Capítulo 17

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Paola comía la misma sopa aburrida que llevaba ingiriendo hacía ya 7 días. Lo único que no la arrastraba a la locura era meditar, pero todo ese mundo del que quería escapar volvía con fuerza cuando lo hacía. Gastaba mucho de ella mantenerlo fuera.

Era un sinfín de sensaciones, perturbaciones y voces.

Entonces se sintió triste. Desde que había caído en la tentación su propia esencia se sentía pesada y fría, en comparación a cuando la sintió por primera vez.

Esa tristeza la conducía a recordar a Margaret y a la escena que vio justo antes de entrar en ese horrible bunker que amenazaba con romper su cordura.

—Señorita Paola, saldré yo solo a ver si esta todo bien —le dijo Damian mirándola a los ojos.

Paola tensó su mandíbula. Ya sabía la respuesta, no había nadie detrás de esas compuertas, debido a que Donatella se había ido cuando fue tentada. Lo sabía porque los espíritus se lo decían, esos cuatro días de silencio le bastaron para escuchar los susurros. No solo los de ellos, escuchó a los demonios que se acercaban, incluso un par de ángeles se lamentaron de que el sacerdocio fuese corrompido.

Asintió con la cabeza.

La razón por la que nunca le dijo nada a Damian, era porque el hombre tenía pegado una de esas cosas a su espalda. El miedo e instinto de supervivencia habían alimentado a ese demonio hasta el punto de tomar forma humana como el que la tentó.

Aun se veía un poco deforme, pero si seguían allí, de seguro tendría una forma llamativa como la de Siriel. Ella tenía miedo también y el espectro también se alimentaba de eso.

Según Katherina los demonios no podían dañar a humanos directamente, tenían que ser obligados por medio de lazos con brujos o nigromantes. Existía otra manera poco casual y era que una sacerdotisa emitiera la orden, la tercera y casi imposible, era que usaran un antiguo artilugio que, según la mujer, siempre estuvo desaparecido. El anillo de Salomón, quien supuso ser el mayor sacerdotiso que existió jamás, logrando dominar a 72 demonios al mismo tiempo.

Algo dentro de ella le decía, no, le gritaba que no tentara al hombre porque respondería mal y si bien los demonios no podían dañar a los humanos, si podían manipular a otros para que accionaran como desearan.

El hombre abrió la compuerta y su propio miedo se exacerbó, qué tal si los espíritus se equivocaban o ella lo hacía al intentar interpretarlos, y si eran demonios confundiéndola para que salieran.

¿Lo detengo? ¿Me hará algo esa cosa? Pensó rápidamente.

—Damian detente —le dijo bajito.

Unos ojos desorbitados y una boca abierta con ira la obligaron a pegarse contra la pared que tenía detrás.

—¿Quiere quedarse aquí para siempre? ¿Quiere morir de hambre? ¿QUÉ ES LO QUE QUIERE HACER EN ESTE CUARTO? —Le gritó el hombre mientras se acercaba.

Podía ver con claridad el alma de Damian resonando y temblando bajo esa cosa que la miraba con furia, pero al mismo tiempo ¿sonreía? Si, estaba volviendo loco a su amigo y ella tenía que detenerlo.

¿Cómo? Se preguntó tragando en seco. Sus labios resecos y sus ojos bien abiertos no podían ayudarla.

Su mente no podía recordar las oraciones que Katherina le había dicho. Nada venía a ella y esa cosa sonreía aún más torcidamente mientras Damian avanzaba.

Haz algo, haz algo se repetía mentalmente mientras su cuerpo no reaccionaba ante nada que no fuese el intenso miedo que le recorría. Pero en un momento corto, los escuchó...

Colonizadores: RetrospecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora