Capítulo 11

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Con cierta precaución, el hombre se sienta al lado de la chica. Esta mira a Valentina y a Abraham constantemente. Parece que está en un partido de tenis.

— ¿Cómo que puede que hayas encontrado a Alexa?— inquiere el hombre, cauteloso.

— Primero que nada. Abraham, ella es Verónica— el susodicho dirige su mirada hacia la joven y le extiende la mano a modo de saludo. Ella se la estrecha y ambos se sonríen—. Ella vino para hablar conmigo sobre el tema de nuestra hija. Me estuvo comentando que hace poco descubrió que era adoptada y empezó a buscar información que pudiese llevarle hasta sus padres biológicos. Esa investigación le ha llevado hasta aquí— Abraham hunde las cejas.

— ¿Cómo que le ha llevado hasta nosotros? ¿El qué ha hecho que dé con nosotros?

— Eso mejor que te lo explique ella— la mujer le sonríe a la muchacha.

Hay una pequeña pausa hasta que Verónica consigue encontrar su voz.

— Encontré una hoja con información mía en la que ponía que el nombre que me pusieron nada más nacer es Alexa y que luego me lo cambiaron a Verónica. Aparte, ví unos documentos en los que ponían las iniciales de mis padres: V. G. y A. V. y ponía que tenía tres hermanos, de los cuales uno era mi gemelo— el pobre hombre trata de procesar la información.

Parece que se ha congelado. No habla, no se mueve y la chica puede jurar que apenas está pestañeando.

— Aparte, antes comparé una foto de ella de pequeña con una de las pocas fotos que tenemos de Alexa y son dos gotas de agua— el hombre apoya los codos sobre sus rodillas y la cabeza la esconde entre sus manos—. ¿Abraham?— la mujer se acerca y le pone una mano sobre uno de sus hombros. Levanta la mirada y ve que lágrimas caen de sus ojos.

— ¿Eso sig... significa que... puede ser...?— no consigue acabar la frase.

La mujer asiente. Ambos pasan a mirar a Verónica, que alguna lagrimita corre por su mejilla. Rápidamente se la limpia. Se quedan un rato mirándose fijamente. La chica analiza al hombre.

Tiene los ojos llorosos, rojos y algo hinchados. La nariz algo roja, las mejillas mojadas. Se está mordiendo ligeramente el labio inferior en un intento fallido de contener las lágrimas.

El molesto tono del teléfono suena, sacándolos a los tres de sus mundos. La mujer pasa de él, pero este vuelve a sonar una y otra vez hasta que deja de hacerlo. De pronto, alguien toca la puerta del despacho. Valentina da su consentimiento para que esa persona pase y, cuando la puerta se abre, deja ver a Alfonso, su secretario, con una tablet en la mano.

— Siento la interrupción. Señora García, los patrocinadores le están esperando en la sala de juntas.

— Gracias Alfonso, ahora salgo— el chico asiente y cierra la puerta. Todos se miran entre todos—. Tengo que irme, no puedo aplazar la reunión.

La chica mira la hora en la pantalla de su móvil. Las 12:05.

— Yo también tengo que irme. Un placer conocerles en persona al fin— la joven se levanta y se aproxima a la puerta. Antes de que ponga la mano sobre la manilla, la voz del hombre la frena.

— Antes de que te vayas, ten nuestros números de teléfono— coge papel y bolígrafo, los anota y le entrega el trozo de papel a la chica—. Creo que hablo en nombre de los dos cuando digo que, si nos das tu aprobación, nos gustaría hacernos las pruebas de paternidad para saber si... bueno... si eres nuestra pequeña— su mujer lo apoya asintiendo, tiene una sonrisa cálida dibujada en su rostro.

— Claro, cuando quieran— se vuelven a mirar por un rato hasta que vuelven a llamar a la puerta. La chica la abre, dejando ver a un Alfonso bastante agitado.

SecuestradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora