CAPITULO 6

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Unos pesados pasos se escucharon acercándose por todo lo largo del pasillo, al final de este estaba la celda de Virag, un seco ruido metálico lo distrajo de sus recuerdos de antiguas conquistas y lo hizo voltear. La rechinante y pesada puerta con bisagras oxidadas se abrió y un hombre alto, fornido y de apariencia atemorizante le hablo.

—¡¡Eey, Don Juan. Ponte en pie!! –Virag en silencio obedeció, ya sabía cuál sería el pago de no hacerlo y el hombre le lanzo al rostro una cantidad de agua que traía en un cubo, lo que equivalía a su baño semanal, cuando el hombre estaba a punto de retirarse se giro de nuevo para con Virag y le dijo. –Don Juan. ¿Sabes quien acaba de volver a la ciudad? –Virag no respondió. –La nueva señora Ribeiro.

—¿Quién demonios es esa?

—¡La antigua señorita Iustus! Esa si la conoces, ¿no? –El hombre al ver el rostro desencajado de Virag debido a la sorpresa, solo se rio de él a todo pulmón, pero antes de darle la otra noticia, el hombre paró en seco de reír. –Y por cierto, tu padre se suicido hace un par de días...

—¡¡Eso debe ser mentira!!

—Es verdad, tu padre está muerto.

—¿Como nadie me aviso?

—Porque el señor Silva le pidió al juez que te prohibieran las visitas.

—¿Héctor? ¿Héctor hizo eso?

—Sí y ya no me preguntes más Don Juan, tengo muchas cosas que hacer, ya cumplí con avisarte.

Virag lloro por su padre, por el dolor de su muerte y por la culpa, por la pena que estaban viviendo su madre y su hermana, por la impotencia de no poder hacer nada por ellas y pensó que si él no hubiera caído en los juegos de Catalina, su vida en estos momento seria otra, si en algún momento se hubiera dado cuenta de lo mucho que Lucia lo amaba, ella sería su esposa y no la de Héctor, no sería la esposa de aquel que por años fingió ser su amigo y más que eso, fingió ser su hermano. Estando ahí, sentado en el piso de su celda y mientras veía a una rata roer la avena pegada en el cuenco de su comida, juro que si dios le permitía salir de su prisión, se vengaría de Catalina, se vengaría y la haría pagar por todo lo que le estaba provocando a su familia.

En la casa Iustus, un gran carruaje que transportaba a Catalina y a Fernando, detenía sus caballos. Por petición de Antonio, la nueva pareja viviría en la casa Iustus y Fernando que solo quería cumplir los deseos de su esposa, acepto gustoso.

Catalina, después de saludar a su padre y a su madre, se retiro a su habitación, tomo un largo baño y estuvo lista para la cena, la cual transcurrió entre preguntas de su luna de miel y amplias sonrisas entre ella y su padre. Por la noche, Catalina espero que la casa estuviera en silencio, salió de su habitación y se dirigió en silencio a la de Fernando, abrió despacio la puerta, vio a Fernando dormido y levanto las sabanas para meterse a la cama con él.

—¡Catalina! ¿Qué haces?

—Pensé que ahora que estamos en casa, por fin podríamos... —Fernando se sentó y cubrió su rostro con ambas manos, Catalina entendió que algo lo estaba molestando. –¿Qué pasa? ¡Estamos casados!

—Catalina, hermosa, si no te toque en todo el viaje es porque eres una niña para mí. ¡No me gustan las niñas! ¡No pienso tener nada que ver contigo!

—¡¡Pero si solo son 7 años de diferencia!!

—Para mi eres una niña. ¡Tienes 15 años, Catalina!

—¿Entonces porque te casaste conmigo?

—Por negocios. Solo por negocios. Catalina, te creí mas lista, me decepcionas.

Pasión y VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora