Capítulo 8

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— ¿Y ahora qué hacemos?— pregunta el chico asustado, sin despegar los ojos de la pantalla.

— Improvisar.

— ¿Qué? Nos van a pillar, Vero.

— Si sigues hablando sí que nos van a pillar. Shh— pone el dedo índice sobre sus labios—. Voy a terminar de borrar las imágenes, a conectar la alarma y a salir de aquí, ¿vale?— el chico asiente.

La chica se vuelve hacia las pantallas nuevamente y termina de borrar las imágenes. Una vez borradas salen con sigilo del cuartito y Verónica se dirige al pequeño panel de la entrada.

— Corre hasta el salón y sal al jardín. Pegado a la pared vete a la valla y pégate a ella. Luego agáchate detrás de los arbustos que hay a la izquierda. Allí no llegan las cámaras.

— ¿Y tú? Te van a ver.

— Hazme caso. Todo saldrá bien— de mala gana se va hacia el jardín.

De fondo se escucha la puerta del garaje cerrarse. No le queda mucho tiempo. Velozmente introduce la contraseña hasta que el panel cambia de verde a rojo y corre a lo Forrest Gump hasta el jardín para encontrarse con Aarón.

Cuando está terminando de cerrar la puerta del jardín ve que la de entrada se está abriendo.

Escapó por el pelo de un calvo.

— Sígueme y no te despegues de la valla— dice nada más ver a su amigo—. Es el punto ciego de las cámaras.

Avanzan todo lo rápido que sus piernas le permiten hasta que llegan a la puerta de la valla.

Verónica mira hacia la casa para asegurarse de que Jane no esté mirando hacia la calle y corran el peligro de ser vistos. Al ver que no, abre la puerta y, cuando salen, la cierra lo más suave que puede.

Miran a su alrededor. No hay nadie.

Velozmente caminan calle abajo para salir de Prostasia. Casi llegando a la puerta, un coche negro entra a la urbanización. Todo normal hasta que la joven mira a su conductor. Le es familiar.

No se acuerda de dónde lo conoce o por qué le es familiar, pero lo que es seguro es que lo conoce.

Se queda unos segundos mirándolo, escrutándolo, hasta que el coche avanza y lo pierde de vista.

Chico moreno, pelo corto. Lleva gafas de sol, por lo que no puede verle los ojos. Un pendiente en su oreja izquierda: un aro pequeño del que cuelga una pequeña pluma plateada.

Toda la información visual que puede recolectar del chico.

Siguen caminando hasta llegar al apartamento.

— ¿Quién me manda a mí a meterme en estos fregados?— lamenta el joven cerrando la puerta.

— No pasó nada.

— Casi nos pillan, Verónica. Tuvimos suerte de que no nos viera Jane.

— Por eso. No nos vieron. Estamos aquí. Vivitos y coleando. No hay de qué preocuparse.

— A veces no entiendo cómo te aguanto— gira los ojos, la joven le sonríe mientras se encoge de hombros.

Con las dos mochilas colgando de sus hombros, Verónica se va a la habitación para sacar todo de estas y buscarles sitio. Así se pasa toda la tarde. A eso de las nueve y media de la noche, su amigo toca y abre la puerta.

— Hice sándwiches mixtos. No tardes, que fríos no saben igual— la chica le sonríe y lo sigue hasta la cocina.

Comen en silencio hasta que la chica lo rompe.

SecuestradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora