuesta que el otro siempre le daba mientras secaba las tazas y las guardaba en su lugar, Ash podía elegir la razón que quisiera para encargarse de esas cosas; a él le bastaba con que los platos quedaran bien limpios y con ver el leve sonrojo que adornaba sus mejillas cada vez que lo encontraba haciendo las tareas del hogar sin que nadie se lo pidiera.

Ese día hacía muchísimo frío, por lo que Eiji decidió que sería buena idea calentar la toalla de Ash junto a la estufa para que esta estuviera tibia cuando este terminara de bañarse. Había dejado las tazas y los platos en la cocina y se disponía a salir de la cocina cuando se encontró de frente con Yut Lung, quien le cortaba el paso. Tenía las manos en la cintura y su pie se movía impaciente de arriba a abajo dando golpecitos en el piso.

—No me digas que vas a calentarle la toalla en la estufa —dijo entrecerrando los ojos.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó aterrado. No le gustaba cuando Yut Lung podía leer su mente.

—Has estado consintiéndolo como si fuera un bebé —le respondió cruzándose de brazos. Luego, cuando vio que Eiji desviaba la mirada para evadirlo, se llevó una mano al entrecejo y suspiró— ¿por qué tienen que gustarte los tipos malos? Ya estás grande para estas cosas.

El joven lo miró con los ojos abiertos de par en par y sintió cómo sus mejillas empezaban a acalorarse. Eso sí que no se lo esperaba.

—No me gusta Ash —murmuró— solo intento ser amable con él.

—No mientas, lo miras de esa forma.

—¿Cuál forma?

"Esa" —repitió intentando ser más enfático.

—No tengo idea de lo que estás hablando.

Entonces Ash se asomó por la puerta. Llevaba la ropa que Eiji le había prestado: un pantalón de gimnasia y un suéter con el dibujo de un pollo muy extraño y que al pelinegro siempre le había quedado un poco grande. Tenía el cabello aún húmedo porque se negaba rotundamente a usar el secador.

—¿Quieres que lleve eso a la mesa? —preguntó señalando las tazas que Eiji había dejado sobre el mesón.

Él asintió con la cabeza sin quitarle la mirada a sus labios, al camino que trazaban sus manos. Esa era precisamente la forma a la que Yut Lung se refería y no tardó en señalarlo en cuanto Ash salió de la cocina y los dejó solos.

—Por favor consigan un cuarto —dijo rodando los ojos.

—¿No tienes que ir a trabajar? —le preguntó en un intento de saltar a otro tema menos incómodo.

El espacio entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora