IV

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«Ceder ante tus más impúdicos deseos es inaceptable», pensó Namjoon.

Kim Namjoon se resiste de manera constante a la idea de recaer. En su momento, sabía que la hermana menor de su compañero de curso era intocable, aunque fue un rotundo no que le impuso una meta; pero ya no tiene dieciocho, es un adulto ahora y domina el concepto de mantenerse lejos de la tentación. Dios sabe que ha intentado sobreponerse, incluso lo logró por una época. Supone que es una clase de mal que no puede ser erradicado por completo, que permanece dormido bajo unas cuantas capas de moral rígida y emerge hasta la superficie en los momentos más inoportunos.

Lo último que dijo antes de salir dando un portazo del apartamento de Taehyung podría marcar el final de su breve trayectoria como artista.

—Mañana paso a recoger mis pertenencias al estudio —avisó Namjoon—. Me encargaré de establecerme con alguna empresa mientras puedo ir por mi cuenta. Adiós.

Tal vez había echado por tierra la única forma de subsistir haciendo su propio arte al desertar de la asociación con Kim Taehyung, pero quería mantener a salvo su frágil integridad, la cual colapsaría de un momento a otro arrastrándolo al más vil arrepentimiento a menos que cortase de raíz el estímulo externo.

No obstante, Taehyung había reparado en la posibilidad de una negativa por parte de su compañero. Madame Belrose, dejando de lado la discreción que le caracteriza, exigía avances en cuanto a la persuasión a Namjoon.

—Señor Kim Taehyung, seamos honestos. Su papel es garantizar que la transacción se lleve a cabo y que el joven Kim esté dentro de la operación.

La voz raspó a través del auricular y Taehyung alejó el teléfono de su oreja.

—Ma'am, aunque no fue sencillo, mi socio está al tanto de los beneficios que implica esta... —Titubeó por un segundo. —Situación. No existe motivo alguno para cuestionar su participación activa dentro del trato.

Incluso por medio de una conversación remota ambos estaban al tanto de la tensión.

—Quería informarles que he replanteado la cantidad en juego, aunque no creo que ninguna suma de dinero sea suficiente a cambio de la princesa.

—¿Más dinero? Yo jamás pagaría aún más por ella.

—No ha de sorprenderle si digo que no soy adepta a sus maneras y la única razón por la que estoy en contacto con usted es para mantener al Joven Kim cerca. Será muy amable al declinar de la negociación dado el caso en que el Joven Kim decida no proceder.

—Si somos honestos, como dice, ¿qué podría ofrecerle él? Yo soy quien posee el capital, el contacto y también he sido el principal promotor. ¡Yo merezco más que una comisión si voy a pagar tanto!

—Me tiene sin cuidado lo que usted crea merecer o no, Taehyung —siseó Madame Belrose—. Mi misión es asegurar el futuro de la Princesa Eve, y solo para evitarme la molestia de escucharle ser tan insolente le explicaré: Kim Namjoon le ofrece constancia y la posibilidad de crecer. Ahora, si me disculpa, la próxima vez que necesite constatar la información espero comunicarme directamente con Namjoon.

La llamada terminó sin más. Taehyung o convencía a Namjoon o esquivaba lo suficiente a Madame Belrose hasta idear algo más, optó por la segunda opción. Bordaba con esmero la futura adquisición de Layla, quien a él le parecía más excitante llamar princesa Eve. Debido a la fuerte suma que solicitó la Madame, la cantidad de inversores sería reconsiderada. Pactó reuniones individuales con los cinco posibles inversores, amigos cercanos o amigos de esos amigos, pululando sobre Eve y su compra con alarmante decoro.

Al cabo de unas semanas había conseguido la total disposición de su primo, Kim Seokjin, quien no necesitaba supervisión alguna por parte de sus padres para disponer de su patrimonio y se encargaría de liberar cualquier cantidad de dinero con tal de ser parte, incluso ofreció liquidar su cadena de restaurantes, y sin embargo no sería suficiente. Seokjin contactó a su mejor amigo, Min Yoongi, productor musical de fama mundial, realmente interesado, motivado por su inclinación hacia las menores. A su vez, Yoongi seleccionó a un prodigio de su agencia de entretenimiento, Jeon Jungkook, con un capital neto alrededor de las seis cifras con quien tenía retorcidos intereses en común, para unirse. Por último, su entrañable amigo Park Jimin y el socio de éste, Jung Hoseok, dueños de la academia de baile más prestigiosa de Asia.

En total, eran siete hombres con antecedentes de desviaciones de origen sexual, apostando sus carreras por gratificación cortesía de la noble y adorable Eve. La máxima aberración. Buscando el ejercicio del poder como arma para doblegar a una indefensa niña ajena al destino que le aguardaba.

Kim Namjoon no sabía lo que se gestaba en torno a Layla. Ahora bien, se desvelaba por detalles que no creía haber visto, aún cuando aparentemente estaban impresos detrás de sus párpados. El vestido amarillo que usaba rompía la paleta de púrpura en la habitación, era un color alegre que transmitía luz y le recordaba al prado soleado que visitó en el verano cuando su JiHye partió de casa. Fue lo más esperanzador que vivió en esa lúgubre época y ahora ella lucía así. Como esperanza, como vida. Una sublime pieza de arte viva, una obra de la naturaleza enjaulada. Él no podía soportar tal martirio al que lo sometía tan solo la idea de imaginarla cautiva.

Fueron meses duros hasta conseguir una oferta decente, trabajando con una empresa que no haría sino promoverlo como artista y eso era una cuestión de infinita suerte. Al estabilizarse se engañó a sí mismo diciéndose que la olvidaría y seguiría adelante, sin pensar en lo que ocurriría con Layla Belrose sí él no estaba para protegerla, sin esa ansiedad por saber cómo se encontraba o sí seguiría relativamente saludable después de ser subastada como una insípida mercancía.

—¡No puedo hacerlo!

Se repitió a sí mismo antes de empujar el seco escocés por su garganta. Últimamente se negaba a estar sobrio, encontrando ventajas como desinhibirse para pintar al entregarse a la ebriedad. Al terminar el cuadro en tiempo récord para visualizar el resultado, había plasmado a Layla en un lienzo y deseaba extraerla a un escenario real.

—Quizá solo una parte de ella pueda pertenecerme —razonó.

A Votre Merci [En curso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora