EL CASTILLO

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     El interior del "castillo" había dejado a Héctor sin palabras, incluso sin aquellas que tenía programadas para decir. Sus ojos parecían salir de órbitas y se movían de un lugar a otro tratando de fijar la vista en algún lugar específico, pero la curiosidad y el asombro de cada detalle no lo dejaban, había mucho que procesar.
Mauro iba abriendo las únicas dos ventanas laterales izquierdas cuyos seguros eran dos trancas, una en cada "habitación" de aquel lugar, sólo eso tenía, era una pieza de alrededor de ocho metros de largo por cuatro de ancho, divididos a la mitad por una pared conformada de cartones de algún tipo de caja, al parecer de las que traen equipos grandes como refrigeradores. Héctor aún se encontraba parado en la puerta, a su derecha se encontraba a los pies de una pequeña cama, la cual uno de sus laterales pegaba con la pared del frente de la vivienda que evidentemente era la mejor que se encontraba, en el centro de la habitación había una pequeña mesa redonda de granito y metal con dos sillas escolares, en la pared de la derecha había un aparador empotrado donde habían varios utensilios de cocina y pozuelos. Debajo del mismo había una repisa de madera conformada por dos pies de apoyo y un listón a lo largo, cubierto de formica que soportaba a una hornilla y olla a presión eléctrica. En la pared que le quedaba enfrente a Héctor y era la que dividía las dos partes de aquella casa había un mueble con seis gavetas, tres a cada lado, encima un cristal y sobre el mismo un pequeño televisor a blanco y negro, a cada lado de este habían dos figuras de porcelana con un pequeño tapete debajo cada una. La pared a la izquierda de Héctor sólo tenía el espacio de la ventana que Mauro había abierto recientemente, y pegada a la misma (por fuera), había una batea con un tanque para agua metálico al lado de esta, claramente esto era algo así como el fregadero. El techo de aquella casa era del llamado "cartón de chapapote" así le decían en Cuba a un tipo de techo de cartón derivado de algunos productos del petróleo; por ser tan viejo había perdido la forma y se notaban en muy pero muy mal estado, algunos rayos de sol ya se colaban entre agujeros. Héctor estaba seguro de que si se apoyaba sobre alguna de aquellas paredes podría caer hacia afuera pues estaban muy podridas.
Mauro se encontraba sentado en la cama de la segunda habitación, desde su posición Héctor sólo veía sus pies, pues le quedaba de frente la puerta que daba  a la otra pieza de la casa, los movía como si estuviera nervioso, —en efecto lo estaba—

     —Ven, no te quedes parado ahí

     Las palabras de Mauro sacaron del letargo a Héctor que no supo realmente que tiempo estuvo así. Cuando dió el primer paso notó algo raro al andar y se detuvo, miró hacia abajo y notó por primera vez que no había un piso, la tierra estaba bien compacta, se notaba que se rociaba con agua para lograr esta textura y luego se barría. Realmente entre toda esta pobreza había una limpieza y organización que a Héctor le llamó mucho la atención, por primera vez entendía aquel dicho que le había escuchado a una tía varias veces: "La suciedad, no es pobreza". Claramente no era el caso, la camita vestía una sábana amarilla estampada en flores perfectamente tendida e impecable de limpia, la pequeña cocina no tenía rastros de haber tenido un uso reciente, obviamente debía haberse utilizado para el desayuno de la madre de Mauro y su padrastro, la vajilla bien organizada y tapada.

     Continuó avanzando y al dar tres o cuatro pasos más ya estaba en la puerta que dividía aquellos espacios. Allí estaba Mauro, sentado a los pies de una cama algo más grande que la primera y la cual se veía por su relieve algo deteriorada, esta evidente era la de su madre y su padrastro. Como la suya, pegaba a la pared de cartón por uno de sus laterales, y su cabecera a la pared derecha de la casa, pero al ser más grande tomaba más espacio por lo que aquel lugar daba la sensación de ser más pequeño que el anterior, de frente le quedaba a Héctor una puerta trasera. Y en esa misma pared un pequeño closet, el espacio entre este y la cama era tan poco que una persona cabía a duras penas, era la única manera de entrar al pequeño baño que quedaba en la esquina del apretado cuarto.

PARAÍSO DE MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora