LO QUE ROMA MERECE (PARTE 1)

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MAXIMILIAN

Admito que extrañaba el aroma del océano, justo ahora me encuentro apunto de subir a un barco rumbo a Pompeya, planeo visitarte para el mes de Marte o tal vez seas tu quien nos honres con esa visita, Cornelia aun sufre haber abandonado a Gia en Roma, admito que me ha persuadido para comprar una casa en la capital, pero también sé que de hacerlo extrañaría a sus padres.

Que los dioses permanezcan a tu lado hermano.

Fabius Marius.


Sonreí al leer la nota, Cornelia, Cornelia, debía aceptar que había pensado en que Marius exageraba al calificar a su esposa pero después de la noche anterior no volvería a dudar de las habilidades de Cornelia, ahora era mi turno de formar a esa mujer en las ávidas practicas del sexo, lo inicial estaba hecho y no podría negar que se sintió extremadamente bien, apretaba deliciosamente y sus labios eran tan cálidos que me vi obligado a no sujetar su cabello y follarle la boca de manera severa.

Caminé con el torso desnudo por la habitación, solo con una toalla cubriéndome de la cintura para abajo pues acababa de tomar un baño, me incliné frente al espejo mientras me debatía entre quitarme la barba por completo o solamente rebajarla levemente, dejé la carta sobre la madera del tocador mientras acariciaba mi barbilla.

Haber nacido en el mes de un dios tan masculino como Marte tenía sus ventajas—Además Augusto se complacía narrando que nuestra gens descendía de Rea Silvia, madre de Rómulo, hijo de Marte, mirándome el rostro no parecía tan falso como siempre pensé.

Mire la pluma y el papel que permanecían guardados en una caja de madera pensándome si debía responder a Marius, posiblemente ahora estaría cruzando la península así que lo mejor seria esperar a que desembarcara y se estableciera en casa. Di el ultimo trago a mi copa y rápidamente di una señal a una de las esclavas que calladamente aguardaban ante alguna orden.

—Mas vino—Rápidamente la lleno apartándose de mi presencia—Mi esposa...

—No ha regresado Dominus.

Gire un poco mi rostro para mirar por el ventanal encontrándome con la inminente caída de la noche, había dado instrucciones precisas de regresar antes de que el ultimo rayo de luz solar se ocultara en el horizonte, guarde la carta en uno de los cajones dispuesto a vestirme para ordenar que salieran en su búsqueda. Las mujeres eran conocidas por perderse entre platicas y suponía que eso era lo que le había ocurrido a mi esposa, pase las manos por mi cabello dejando caer un par de gotas de agua al suelo, la puerta se abrió de golpe.

—Maldita sea ¿Qué demonios pasa? —Pregunté dándome la vuelta, me quedé estático mirando los ojos carentes de tranquilidad de mi suegro, con solo mirarlo se podía deducir que las cosas no estaban bien, su rostro estaba levemente colorado.

—Los esclavos de Licinius intentan escapar—Comunicó casi entrecortadamente—Mi esposa, Galia y Gia están adentro.

Gia...

¡Maldita sea! ¡Mil veces maldita sea! Los esclavos eran salvajes no domesticados que podían morder las manos de sus amos en el momento menos esperado, Licinius era un senador muy conocido por Roma y sus provincias debido a su riqueza, pero especialmente por su obsesión por los esclavos germanos y galos, los mas brutales a mi parecer.

—¡Preparen mi caballo inmediatamente! Y díganles a los guardias que se preparen porque todos vamos a salir —Las esclavas comenzaron a correr fuera de la habitación, rápidamente abrí ambas puertas del enorme closet y comencé a lanzar a la cama mi jodida armadura.

ARTS AMATORIA (VOL. I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora