IX

109 22 12
                                    

Eve despertó debido a un extraño temblor en su cama. El desconcierto la invadió cuando se encontró en esa habitación oscura. 

Sus ojos se valen de una pizca de luz filtrándose entre las persianas para detallar la habitación. No distingue color en ninguna parte, solo blanco y negro. Cree estar en una pesadilla hasta recordar que ha abandonado Manoir Rose por tiempo indefinido. La desolación azotó su pecho, la conmoción invitándola a echar de menos hasta lo que nunca tuvo. Eve no era tonta, sabía que estaba perdida mientras aún siguiera órdenes, sin embargo, la insubordinación tenía un precio que su estricto adoctrinamiento no le permitía pagar.

Extrañaría a su madre, a quien le gustaría llamar y pedirle un poco de empatía por ella. Añoraba la fiel compañía de Jeanne, quien fue la única mano amiga que tuvo. También quería de vuelta sus vestidos o acariciar al esponjoso gatito de la Jolie Claudine una vez más.

Lloró aferrándose al recuerdo de una vida que hacía tan lejana, las horas pasaron ligeras como si no llevaran la suerte de la princesa entre sus fauces. La claridad matutina terminó por expandirse a través de la recámara y entonces ella salió de la cama. Descalza sobre la fría moqueta, extrañó sus zapatillas de felpa que usaba junto a la pijama de satén. Deseó que esa rústica tela de los pantalones no fuera su futura vestimenta usual porque los odiaba. Le tomó un par de minutos aprender cómo abrir la puerta y saltó el umbral desesperada por salir de esa pesadilla bicolor. Encontró a Namjoon tomando un café en la espaciosa cocina mientras leía el periódico, sintiéndose como una forastera en su privacidad.


Bonjour, monsieur Kim.¹

Namjoon siguió enfocado en el periódico cuando dijo:

—Por favor háblame en coreano. Me aturde un poco el francés.

El coreano no representó una dificultad mayor, pero arrancarle su lengua materna significaba alejarse en definitiva de su raíz.

—Sí, señor —masculló.

—Mejor, te preparé el desayuno.

Se sentaron viéndose a los ojos, Layla intimidada optó por fijarse en su plato: huevos revueltos y tostadas. Namjoon le acercó un cuenco con una sustancia color ámbar.

—A mí me gustan con miel, aquí tienes.

—Gra-gracias. Yo, esto.

—Anda, come.

Namjoon pasó por alto su higiene y sus necesidades en general. Layla quería tomar una ducha, cepillarse los dientes, un desayuno decente. «Miel, ¿en serio?» no podía creer que pretendiera alimentarla con eso en la mañana. Las tostadas estaban quemadas. Jeanne solía llevarle banquetes, incluso las sillas de su pequeño comedor eran más cómodas.

La tristeza y la irritación estaban ahí esperando por verla quebrarse en llanto. Extrañaba su casa. Quería desaparecer. Correr y abrazar a su mamá solo una vez para poder soportar estar lejos del único hogar que conocía. Luchó por retener las lágrimas ya que tenía prohibido llorar, no era su costumbre sentirse miserable. Todas sus necesidades solían ser cubiertas de inmediato.

—Disculpe, señor Namjoon, no tengo apetito.

—Oh, no te preocupes.

A Votre Merci [En curso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora