Héctor estaba furioso, la herida le dolía demasiado, jamás había experimentado un dolor como ese en su vida, el podía notar que la herida no era mortal, sabía que si acudía con algún médico estaría bien, pero no había tiempo de eso, tomo la primera pieza de tela que vio en la habitación, ni siquiera supo que era, quizá un fondo de uno de los vestido de su esposa, con unas tijerillas que encontró en un cajón, corto la pieza y la doblo hasta que quedo del tamaño de la palma de su mano, el tamaño perfecto para cubrir toda su herida, coloco la tela debajo de su chaleco y sobre la camisa, pensó que con eso sería suficiente y después de que encontrara a Lucia y le diera su merecido podría ir con un medico, pagarle bien y que nadie se enterara de nada.
Ya cubierta la herida, lo que seguía era salir de esa maldita habitación. Héctor no estaba en condiciones de saltar por la ventaba, era demasiada la distancia entre la ventana y el suelo, así que comenzó a golpear la puerta con todo su peso y con el dorso brazo, del lado sano. El padre de Lucia escuchaba los golpes y las maldiciones de Héctor, pero no acudiría, solo se limito a beber una copa de brandy y fumar un puro, mientras paseaba por el frente de su casa.
Después de un sin número de golpes, Héctor sintió como las bisagras de la puerta comenzaban a vencerse, esto lo motivo a continuar y en menos de diez golpes más, logro aflojarla lo suficiente como para removerla con sus manos. Tan triunfante como encolerizado, salió corriendo de la casa en busca de un caballo, sabia a donde ir exactamente, a la casa Petrescu, pero al llegar, solo vio a Mica salir corriendo, por un momento pensó en aprovechar e ir por su esposa, pero, si Mica salió corriendo así de su casa, era por algo y el debía de saberlo, así que decidió seguirla, después de todo, ya había esperado mucho, un poco mas no le afectaría.
Ricardo se había tumbado de nuevo en su colchón de paja mientras encendía un cigarro, cuando alguien abrió su puerta de una patada. Era un hombre bien vestido que se sostenía el costado, trataba de caminar derecho pero la mueca de dolor no la podía disimular. Ricardo al ver a este hombre entrar de aquella manera a su refugio, no le agrado en lo absoluto.
—¿Y tu quién demonios eres?
Dijo Ricardo enderezándose, pero sin levantarse de su cómodo colchón.
—¡Soy Héctor Silva y más vale que me digas lo que quiero saber!
—¿Y se puede saber que quiere que le diga al caballero?
Pregunto Ricardo fingiendo no reconocer al hombre.
—¿Que hacia aquí Mica Petrescu?
—¡Fornicaba conmigo, le pague a la ramera y se fue! –Y no mintió, solo omitió algunos detalles y altero otros. –Si la busca para algo especial, puedo traérsela yo mismo, claro por un par de monedas...
La intención de Ricardo era que Héctor aceptara que trajera a Mica ante él, dando tiempo para el mismo poder avisarla y ayudarla a huir. Pero Héctor no era ningún tonto, rápidamente examino la pequeña y mal oliente habitación, encontrando al lado de un cuenco de madera, que al parecer Ricardo utilizaba para tomar sus alimentos, los aretes con los que Mica había pagado el arma, aretes que de inmediato Héctor reconoció, ya que esos mismos aretes él se los había comprado a Lucia en su luna de miel.
—Te daré una oportunidad más. ¿Qué hacia aquí Mica Petrescu?
—¡Fornico conmigo! ¡Y si no quiere que le traiga a la ramera, mejor váyase!
Héctor sonrió tranquilo, pretendió dar un paso para retirarse, pero en realidad solo tomo impulso para saltar sobre Ricardo, lo tumbo de su colchón y juntos cayeron al piso. Héctor tomo por los cabellos a Ricardo y estrello su cabeza múltiples veces contra el suelo de madera, hasta que en el mismo se empezó a dibujar una mancha roja, con la sangre que empezó a emanar de su cráneo lastimado cada vez más, cuando Héctor lo vio aturdido y que sintió que luchaba menos, le repitió.
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Pasión y Venganza
Historical FictionEl mas próspero puerto de Portugal vio nacer a una joven, Catalina Iustus, cuya maldad y ambición solo era equiparable con su orgullo y belleza. Catalina desató un infierno, para todo el que la rodeaba. Llena de rencor, odio y deseos torcidos de ven...