𝐈

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When it feels like the world's gone mad. And there's nothing you can do about it. No there's nothing you can do about it.

- World Gone Mad, Bastille

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La música fluía por toda su casa y con ello el delicioso aroma de la comida también.

Alana se arreglaba para resivir a sus visitas.

Que aunque los veía todos los días en el patio trasero de su casa, tenerlos de frente de nuevo y reunidos era otra cosa.

Además de que todo indicaba que iba ser una noche tranquila, sin que las fatales noticias del día le llenarán los oídos.

Y cuando estuvo completamente lista. Bajo a la cocina a la ayuda de su madre.

El delicioso aroma indagó por sus fosas nasales, haciendo que sus tripas rugieran del hambre.

Sabía de que se trataba.

Un delicioso estofado.

Se adentro a su área favorita de su casa y observó a su madre desde el umbral con atención.

— ¿A qué hora vendrán los Pevensie, mamá? — preguntó, exaltando a su madre en su lugar del susto.

— ¡Alana! — reprendió, tomando una bocanada de aire.

Se acercó aún más con curiosidad.

— ¿Y bien? — inquirió.

Su madre le miró.— Pronto, así que será mejor que empieces a poner la mesa. — le ordenó.

Un bufido pesado salió de su boca y sin replicar se fue hacerlo en silencio.

Encendió aquella vela aromática que tanto le gustaba y empezó por limpiar la mesa.

La música había hecho que al menos su mal humor bajará un poco.

Siguió por poner el mantel, extendiendo sus extremidades hasta cubrir la fina madera completamente con la tela.

Para luego pasar por los cubiertos y las vajillas. Contando los lugares para poner cada plato y cubierto en conjunto.

Y finalmente el arregló florar que su madre había comprado hace algunas horas antes.

Escuchó los pasos de su madre detrás y se aseguró de que todo estuviera en orden.

— Agrega otro lugar. — indicó, desatandose su delantal con agilidad para colgarlo de un lado.

La pequeña Alana le miró confundida mientras su ceño se fruncía.

— ¿Vendrá alguien más?

Su madre sonrió.— Tú primo Thomas nos acompañará. — respondió, entusiasmada.

«Oh, no…»; pensó Alana.

La compañía de su primo en su casa era lo más desesperante que podía pasar.

Thomas Stewart, un pequeño que a pesar de ser inteligente y muy orgulloso. Trataba a su familia de la peor manera.
En especial a sus primas menores.

Su madre lo adoraba pero ella en lo absoluto lo odiaba.
Y con cada año que pasaba. Esperaba a que Thomas cambiará de carácter cada que venía.

Y sin remedio alguno, puso otro plato junto al de su madre y al de ella.

No pensaba dejarlo cerca de alguno de los Pevensie, en lo absoluto.
Mucho menos de Susan y Lucy.

Y cuando la mesa estuvo lista, cambió la música a por algo más movido.

Jazz.

El género favorito de su padre.

La cena ya estaba lista, ahora sólo faltaban las visitas.
Que con ansias esperaba, a excepción de su odioso primo.

Los pasos de su madre se escucharon por las escaleras y cuando finalmente bajó.

Alana le sonrió.

Sus vestidos siempre eran sus favoritos. Llenos de flores pequeñas que entonaba con su clara piel y contorneaban su figura.

Y cuando el timbre sonó. Su madre se dirigió a resivir a su primera visita.

— ¡Thomas! — exclamó, entusiasmada.

— Tía Elleonor…— la irritante voz de su primo se escuchó por el lugar.

— Me alegra que hayas decidido venir a visitarnos. — lo hizo pasar.

Alana se mantuvo distante mientras continuaba leyendo su libro pendiente.

Sus pasos se escucharon aún más cerca cuando el carraspeo de su primo frente a ella, la hizo despegar la vista de su libro con pesadez.

— Prima Alana. — saludo, con aquel elegante acento que solo su familia tenía.

— Thomas. — saludo devuelta, imitando su acento con irritación.

— ¿No piensas darme la bienvenida? — inquirió, con falsedad.

Su madre pretendía arreglar la mesa un poco mientras los vigilaba.

La pequeña Alana lo abrazó irritada y fingió la mejor sonrisa para él.

— Me alegra verte de nuevo, primo Thomas — dijo, tras separarse.— Espero te guste la cena de hoy. — añadió, llevándolo a la mesa.

El timbre de su casa sonó de nuevo.

— ¡Yo abriré! — exclamó, Alana corriendo a la entrada.

Ahora en su rostro estaba una gran sonrisa.
La más sincera y real que podía tener.

— Señora Pevensie — saludo, abriéndole paso para dejarla entrar.

Y detrás de ella, sus cuatro Pevensies favoritos.

Lucy fue la primera en saludarla con un amigable abrazo. Seguido de Susan, Peter y al final Edmund.

Que por su rostro parecía un tanto molesto. Más no preguntó al respecto para no perder su cortesía.
Su madre detrás de ella, los resivio amablemente.

Y tan pronto como llegaron, tomaron su lugar y comenzaron con la deliciosa cena que la señora Stewart había preparado para todos.

La charla entre los niños era tranquila y cómoda, a excepción del carácter de Thomas que volvía todo incómodo para ellos.
Y en cuanto todo aquello terminó, Thomas fue el primero en irse seguido de los Pevensie.

La pequeña Alana con su madre recogieron la mesa y lavaron todos los utensilios que habían usado.
Y cuando terminaron su que hacer, se dispusieron a ir a dormir.

Cuando de pronto, las alarmas de la ciudad se escucharon por todo el lugar.
Seguido de grandes estadillidos que hacían temblar el suelo bajo sus pies.

— ¡Alana! — le llamó, su madre por el pequeño corredor.

— ¡Mamá! — respondió, asustada.

Tomó su linterna junto a su libro y salió de su habitación en busca de su madre.

La señora Stewart había tomado una frazada y una linterna de entre sus estantes.
Y cuando finalmente se dispusieron a dejar su casa.
Una gran bomba estalló cerca a su casa. Haciendo que parte de ella se derrumbara.

La pequeña Alana ahogó un sollozo mientras miraba como su hogar estaba destruido.

Su madre por otro lado, la abrazaba con fuerza mientras miraba detrás de ella de la misma forma en la que su pequeña Alana veía.

Se dirigieron a su pequeño refugio y se mantuvieron ahí, esperando a que todo a su alrededor terminará.

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𝐅 𝐎 𝐑 𝐄 𝐕 𝐄 𝐑  𝐘 𝐎 𝐔 | EDMUND PEVENSIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora