Capítulo 20

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David se hallaba abrazado a Anne en el sofá, en silencio. La cabellera castaña de su novia descansaba sobre su hombro, y ambos corazones estaban inundados de una sensación de plena felicidad, tan embriagadora como la mejor botella de vino de los Preston.

—Yo también te quiero —le confesó él, besándole en la mejilla—. Si no hubieses venido, habría ido a verte muy pronto.

—Eso me recuerda que mi madre ha quedado encantada contigo —rio la joven contra su cuerpo—, y que me ha pedido que me acompañes de regreso a Orlando para conocerte.

—¡Por supuesto que lo haré! —respondió él—. Buscaré un vuelo de inmediato, para ir a ver a mi futura suegra, quien por cierto es un amor...

—Es que eres demasiado encantador, David —le dijo ella dándole un beso en los labios.

—¿Lo soy? ¡Vaya! Nunca me lo habías dicho... —rio.

—Es que eres muy engreído —repuso ella dándole otro beso.

David volvió a perderse en sus labios, recordando el sabor de ellos, que en su recuerdo iba mezclado con el encanto del Mediterráneo. Ahora, en California, los besos eran incluso más exquisitos, porque destilaban cercanía y esperanza.

—Te quiero a mi lado todos los días de mi vida, Anne —continuó él con ternura—. No sé si bastan dos semanas para enamorarse, pero esta última de separación me ha demostrado que lo que siento por ti es verdadero. Tu origen, tu pasado, tu verdadera historia, es solo una casualidad de la vida. Yo me hubiese enamorado de ti de cualquier manera.

—Yo también estoy enamorada de ti —respondió Anne—, pero supongo que me hacía mucho daño aceptarlo, sabiendo que Alice era parte de tu vida. Primero debía hacer las paces con mi pasado, antes de poder decirte lo que siento.

—¿Y ya hiciste las paces, definitivamente?

—Sí, quiero que Alice y Annabelle formen parte de mi vida, y yo de las vidas de ellas. Ha sido muy difícil para mí y aún tengo que acostumbrarme, pero estoy feliz de haber venido. Es el primer paso.

—Alice es una gran mujer —repuso él—, yo la admiro mucho, y estoy convencido de que tú verás lo mismo en ella también, cuando tengan más tiempo de conocerse. Voy a tenerle que agradecer mucho, pues trajo al mundo a las dos mujeres de mi vida. ¡Soy muy afortunado!

—He pensado en hacer la residencia de pediatría en California —le confesó Anne—. Mamá estaría dispuesta a mudarse dentro de un tiempo.

—¡Eso me haría muy feliz! —exclamó David dándole otro beso—. Justo iba a decirte que te visitaré todos los fines de semana en Orlando. ¡No quiero que la distancia sea un factor en nuestra contra!

—Yo tampoco, Dave, pero es un poco difícil hacer viajes constantes. Tal vez pueda estudiar aquí, como es mi deseo.

—Es un gran deseo —repuso él—, pero vivirán en mi casa.

—¿En tu casa? —Anne no lo comprendía.

—¡Por supuesto! Tengo un departamento en un condominio en San Francisco. Ahí es dónde me quedo cuando voy a la ciudad y no puedo regresar a Napa. Lo cierto es que lo uso poco, porque no me gusta estar solo. No es grande, pero tiene dos habitaciones: espacio perfecto para que vivas con Corine hasta que nos casemos.

—¿Casarnos? —Anne se ruborizó—. ¿No vas demasiado aprisa?

—Puede ser —rio él—, pero verás que lo haremos realidad y que nos casaremos. Lo sueño desde ya, en Disneyland.

—¡David! —exclamó asombrada—. ¿Una boda en Disneyland?

—Sí, nuestro amor lleva la magia de Disney y es un lugar precioso. No te lo dije, pero la última noche en el barco, cuando apenas me hablabas, tuve una epifanía. Probablemente estuviera soñando, pero te imaginé a mi lado, de blanco, con el castillo de fondo, y a nuestra familia de pie, sonriendo.

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