En mis venas

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Llevo algunos días (han parecido días) caminando. Me parece que he matado a todas las personas convertidas en monstruos que había en el páramo, pero un impulso animal no me permite ver sus caras claramente. Pero se que son ellos. Se que era Ella. Ella fue la ultima. Llegaron uno por uno, sin precipitarse. Siempre en forma de esos perros aterradores. No atacaron en números mayores a dos. El único numero primo y par. Saico. A ella... no pude ver su cuerpo por ultima vez. Supe que era ella. Comencé dándole con los puños, no quería hacerle daño. No podía hacerlo. Mi mente se hallaba disociada, flotando como la basura del fregadero antes de escurrirse por la coladera. Fue en este estado que, descuidado, me dejé morder por el mar de agujas que conforman las fauces de esos temibles seres. El dolor bombea por todo mi cuerpo, mi corazón aletargado grita y mi presión arterial aumenta a tal grado que me ciega los ojos y nubla mi deseo de disipar la violencia, que vuelve a reptar desde mi espina hasta el encéfalo. Quiero pensar que eso fue lo que fue.

Desperté después. Sentía mucho dolor en el brazo izquierdo. Lo miré. Estaba lleno de sangre. Que no era mía. Pero no veía mis dedos, solo una gran masa de sangre y coágulos sanguinolentos, y esas garras que me desgarraban y a todo lo que tocasen. Solo entonces volví a ser consiente de mi existencia y mi destino. Chirriando los dientes, maldije a Dios sin ser capaz de otra cosa que desbordarme en llanto.

Miré el pequeño, frágil, y lívido cuerpo enfrente de mi. Debajo del casco, y ahora con su forma humana, parecía usar una mascara. No la vi bien. Mi mente se inundaba, y mi parte consciente se perdía nuevamente, como un barco de papel en la inmensidad del mar de mis ideas. Ideas que se van a la deriva, y mi brazo, ya sin fuerzas, de un naufrago sin tierra ni esperanza. Mi brazo toca, apenas roza la superficie de una idea cálida y suave. Rápidamente el naufrago de mi cabeza trata de coger ese hilo de idea. Asoma la cabeza esperanzado. Pero pronto ve que esa idea roja se pierde en la inmensidad, como una piedra de rió, cae pesada. Girandose entonces hacia su otro brazo, que ha cogido apenas un hilo de la idea, estalla en discreto júbilo. Comienza a tirar suavemente primero. Luego más fuerte. Un poco más. Entonces aparece. En un mar más claro y calmado. Una criatura. Pequeña, inerme. Se quita el casco sola, sin ayuda y sin titubear. Se metamorfosea. Se convierte en una linda chica, y camina sobre las aguas y lineas, flota más que camina más que se hunde. Toma el brazo del naufrago, y la recorre con sus dedos. El naufrago comienza a incendiarse, pero no le importa, le gusta. Le gusta sufrir. Entonces brutalmente la chica arranca su brazo. Los huesos se separan como las manos de dos amantes, que nunca se volverán a ver. Y nuestro naufrago sufre de verdad. Despierta de su ensueño. Un incendio a pleamar. Yo también despierto de mi ensueño, y veo que realmente la metafísica me la ha jugado pesada. Me falta algo como... el brazo derecho.

10 A.M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora