CAPÍTULO. 2 PARTES 5

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Me salió una sonrisa involuntaria. Representaba un par de zapatillas de punta de ballet. Era un
dibujo bastante sencillo, pero bien pintado en acuarela con tonos rosas y fondo blanco.
Seguramente habría dibujos mejores alrededor, pero yo solo me fijé en aquel. En las zapatillas de ballet. Me hablaba a mí.
Llevaba bailando desde los cuatro años, y ya estaba en quinto grado. Me encantaba.
Me quedé mirando el dibujo, embobada, hasta que, después de un rato, me di cuenta de que
había perdido de vista a Marina.
¡Genial! Me iba a matar, porque hacía un momento yo estaba chuleando sobre que no necesitaba una guía, y de repente el karma me había cruzado la cara de un guantazo.
Miré alrededor. No tenía ni idea de por dónde salir. Cada uno de los pasillos de la encrucijada
acababa en una puerta, y no sabía por cuál de ellas había salido Marina.
—¿Te gusta el ballet?
Bajé la mirada. Allí estaba ella, a mi lado. No tenía ni idea de cómo ni cuándo había llegado
hasta allí. Pero ahí estaba de nuevo. Y me había pegado un susto de muerte.
—Pensaba que te habías ido...
—Y yo pensaba que había hecho todos los esfuerzos posibles para demostrarte que no te voy a dejar sola. —Se pasó la mano por la cara en un gesto de cansancio—. Vámonos antes de que nos pongan una sanción...
O sea, que sí, que aquel atajo estaba prohibido.
Pero ya era demasiado tarde.
—Chicas, ¿qué hacéis aquí? —preguntó un profesor salido de la nada. Era más bien alto y,
además, tenía una pose estirada, como rígida, aunque seguramente no ayudaba el hecho de que llevara la camisa planchada a la perfección y metida por los pantalones. Vestía una americana muy elegante en la que no había ni rastro de tiza. Era como si fuera demasiado elegante incluso para
ser un profesor. Estaba jugueteando con una llave y silbando alegremente y no parecía tener prisa por empezar clase alguna. Después de llamarnos la atención, giró a la derecha y abrió una puerta.
En ella se leía Principal/Director. Por eso iba tan elegante: era el director. Y aquel debía de ser su
despacho.
—No me va a hacer ni pizca de gracia tener que castigaros, sobre todo porque Marina es una
alumna ejemplar —dijo mientras giraba el pomo y abría la puerta.
Pero, o Marina no era tan alumna ejemplar, o sí que le hacía gracia castigarnos, porque nos hizo una señal con los ojos para que pasáramos dentro.
Ni idea de cómo pudimos mantenernos con vida tras cruzar aquella puerta. Lo juro; parecía como si, al entrar, hubiéramos cruzado algún tipo de pared, o de cristal invisible, que no se podía ni ver, ni oler, ni tocar, pero cuya densidad nos cayó encima de repente.
El director nos señaló dos sillas que estaban frente a un escritorio, y nos sentamos. Un calor
sofocante traspasaba el cristal de la ventana que había al fondo del despacho como un haz de luz láser, dándome justo en medio de las cejas. Y justo en ese punto de la frente empecé a sentir un tremendo dolor de cabeza. También comencé a tener ganas de vomitar todas las comidas que había tomado aquella semana.
Como pude, volví la mirada y vi a Marina medio ahogada en la silla, abanicándose el cuello
para soportar la sauna que era el despacho del director. Pero no había nada en su lenguaje
corporal que me hiciera pensar que nos habíamos metido en un lío. Su postura era incluso desafiante, casi impaciente, como cuando te riñe un desconocido por la calle que no tiene ni idea de lo que está hablando. Era como si Marina tuviera más respeto al chulito de la clase que a aquel señor. Matthias, de acuerdo, Matthias. Tarde o temprano debía empezar a llamarle por su nombre.
—Hace calor, ¿verdad? —comentó como si nada, como si aquella atmósfera sofocante no fuera con él. Llevaba americana. Por Dios santo, ¿cómo podía aguantarlo?
—Es insoportable —soltó Marina con un bufido.
Si el profesor la oyó o si percibió ese tono de impaciencia en su voz, no hizo caso.
—Por cierto, a ti no te había visto nunca. ¿Eres la nueva? —dijo mirándome a mí directamente.
Quise responderle que su pregunta no tenía ninguna lógica. Si no me había visto nunca, tampoco había que ser un genio para pensar que era mi primer día, ¿no? Pero no dije nada. No quería
meterme en más líos. Además, al final Marina respondió por mí.
—Sí, profe —musitó, medio muerta de calor.
El hombre se frotó la boca, como si se estuviera pensando si merecíamos ser castigadas o no.
—Ah, ahora lo entiendo. Lo que estabas haciendo tú, Marina, era enseñarle el instituto, ¿verdad?
—Ella asintió con la cabeza y el profe hizo lo mismo justo antes de decir—: Entonces podéis iros.
Y tú, Marina, procura enseñárselo todo bien a tu compañera, ¿entendido?
Suspiré aliviada.
—Entonces ¿nos perdona el castigo? —pregunté confundida. No entendía nada.
Aquello fue como un milagro, pues el director se echó a reír y dijo:
—¿Castigo? ¿Qué castigo? No, no. Jamás os castigaría. Marina es una de las mejores alumnas de este centro. Si estás con ella es que estás en buena compañía. Vamos. Fuera, fuera de aquí.
Seguid con lo vuestro.
Mientras el director abría la puerta para que pudiéramos salir, Marina y yo nos miramos. Estoy convencida de que en ese momento pensamos lo mismo: que suficiente castigo había sido estar en aquella sauna de despacho a principios de septiembre.
Por suerte, pronto llegamos al exterior otra vez, al otro lado del patio del instituto, y me sentí
muy agradecida de que el aire fresco me diera en la cara.
—Bueno —exclamó Marina, que, como yo, también tenía mucho mejor aspecto—. Voy a
presentarte a mi grupo.
Yo, que todavía no había logrado quitarme del todo mis pensamientos tóxicos de la cabeza, no estaba completamente convencida. En cualquier caso, dejé que me guiara por la curva del mismo camino de piedras que habíamos seguido antes, hasta llegar a un patio que quedaba en medio de los distintos edificios del instituto. Era realmente precioso; todo estaba cuidadísimo, y no había una sola pared desconchada ni una sola planta marchita. En el centro del patio había una cancha de baloncesto, pero estaba vacía. Entonces cruzamos por una especie de acera con arbolitos que daban sombra y llegamos a un segundo patio, algo más escondido. Y allí, sí, allí estaba todo el mundo.

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