VI

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—No me avisaste de este viaje Namjoon. No puedes irte de un día para otro. Es imposible. No. No. Y no. Punto.

—No dejo nada sin resolver. Me iré mañana, si tenemos algo urgente me encargaré de solucionarlo cuando regrese.

—¡Te has vuelto completamente loco! ¿Cómo voy a hacer esperar a los directores?

—Ya les avisé de mi breve ausencia. No tienes de qué preocuparte —aseguró Namjoon.

—¡Eres un irresponsable, Kim Namjoon! Al menos dime, ¿qué demonios vas a buscar tú a Francia?

—Ya te dije, es un asunto personal y cuando vuelva tendré más cosas que ajustar al respecto. Por favor, dirige la correspondencia y cualquier información pertinente hasta mi casa. Prefiero trabajar desde allí por un tiempo.

SooJin lo veía con los ojos entornados, visualizando cómo sería su vida sin ser la agente de un impulsivo y sobrevalorado artista plástico, que no hacía sino salpicar tintes en lienzos y aún así ganaba al mes el triple que sus colegas.

—¿Cuando volverás?

—En una semana, máximo. Ya sabes, envía todo a mi casa. ¡Nos vemos!

Ella vio desaparecer la sonrisa satisfecha de Namjoon detrás de las puertas cromadas del ascensor. Secretamente, le admiraba. Ver cuanto había logrado en poco tiempo le llenaba de esperanza. No tenía de qué quejarse, el señor Kim era generoso y en su trato prevalecía cierta empatía con su equipo, incluso toleraba los constantes reproches de su agente, teniendo siempre una amistosa sonrisa para ofrecerle. Si se ponía a analizarlo en serio, era obvio por qué Kim Namjoon cosechaba éxitos aunque su talento no era excepcional: era dedicado. En cinco años no había dejado de presentarse en la empresa, no tenía excusas si llegaba a fallar, y también, era  humilde de una manera refrescante en ese medio tan ególatra. No solo su carrera había prosperado.

En la Ciudad de la Luz algo, o alguien, florecía. La belleza era cultivada con devoción, rituales y costumbres preparaban a una proclamada princesa para ser la elegida. El tributo destinado a la sumisión absoluta. En primer lugar, liberar su cuerpo, luego expandir su alma y alcanzar la de su fiel Señor. Los años transcurrieron brindándole con complicidad una idea de lo que necesitaba para cumplir las expectativas de su madre. Probaría que estaba lista, más temprano que tarde. Intuía que algo aguardaba por ella y que lo alcanzaría en el momento justo.

Jeanne entró en el ala púrpura (bautizado así por las Jolies) para vestir y peinar a Eve. Era el día.

—Llegas tarde, Jeanne.

—Lo siento, Eve, es que tú madre me retuvo en los preparativos... —excusó la criada.

—¿Qué están preparando? Me encantaría ayudarte pero no me ha autorizado salir, bueno, no ha venido a verme ni una vez en el día.

—Es una celebración modesta, no te preocupes. ¿Preparo el baño?

Era obvio cuanto lamentaba no tener la libertad de compartir más cosas con su madre, pero era feliz siempre que la Madame tuviese tiempo para saludarla.

—Yo lo hice antes, aunque no creí necesario vestirme para salir.

—¡Anímate, Eve! Tomarás la merienda en el jardín, la Madame ha traído un invitado que estaría muy halagado en conocerte.

Eve no dió crédito a lo que escuchaba.

—¿Mamá ha concertado una cita para mí?

—No —susurró Jeanne—. Ella no haría algo como eso, supongo que quiere ver cómo te ha ido en las clases de etiqueta. Ven, acércate. —Pidió. Tomó asiento sobre la cama e invitó a Eve a sentarse igualmente. —Tiene pinta de oriental, deberías ir practicando lo que viste esta semana con la señorita Huang. Los dejarás impresionados si logras comunicarte con él en su idioma.

A Votre Merci [En curso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora