Valiente

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Unas gotas de agua fresca me despiertan. Caen sobre todo mi rostro dispersas por aquí y por allá, escurriendo hasta mi nuca. Abro mis ojos lentamente como si hubieran estado sellados con cera y luego mi boca, que me duele sin articular palabra siquiera. Un chico con el rostro cubierto me mira expectante, estoy dentro de algo que parece una carpa. No puede tener más de catorce años

Estoy recostado sobre algo mullido y caliente. Me retiro lentamente mientras me voy haciendo a la idea de tener que tengo que seguir viviendo.  Veo por la abertura de la tienda. Hay un circulo de carpas junto a la nuestra, y creo que está de más decir que la nuestra era la más ruidosa. El chico me mira muy atento. Me habla en una lengua que no conozco, pero entiendo que dice. Salgo de la casa de acampar, y miro a los otros salir también. Son gente tan extraña, de ropas y de alhajas numerosas.

Veo pequeñas fogatas. Veo ladrones astutos robar comida. Veo que afuera de nuestra carpa no hay nada que robar.

Un círculo de piedra es bastante grande. El chico me toma la mano y me lleva al centro. Yo me dejo guiar, mitad desorientado mitad moribundo de inanición. Otra chica se adelanta, sola. Todos los que atendían sus asuntos tan concentrados, ahora se vuelven a mirarnos. Algunos susurran. Una caja de apuestas de madera se pasa entre manos. Un anciano que bien podría ser el hombre más viejo que haya yo visto aparece de la nada. Habla apasionadamente en una lengua extraña. Dice algo de pelear, estoy seguro. Y de comida.

El viejo se retira graciosamente con paso patizambo y yo lo sigo con la mirada. Sin previo aviso la chica se acerca a mi y me golpea en toda la cara. Realmente casi no lo siento, pero no se si sea porque no me ha golpeado con fuerza o por la insensibilización que me induce en hambre. Me golpea varias veces más con los puños en el abdomen, rodeando la boca de mi estómago. Logra moverme. Se aleja un poco y saca algo de su bolsillo y lo pone en su puño cerrado. Me golpea de nuevo sin que parezca que la dinámica vaya a cambiar. Primero no siento nada. Pero percibo un impulso furioso y calor repentino. Mis mejillas arden literalmente cuando caigo sobre la arena. Lo primero que puedo percibir es el olor de mi barba chamuscada. Me levanto aturdido y con dificultad. La miro atento. No tiene nada en especial. No es un arma, ni una maldición. Su mano derecha vapor.

Me pongo en guardia. Sus puños se mueven a gran velocidad, pero ambos dos Yo trabajan cooperativamente para esquivarlos. Es hasta que se toma un momento para respirar que me decido a actuar. A la velocidad del rayo mis manos buscan su cabellera y, aún sin asirla del todo, tiro de ella. Con toda la fuerza que puede detonar mi maltrecho cuerpo, le reviro un rodillazo en mitad del estómago. Mis músculos se tensaron en un momento, en el momento en el que ella se levantó en el aire casi imperceptiblemente y cayó con gran estrépito en la arena. La multitud que hasta ahora se había entretenido con musitaciones brama extasiada. Busco con la mirada al niño que me dió acogida, pero el combate vuelve a reclamar mi atención. La veo recuperar paulatinamente el aliento en posición fetal y reincorporarse. La felicito mentalmente. Yo ya no puedo hacer otra cosa que permanecer de pie, el glucógeno de mi cuerpo se ha terminado. Toma varias botellas de sus bolsillos, y las bebe, una tras otra. No me doy cuenta cuando corre hacia mi y me derriba.

Solo siento dolor y calor. Mi piel se torna negra lentamente. Me levanto con dificultad nuevamente, pero mi mente está aletargada. La mano de la chica está en llamas. La chica en llamas. Mi brazo por su propia cuenta se torna un puño y se lanza sobre ella. Su puño busca el mio y se estrellan, liberando pequeñas llamas y un olor a piel carbonizada. Mi piel quemada se regenera rápidamente, recuperando la función pero no la forma. Miro mi brazo, hasta la altura del hombro se extiende una mancha negra, la piel tiene la apariencia de escamas. La chica vuelve a la contienda con una patada, pero me cubro con el brazo y logro evitar sus fuertes y azules llamaradas. Mentiría si dijera que no es linda. Me golpea una y otra vez. Sin poder correr ni contestar, mi brazo parece ser la única defensa que tengo.

Esquivo y me cubro. No ataco. No a ella. Mi otro brazo detiene su puño ardiendo. Lo apaga. Mi brazo es blanco. Mi brazo parece agua enlunada. Ella se retira lentamente. Me ve atónita. Cae de rodillas. Caigo a su lado. La abrazo. La gente grita. Tiran comida. Y leños. Y piedras preciosas que se hunden, olvidan y pierden en la arena infinita. La miro a los ojos. Veo ternura. Veo compasión. Veo humanidad.

10 A.M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora