—Tía, entonces me la tienes que enseñar luego... —A Marina casi se le saltaban las lágrimas.
—Claro, claro, si tanta ilusión te hace, te la enseñaré, pero no será gratis... —le dije para seguir con la broma, pero, entonces, Maddie agitó los brazos con fuerza, como si acabara de recordar algo y quisiera cortar nuestras risas de golpe.
—Por cierto... ¡Por cierto, tías! —gritó, apresurada. Al final, iba a ser verdad que acababa de pensar en algo importante—. Vais a venir el sábado por la noche a la fiesta, ¿verdad?
Todas asentimos al mismo tiempo. Todas menos Marina, cuya cara, además de un poema, reflejaba un intento desesperado por hacer memoria. Marina, en general, era así de desastre.
—¡La fiesta de bienvenida del novio de Maddie! —le espetó Jacqueline, mientras ponía los ojos
en blanco. En cuanto lo dijo, la aludida sonrió con orgullo.
Entonces, escuchamos una vocecita que preguntaba:
—¿Quién es el novio de Maddie?
Era Zoe, claro. Hacía tanto tiempo que no decía nada que seguro que a más de una se le había
olvidado que estaba con nosotras.
—Se llama Cody. Ha regresado hoy —respondí yo al instante—. Es el hijo del director del
instituto, se suele pasar a lo mejor tres o cuatro meses fuera porque es futbolista de élite, y solo
viene de vez en cuando, y...
—¡Y está muy cachas! —se apresuró a decir Maddie, mientras las demás nos volvíamos a reír.
—Y está muy cachas. Eso es lo más importante que debes saber de él —añadí yo.
Eso último volvió a arrancar unas pocas carcajadas a las chicas, hasta que Maddie frunció el ceño, pensativa.
—Por cierto, chicas... Quería estar guapa y diferente para cuando me viera Cody, pero mi padre no me deja hacerme el piercing en la nariz. —Se mordió el labio, inquieta—. Y no sé...
Se calló, igual que todas, cuando Jacqueline levantó las manos para que la escucháramos.
—No se hable más. El viernes por la mañana iremos a la tienda de tatuajes y piercings que hay al lado de mi casa.
—Pero el viernes hay clase... —comenzó a decir Zoe, aunque cerró la boca enseguida, como si
le diera vergüenza haber hablado.
—El viernes... —afirmó Jacqueline, mientras fruncía las cejas, muy segura de sí misma—. Ese
día no hay clase para nosotras.
Evidentemente, sí había clase. Pero Jacqueline había dejado claro que nos la íbamos a saltar. En ese momento me incliné hacia Zoe.
—¿Te apuntas? —le susurré al oído, para luego apartarme y mirarla fijamente a los ojos. Quería sostenerle la mirada, ver hasta dónde era capaz de llegar para sentirse incluida en el grupo. La
miré con tanta intensidad que tuvo que bajar la mirada y apartarse. Estaba claro que se estaba
poniendo nerviosa.
—No lo sé... —musitó, pero entonces sacudió la cabeza, como si de ese modo pudiera reunir
algo de valentía—. Bueno, vale. Sí. Sí —repitió—, me apunto.
Volví la cara y miré a las demás, que estaban pendientes de nuestra conversación.
—Pues no se hable más. Quedamos en el portal de mi casa a las diez —zanjó Jacqueline—.
Iremos a hacerte el piercing en la nariz, Maddie. Ya puedes ir pensando si quieres un aro o una
bolita. Aunque creo que te quedaría mejor un aro. Y luego iremos al muelle de Venice. Tú, Zoe, sabes cuál es, ¿verdad?
El muelle de Venice era, seguramente, uno de los lugares más famosos de Los Ángeles, así que me parecía casi imposible que Zoe no supiera cuál era. De todos modos, como imaginaba que ella no hablaría porque estaba demasiado agobiada como para contestar, di un paso para ponerme a su lado.
—Yo le pasaré la ubicación, Jacqueline.
Eso pareció suficiente. Jacqueline cruzó los brazos, satisfecha.
—Genial. No os olvidéis de llevar ropa de recambio para poneros guapas —dijo mientras se sacudía el pelo al final de la frase, en un intento de parecer sexy.