CAPITULO 11

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El día había llegado, el festival de la pesca comenzaría al antes del atardecer. Mica había conseguido cuatro pasajes para un barco que saldría esa misma noche, cuando todos estuvieran distraídos con la bebida y la pirotecnia, eran apenas las ocho de la mañana, Mica tenía poco que había llegado de trabajar en el bar del puerto, pero ya estaba atareada haciendo un par de maletas, su madre la veía como seleccionaba las prendas mas decentes y enteras que les quedaban y unos cuantos recuerdos de su infancia, en los cuales se permitía perder unos cuantos segundos divagando.

—Hija, ¿Tú también te irás? –Pregunto la madre de Mica, con calma infinita e inconfundible tristeza, con la vista un poco pérdida y una lágrima a punto de escapar. –¿Te irás igual que tus hermanos?

—No madre, nos iremos todos. –Contesto Mica, dejando a un lado su labor con las maletas y yendo hasta donde estaba sentada su madre, se puso de rodillas frente a ella, tomo sus manos entre las de ella y las froto con cariño. –Virag, Lucia, tu y yo, empezaremos una nueva vida. ¡Seremos una familia de nuevo!!

—¿Cómo podremos ser una familia otra vez, si ya no está tu padre?

—Mama... debemos continuar, debemos irnos de aquí, nada bueno hay para nosotros en el puerto ya.

Mica se puso en pie de nuevo y continuo empacando, respiraba profundamente para evitar las lágrimas, sabía que no tenía tiempo para derrumbarse, no ahora, no hoy.

En la casa de Catalina Iustus, todos los sirvientes, incluyendo los esclavos trabajaban desde temprano preparando hasta el último detalle del festival, la mayoría habían sido enviados al puerto para ayudar con las decoraciones, tal como se acostumbraba cada año. Todas las familias involucradas en los preparativos de dicha celebración, enviaban a la gran mayoría de sus sirvientes a preparar y embellecer las calles, con guirnaldas, lámparas y demás adornos, razón por la cual Catalina se encontraba casi por completo sola en casa.

Estaban por dar las nueve de la mañana y Catalina estaba aun sentada frente a su espejo, contemplaba su propio reflejo, recordaba su infancia, recordaba el caminar por las calles del puerto de la mano de su padre, bajo las estrellas, divirtiéndose en aquel mismo festival y se preguntaba como todo había llegado tan lejos, se preguntaba como ella, que de niña había sido tan feliz, ahora se sentía tan vacía. Entonces alguien toco a su puerta y el ruido la hizo reaccionar, sacudió un poco la cabeza y su rostro regreso a esa expresión digna y altiva, digna de cualquier reina.

—Adelante.

—Su vestido ha llegado mi señora.

Era Virag, cargaba cuatro cajas que iban de grande a más pequeña.

—¿Y porque las traes tu?

—Las mujeres de servicio no están en casa... usted las envió al puerto a ayudar. ¿Recuerda?

—Claro que lo recuerdo. Deja las cosas sobre la cama.

—No ha desayunado señora. ¿Gusta que le suba algo?

—¡No! No necesito nada.

Virag dejo las cajas donde Catalina le había indicado y no pudo evitar ver el reflejo de esta en el espejo, se veía obviamente triste, culpable y perdida. Por un momento Virag sintió pena por ella, la vio tan joven, tan hermosa, tan poderosa y tan sola. Si la mujer en cuestión hubiera sido otra, la hubiera abrazado a manera de consuelo, pero no lo hizo, jamás lo haría. La mujer a la que veía era el demonio lamentando su propia maldad, era Catalina y después de todo, cada quien cosecha lo que siembra, pensó Virag, y por fin dijo.

—La muerte nos cambia. ¿Verdad Catalina? Y más cuando es por propia mano...

Catalina volteo despacio hacia él y le dedico una completa mirada de odio.

Pasión y VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora