Kintsukuroi

El escondite

Mientras la taza de té se enfriaba, una mano masculina, juguetea entre los dedos con un pedazo de piedra plana, esperando que a el té... también se le vaya el tiempo.

Se escucha el sonido de la lluvia cayendo en gran cantidad, una cascada que humedece todo el balcón de madera, de esta habitación que se esconde en las laderas de este paisaje.

Verde, húmedo y frio...

Y es en este escondite, lejos de todos, donde él mismo se auto-exilia, una especie de ángel o un gandharva o quizás un Ārmaiti... siendo honesto con él mismo, quizás solo un demonio muy ingenuo e inocente.

Parece rondar los 30 y tantos años, de barba recortada y ojos marrones, su porte esbelto y su atura es de 175 cm. Sus brazos llenos de marcas extrañas, formas, figuras, letras... tatuajes de memorias que ya no estaban, de recuerdos que se fueron como el sonido del agua cayendo, dolores autoinflingidos para recordar algo o alguien, como si las marcas no fueran ese grito sordo suficiente y acusador...

Su nombre es Jorah Evander.

Sobre la silla, un chaquetón un poco pesado, él lo toma, lo sacude mientras busca sus botas en la habitación que esta adornada con cuadros que el mismo ha ensamblado, lleno de recortes de diarios, fotos, lugares donde ha estado.

En la habitación también hay libreros, estantes, sin ningún orden, pero no se ve mal.

Termina de vestirse, levanta la taza de té, y bebe un ligero sorbo, chasquea los labios.

- ya esta frio... le falta azúcar... 

Sonríe con una mueca de un solo lado, como burlándose de su suerte.

Busca algo entre revistas y objetos desordenados y susurra una palabra que no se entiende... da un ligero paso hacia atrás y la realidad que lo rodea empieza a fragmentarse, finaliza el paso y ya está en otro lugar, en otro tiempo, aun con la taza de té en la mano derecha, se mira un dedo de la mano izquierda y lo sacude como cuando te picas con algún alfiler.