Capítulo I

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La niñez de Midoriya Izuku no fue la más agradable. Sus mejillas siempre se encontraban llenas de barro y moretones, a veces se mezclaban con sus lágrimas y al secarse dejaban rastros de dolor que pretendía esconder en una amplia sonrisa que de alguna forma conseguían engañar a su madre.

Las rodillas raspadas, los brazos heridos, el cabello lleno de ramitas de arbustos secas y rotas. Cualquiera que lo viera sabría desde el principio lo que ha sucedido con él y muy posiblemente harían lo mismo que sus atacantes, ignorar el opaco brillo en sus ojos.

Izuku no era capaz de decir algo al respecto, se mordía la lengua y apretaba los labios para no hacer mención del dolor de estómago que le provocaba ser empujado e insultado por los otros niños en el parque. Aceptaba seguir saliendo a jugar para no causar más preocupaciones a su adorada y dulce madre. No era justo que ella tuviera que sentir culpa por no ser capaz de cuidarse por él mismo.

Conseguía limpiarse un poco antes de llegar a casa, los rastros de lágrimas secadas por el viento y las heridas en su piel siempre eran cubiertas por alguna excusa que disimulaba con sonrisas y anécdotas falsas. A Izuku le daba felicidad ver en el desgastado rostro de su madre el deje de tranquilidad que le causaba saber que su pequeño y único hijo era feliz junto a otros niños de su edad. Izuku no iba a ser quien le quite las pocas sonrisas que aquella hermosa y delicada mujer podía formar en sus labios siempre agrietados.

Las veces que sus atacantes decidían irlo a visitar eran variadas. No siempre conseguían encontrarlo y el tampoco pretendía esconderse, sabía que hacerlo solo provocaría el enfado en los rostros infantiles llenos de maldad. Izuku tenía miedo a las represalias.

Aquel día donde Izuku sabía perfectamente que se podría encontrar con aquellos chicos decidió caminar por el otro extremo del parque, ese que lindera con un pequeño riachuelo cruzado por un puente de metal dispuesto para los peatones. Izuku no se estaba escondiendo, tan solo buscaba algo de tiempo para limpiar sus mejillas y borrar el rastro de sangre en la comisura de sus labios. En esta ocasión los golpes habían empezado desde el interior de su hogar y jamás dejaría que esos desalmados amigos suyos lo supieran.

Izuku miró a la distancia, por las nubes opacas en el cielo supuso que pronto llovería y que sus compañeros de juego desearían encontrarlo antes de que cayera el chubasco, pero él no tenía deseos de irlos a buscar para reclamar su porción de insultos del día. Era suficiente con la sarta de palabrotas que había escuchado de la boca de su padre. Si lo encontraban estaría bien, pero si le perdían la pista sería mucho mejor.

Sus ojos se dirigieron al riachuelo, el agua fluía rompiendo su camino entre las grandes rocas, podía escuchar el ruido de las piedras pequeñas chocar entre ellas al ser llevadas por la corriente. Izuku se preguntó hasta dónde podrían ser arrastradas o si aquella corriente sería capaz de llevarlo a él también.

Con la curiosidad puesta en su cabeza se acercó al borde del riachuelo y ahí se inclinó hacia adelante, asentando las rodillas sobre el filo. Su mano viajó sobre la superficie del agua y poco a poco la fue sumergiendo; como lo esperaba, el agua estaba helada. Podía sentir cómo la corriente rompía entre sus dedos y los mecía ligeramente por la fuerza, era agradable. Jamás había reparado en lo tranquilizante que resultaba ser el sonido del agua en movimiento, quizás podría convertir ese lugar en su espacio favorito.

El sonido de los autos y las personas a pocos metros de ese lugar aún se podían escuchar, pero si se concentraba en el ruido del riachuelo sería capaz de ignorarlos. Izuku sonrió, sus mejillas marcadas por el camino de lágrimas que anteriormente se desplazaron hasta desaparecer ahora tenían dos hoyuelos producto de la felicidad que le provocó ese pequeño contacto con la naturaleza.

Infierno Celestial [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora