Capítulo XII (I)

1K 149 45
                                    

Izuku amarró los cordones de sus zapatos mirando hacia la puerta principal de la casa, un largo y resonante suspiro salió de sus labios cuando sus dedos terminaron de anudar el lazo del segundo zapato. Miró por unos segundos hacia sus pies y luego cerró los ojos, una respiración profunda que inundó sus pulmones con el fresco aire del otoño fue suficiente para dejarle en sus labios una fantasmal sonrisa que podría asemejarse a una incómoda expresión de tristeza. En su cabeza rebotaba el recuerdo de aquello que lo esperaba cruzando esa endeble puerta de madera y eso no le agradaba, para nada, jamás le terminaría de gustar la preparatoria a la que asistía.

—¿Tienes todo en tu mochila?

La voz de Yagi le hizo asentir casi por inercia ante su pregunta, la grande y callosa mano sobre sus cabellos le devolvieron algo de calor, pero no el suficiente como para atreverse a sonreír sinceramente o a levantarse de la entrada para emprender camino una vez más hacia su tortuoso día a día.

—¿Volverás temprano? —preguntó mientras fingía acomodarse la vasta del pantalón con la punta de los dedos.

—Dos pacientes de rutina, no me llevará mucho tiempo, así que te espero para cenar.

Izuku asintió esta vez obligando a su cuerpo para que se pusiera de pie y encarara al hombre de cabellera rubia. Los ojos celestes lo escrudiñaron con ese brillo que le advertía sobre un rápido análisis de sus expresiones, inmediatamente fijó su mejor gesto de felicidad divagando entre sus escasos recuerdos felices para conseguir una sonrisa sincera. Yagi frunció un poco el ceño y suspiró.

—¿Algo no anda bien nuevamente en la escuela? —preguntó apretando el puente de su nariz—. Izuku, si algo no anda bien...

—No es nada, como te lo dije ayer y antes de ayer y todos los días pasados. Estoy bien. La escuela es...algo pesada y aburrida, es normal que no me guste después de tantos años en la casa hogar—dijo Izuku con la expresión seria reflejando que en ciertos puntos esa era una verdad a medias—. Estoy bien, he tenido varios meses para adaptarme y lo estoy tomando con calma.

Yagi asintió sin querer presionarlo demasiado, Izuku necesitaba desahogarse de lo que sea que estuviera pensando, pero obligarlo no era la forma correcta y eso él lo sabía de sobra.

—De acuerdo, me tienes aquí, recuérdalo.

Y claro que lo hacía, todas las mañanas al despertar y encontrar a esa persona de gran sonrisa en la mesa de comedor acompañado de un gran y elaborado desayuno, las veces en que sus horarios coincidían por la tarde y comían alguna botana viendo televisión basura y conversando de su día, o por la noche al cenar cuando él le daba las buenas noches y una caricia en sus verduzcos cabellos. Izuku sabía que Toshinori Yagi estaba para él, que lo tenía ahí vigilando su sueño y priorizando su bienestar, y de cierto modo aquello, por encima de resultar agradable, se sentía asfixiante.

Con un asentimiento de cabeza y una sacudida de su mano Izuku se despidió de Yagi para emprender camino a la preparatoria. En su cabeza los recuerdos de esos últimos tres años rozaban las fibras de sus débiles paredes mentales y le hacía estremecer. Todo lo ocurrido desde entonces parecía una vil película de presupuesto barato grabada con una cámara de resolución estúpidamente mala y un guion escrito por un traumado social que odia la vida tanto como él.

Sí, Izuku se sentía un personaje de novela dramática que ha pasado de ser un huérfano en una casa hogar a un adolescente adoptado por su filántropo psiquiatra. No lo negaba, estaba completamente agradecido por el apoyo que el hombre le había entregado durante esos tres años, el hombro que sirvió como apoyo de sus mejillas cuando despertaba llorando, de las manos que lo tomaron por los brazos para no dejarlo caer en sus crisis de ansiedad, de los pies que se movían veloces a su dirección para resolver cualquier problema que tuviese, de su corazón que vivía y latía por su bienestar.

Infierno Celestial [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora