UNA APROPIADA DESPEDIDA

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MAXIMILIAN

—Te prometo padre, que cuando tus ojos se abran encontraras a la misma Roma de cuando se cerraron—No dude en sujetar su mano entre las mías mientras internamente suplicaba a Júpiter que le regresara la vitalidad—Mataré a quien tenga que matar y hare que cuando llegue el momento de que partas de este mundo, Roma te recuerde como un ser divino que fue todopoderoso en vida.

Su cabello blanquecino caía sobre la cama, estaba ligeramente largo y su rostro parecía ser de un color semejante, no parecía haber mejoría desde que había caído, el doctor decía que era normal cuando pasaran unas cuantas semanas despertaría y recuperaría peso, o eso era lo que él pensaba. Deposite un beso en el dorso de su mano antes de dejarla a su costado, era momento de dejar Roma por unos meses, solo deseaba que al regresar el estuviera despierto y sano como antes.

—¿Esta seguro de esto? —Me preguntó Aurelius quien me esperaba en la puerta de la habitación—No han llegado noticias de Britania.

—¿Qué otra cosa mas deseas aparte de la carta de Suetonius? —Pregunté mientras caminaba por el pasillo en dirección a la salida—El águila de la tercera legión ha caído, la ultima vez que eso paso era diez años mas joven, en Germania, cuando Arminius cometió traición, César se volvió loco cuando se entero de que tres de sus mejores legiones habían sido aniquiladas por un bárbaro al que en algún momento se considero ciudadano de Roma.

—Pero esta vez el culpable es el hijo de su esposa—Agregó haciéndome detenerme, gire mi cuerpo para darle la cara.

—Tu sabes que Flavia no es una mujer en la que se pueda confiar, cuando lo tenga entre mis manos voy a ahorcarlo, espero que eso termine con ese afán suyo por entrar a la política y milicia del imperio, yo no me trago esas palabras—El pretoriano me dio la razón asintiendo con la cabeza.

—¿En cuanto a su esposa?

—¿Qué pasa con ella?

—¿La dejara sola en casa? Rápidamente mandare a una cohorte para que resguarde la villa—No era como si mi ausencia la pusiera en peligro, había suficientes guardias y esclavos a su lado además de que me había enterado de que se quedaría acompañada de Cornelia pues Marius había decidido acompañarme y no regresar a Pompeya, cosa que agradecía.

—Agradecimientos—Dije sinceramente—Dos mujeres se quedarán solas en casa, te encargo su seguridad.

No debía perder mas tiempo, era posiblemente la hora cuarta (08:00 AM), no debía entretenerme, tenia que volver a casa para colocarme la armadura y despedirme de Gia, su pregunta la noche anterior me había tomado por sorpresa, nunca antes nadie me había preguntado algo así, a pesar de que Augusto era la única familia que conocía nunca me preguntaba cosas como esas pues para todo romano morir en el campo de batalla era un honor que pocos podrían alcanzar.

Cuando la escuche casi podría jurar que tenía un nudo pues había hablado de manera pausada y ahogada como si temiera mi respuesta. No iba a morir, no podría permitirle hacerse de dinero por mi muerte, cuando llegue al enorme salón en dirección a la salida me encontré con una imagen que no espere.

Legatus, ¿Cómo osa anteponerse a las ordenes del senado? —Me preguntó Flavius Crispo poniéndose delante de mí impidiéndome el paso, detrás suyo aguardaban quince senadores más y su hija.

—Aléjese de mi camino—Espeté maleducadamente—He mandado una notificación al cónsul de Roma, no necesito darle ninguna explicación o bueno, acabo de acordarme de una: Espero que tenga mas nietos porque en cuanto Adriano cruce por esa puerta voy a acabarlo.

—Mi nieto ha caído en batalla—Se excusó—No puede hacerlo ver como un malnacido cuando no hay ninguna explicación de lo que ha pasado en Britania.

ARTS AMATORIA (VOL. I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora