Lucy Cooper
El cartel plateado de la agencia de co-paternidad resplandece bajo los rayos del sol invernal de Manhattan.
Me quedo plantada frente la puerta del local de aspecto lujoso unos segundos, con el corazón acelerado y
la respiración agitada. Después de once meses de espera, por fin alguien ha mostrado interés en mi perfil,
lo que significa que, en algún lugar de este sitio, si todo va bien, espera el hombre que puede convertirse
en el padre de mi hijo.
¿No sabes qué es una agencia de co-paternidad? No te preocupes, yo hasta hace poco tampoco lo sabía.
La co-paternidad es el nombre que se emplea para designar a dos personas que deciden tener hijos juntas
sin necesidad de compartir un vínculo romántico. Este tipo de agencias se encargan de todo el proceso
que implica la paternidad compartida: encontrar a alguien compatible según tus necesidades, hacer de
enlace con las clínicas reproductivas para el tratamiento de reproducción asistida y asumir todos los
aspectos legales derivados del proceso.
¿Qué ha llevado a una chica de veintisiete años, con varios años fértiles aún por delante, a recurrir a
una agencia como esta? Fácil: quiero ser madre. Estoy harta de ignorar la llamada de la maternidad a la
espera de un momento más propicio. Quiero ser madre y quiero serlo ya. Pero no quiero ser madre
soltera, con todo lo que eso implica, quiero que mi bebé tenga un padre. Yo tengo una relación muy
especial con el mío y quiero lo mismo para mi bebé. Dado el estrepitoso fracaso de mis relaciones
sentimentales, sé que es improbable que el amor forme parte de la ecuación. Desde el inicio de mi vida
adulta solo he salido con hombres alérgicos al compromiso, adictos al trabajo, emocionalmente
inaccesibles y con un síndrome de Peter Pan muy evidente. Me he hartado de esperar que eso cambie,
está claro que Manhattan es una máquina expendedora de capullos integrales que solo buscaban sexo
ocasional. Puede que la niña romántica que hay dentro de mí y que aún cree secretamente en los cuentos
de hadas viva con decepción esta realidad, pero la adulta en la que me he convertido sabe que he tomado
la decisión correcta. Desvincular la paternidad de las relaciones amorosas es la mejor manera de
ahorrarme problemas en el futuro.
Respiro hondo y compruebo mi aspecto en el reflejo que me devuelve la puerta acristalada de la
agencia. Me he dejado el pelo castaño suelto sobre los hombros y he elegido un vestido sencillo pero
elegante de color azul oscuro para la ocasión. Todo sigue en su sitio. Todo excepto mi corazón que brinca
nervioso dentro de mi pecho. Con una nueva respiración, entro en el local de paredes blancas y aspecto
aséptico.
Tras el mostrador de recepción una chica vestida impolutamente con un traje chaqueta negro me hace
pasar a una sala donde otra chica vestida de la misma manera me explica que, antes de presentarme al
hombre que se ha interesado en mi perfil, tengo que firmar un contrato de confidencialidad. Nada de lo
que hablemos a continuación puede ser compartido con terceras personas, de lo contrario, puedo
enfrentarme a una demanda.
Garabateo mi firma en la casilla correspondiente y la chica me pide con una sonrisa que le siga hasta
otra sala, donde él ya nos espera. Los nervios aletean en mi estómago de anticipación. Tras cruzar un
pasillo estrecho, abre una puerta y me hace pasar primero.
En lo primero que me fijo al entrar es en el pelo oscuro de la única persona que hay en la estancia. El
hombre está sentado de espaldas y, al escucharnos entrar, tira la silla hacia atrás para mirarme. Sus ojos
azules chocan con los míos y noto el vértigo instalarse en mi vientre. Las facciones de su rostro son
varoniles y marcadas. Tiene la nariz recta, los labios mullidos y está perfectamente afeitado. Su pelo es
castaño oscuro, corto y se riza en las puntas. Lleva un traje de color gris añil, esa clase de traje que una
sabe sin necesidad de confirmación que está hecho a medida.
Y,
entonces, lo reconozco.
Se me seca la boca al instante. Frente a mí tengo nada más y nada menos que a Aiden MacKinnon,
dueño de uno de los bufetes de abogados más importantes de la ciudad junto a sus hermanos y padre. Su
nombre lidera cada año la lista de los solteros más codiciados del país, seguido de cerca por sus cuatro
hermanos. Los hermanos MacKinnon, o Los MacKinnon de Nueva York como muchos los llamamos,
suelen llenar páginas y páginas de noticias en las revistas femeninas y de cotilleos. Bien lo sé yo, que
trabajo en una y que he tenido que escribir sobre ellos en más de una ocasión.
Oh, Dios, ¿Aiden MacKinnon me ha elegido para ser madre de su futuro hijo?
Estoy tan abrumada que, de repente, pierdo el control de mis extremidades inferiores. Tropiezo con mis
propios pies, subida sobre unos altos y elegantes zapatos de tacón, y trastabillo hacia delante sin
posibilidad de frenar la caída. Frente a mí, los ojos de Aiden MacKinnon se abren desmedidos al intuir el
desastre. Oh, Dios. OH. DIOS. Lo siguiente que ocurre es que mi rostro acaba aterrizando sobre un regazo
duro y firme.
El tiempo se congela, las mejillas me arden, cierro los ojos con fuerza y le pido un deseo al cosmos: que
abra un agujero negro bajo mis pies y me engulla entera
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No te enamores de un MacKinnon
RomanceLucy Cooper, trabaja en una revista femenina y quiere ser madre y esta muy segura por eso se inscribió en una agencia de co-paternidad para encontrar al hombre perfecto para cumplir su sueño, lo que Lucy no esperaba es que alguien como Aiden MacKin...