s o m m e i l

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Un narrador pomposo hablaba valeroso
Narraba un cuento espantoso que trataba de un oso.
¿Lo protagonizaba un oso?
Oh, sí. ¡Un oso!

—¡Un oso!

Así gritó la señorita. Espera, ¿una señorita? Oh, sí. ¡Una mujercita! Esbelta y de madera abandonada a su suerte en un bosque. ¿Una pradera?

¡Oh, sí! Abandonada a su suerte, nada de cantos felices y saltitos. Seamos claros, ¿quién estaría feliz cuando...?

—¡Una niña! ¡Una niña!

El Oso salivando fue a su encuentro.

—Eres una muñeca bonita, pero larguirucha. Voy a cortarte para que seas una niña.

Sentenció de esa forma el destino de la señorita. Tras ella saltaba con una sierra, enfatizando su única motivación: entretenerse. De este modo, se divertía al verla correr en círculos mientras intentaba escapar.

—¿Por qué? ¿Por qué, señor Oso?

¿Existía una razón?

El oso la capturó al fin.

—¡Adiós, pierna primera!

Gritos de pavor penetran en tus oídos. ¿Puedes escucharlos? El sonido de la sierra contra la delgada extremidad de madera, sumada al sostenido lamento de la señorita... Inquietante. El ruido que viene a tí cuando estás a punto de dormir, que te hace buscar fenómenos ocultos en la oscuridad o detrás de tus ojos cerrados. Que viene cuando crees que lo olvidaste.

La señorita seguía sacudiéndose hasta que logró liberarse. ¡Qué perturbadora, niña! Debió quedarse quieta en el suelo y dejarlo hacer, por el contrario, insistió en correr con una sola pierna de madera. Como por arte de magia la mitad de la otra pierna desapareció. Corría sobre lo que una vez fueron piernas y ahora eran apenas pequeños fragmentos de ellas.

—¡Muñeca pequeña que llora! ¡Deja de llorar! ¡Ahora eres una niña y las niñas son siempre felices porque son niñas!

Ahora ciega —sin ojos— seguía dando vueltas sin flaquear. Un brazo y otro brazo también fueron mutilados.

—¡Esa falda te queda grande!

—Deje de gritar, señor Oso. ¿Qué más me quiere quitar? ¡Déjeme ir, no quiero seguir corriendo!

Ella temblaba. El Oso quedó embelesado por la femenina y bien tallada cara sin ojos, es decir, con dos oscuras cuencas vacías (se divisaba el interior de la caja redonda haciendo de su cabeza) pintada con infinito sufrimiento. ¿Caja redonda? ¡Oh, sí! Esa era su cabeza de cartón. ¿O era madera?

Saltó sobre ella con los sentidos exaltados por esa imagen, luego rasgó la falda y el resultado de su exámen lo dejó satisfecho.

—Eres mi pequeña niña.

Y entonces la narración se corta abruptamente, me temo.

De pronto, la princesa Eve despertó aterrada. Extraída a una realidad semejante a su sueño, un sueño que es realidad. Una realidad tenebrosa y un sueño que nunca fue sueño, era verdad.

Qué pena. ¿Verdad?

A Votre Merci [En curso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora