LXIV. No te vayas de mí

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Podría empezar con un «no te vayas de mí», con un «si tú quieres, no dormimos nada», con un «al final siempre te quedas dormido sin avisar». Tenías razón con eso de que las cosquillas de verdad no te hacen reír, las cosquillas de verdad te erizan la piel. Y tú de erizar pieles lo sabes todo.
Es increíble como lo que aparece de la nada a veces lo es todo. Pero no siempre lo que aparece permanece. Y que estés acostumbrado a algo no significa ni que sea lo normal ni que sea lo mejor. Ahora soy yo la que mira a todos lados por si estás, la que piensa que lo peor es el alejarse cuando queremos vernos. A ver con qué me sorprendes esta noche, con algún mensaje suicida de madrugada diciendo que lo estamos dejando demasiado para luego.
Y yo... Buscando otro desastre, pero en la misma persona.
Con esta manera tan tonta de no sabernos decir adiós, de no saber ni llegar a tiempo, ni esperar. De querer dormir y no poder, de pensar que nunca saben lo que quieren, sin preguntarnos si lo sabemos de verdad nosotros. Pero luego vienes con tu «venga ya, nunca es tarde para desear algo que quieres», y yo estoy segura de nada, y no quiero estar segura de nada. Porque cuando crees que ya está hecho es cuando la cagas.

Y contigo no sé nada, pero lo sigo queriendo todo.

Iago de la Campa

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