Celosa ¿YO?

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Lucy Cooper

 A​ l día siguiente de mi regreso a Nueva York, llego al trabajo con la sonrisa puesta. Me siento tan relajada
y descansada que, en vez de cinco días, tengo la sensación de haberme marchado un mes entero.
Lo primero que hago al salir del ascensor y entrar en el vestíbulo de Pink Ladies es dirigirme a la sala
de descanso, donde me espera Chloe con una taza de café preparada para mí. Nada más sentarme frente
a ella, se ríe por lo bajo y dice:
—Chica, menuda cara de bienfollada que llevas.
Intento poner los ojos en blanco, pero se queda en un intento, porque una risita se escapa de mis labios
apretados.
—No puedo quejarme, la verdad.
—Anda, siéntate y cuéntame todo. Quiero información.
Obedezco y no escatimo en detalles. Aprovecho la media hora que he venido antes al trabajo para darle
un dibujo bastante exacto de lo que ha ocurrido estos últimos cinco días. En más de una ocasión tengo
que pedirle a Chloe que modere su entusiasmo, pues es tan exagerada que llama la atención de todas
nuestras compañeras.
A la hora indicada, nos dirigimos a nuestros puestos de trabajo, Chloe al cubículo que comparte con
otra de las estilistas de la revista y yo a mi mesa con el resto. Me siento en mi sitio, enciendo el ordenador
y espero que se ponga en marcha mientras lanzo una mirada al móvil. No tengo noticias de Aiden desde
que nos despedimos frente a mí casa ayer. Yo tampoco le he escrito, pero no por falta de ganas, sino por
no agobiarle.
Empiezo respondiendo algunos correos electrónicos y a plantear mi nueva columna para la revista del
mes que viene. Quiero que Desde Manhattan con amor sea un referente para mujeres solteras en la
treintena. Hago una lista con los temas de actualidad que me gustaría tratar. Al ser el primer artículo de
la columna quiero que sea algo especial. Estoy pensando en ello cuando noto la presencia de alguien a mi
lado. Alzo la cabeza y me encuentro con Sasha que me sonríe de forma sospechosa. Va vestida con unos
pantalones rosas a conjunto con una blusa blanca con topos rosas y unos botines rosas también. Y me
mira forzando una sonrisa agradable que me genera ansiedad al instante, pues esa sonrisa solo significa
que sabe algo que yo no sé, y esa ventaja sobre mí le hace sentirse poderosa.
—¿Qué pasa? —pregunto a bocajarro.
—Nada, solo pensaba en lo equivocada que he estado las últimas semanas contigo. —Sasha amplía su
sonrisa—. Estaba convencida de que entre tú y Aiden MacKinnon había algo. Supongo que fue una falsa
intuición.
Intento mostrarme imperturbable ante su mirada incisiva.
—¿Y qué te hacía pensar eso?
—No sé, el hecho de que consiguieras el reportaje, los rumores que corrían por ahí de gente que os ha
visto juntos en diferentes ocasiones...
—Somos amigos.
—Supongo que sí, como te he dicho, me falló la intuición. Está claro que entre tú y Aiden no hay nada
romántico. —Alzo la ceja por la forma en la que su sonrisa se amplía—. Además, después de la noticia que
ha saltado esta mañana a primera hora, ya no queda dudas.
La miro recelosa, preguntándome si esta es algún tipo de treta para ponerme nerviosa y confiese la
vedad. Si lo es, no caigo en su trampa.
—¿Qué noticia? —Lo pregunto fingiendo indiferencia.
—¿No lo has visto? Ha vuelto con su ex. Ayer avistaron a Celine entrando en su edificio.
Ignoro la punzada de inquietud que me recorre el estómago. No puedo flaquear ahora. Me encojo de
hombros volviéndome a centrar en la pantalla del ordenador.
—Dudo que sea cierto, Celine está casada.
—Estaba. Todo apunta a que va a divorciarse de Jesse Strange.
—Seguro que solo son rumores.
—Si tú lo dices...
Se marcha con una sonrisa malévola dibujada en los labios y cuando veo que se sienta en su sitio y que
no puede ver lo que hago, busco las últimas noticias relacionadas con el nombre de Aiden MacKinnon. Es
entonces cuando encuentro las fotos de Celine entrando en su edificio. Edificio que, por cierto, yo aún no
he visto. No he estado en su casa aún. Va vestida como de camuflaje, con unas enormes gafas de sol que le
tapan parte de la cara, pero es obvio que es ella.
Sigo buscando y veo otro titular sobre la inminente ruptura de Celine con su marido Jesse Strange. La
inquietud no hace más que crecer y crecer. ¿Horas después de llegar de Los Hamptons Aiden quedó con
Celine? ¿Por qué motivo? Nunca hemos hablado de ella porque, según él, su recuerdo aún dolía. ¿Si tanto
le duele su recuerdo por qué queda con ella?
Incapaz de quedarme con la duda, lo llamo por teléfono, pero me salta el buzón de voz.
Como soy incapaz de concentrarme en nada, cojo mis cosas y me marcho en busca de la verdad.
***
—Señorita, ya le he dicho que no puede pasar, lo siento. —Las palabras de la recepcionista de MacKinnon
& Asociados me sientan como una patada en el culo. Se resiste a dejarme entrar en el bufete porque,
según ella, no tengo cita previa programada con ninguno de sus abogados.
Ya me pasó hace unas semanas cuando vine aquí por primera vez y tuve que esperar a Aiden en el
exterior. Sin embargo, esta vez no me pienso dar por vencida tan pronto.
—Pero soy amiga de la familia, puede llamar a Aiden o a cualquiera de sus hermanos y preguntar por
mí, ¡le dirán que me conocen!
Me mira escéptica y niega con la cabeza una vez más.
—Lo siento mucho, señorita, pero sin cita previa no puedo dejarle pasar.
Hago un mohín enfurruñada a punto de darme por vencida cuando, desde detrás, me llega una voz
femenina que me es familiar.
—¿Lucy?
Me giro y me encuentro con una chica rubia, de piernas largas y ojos azules y saltones. Es muy guapa y
tardo solo unos segundos en ubicarla en mi memoria. Es Claire, la secretaria de Oliver. La reconozco de la
cena en la casa familiar.
—¡Claire! —Mi exclamación de alivio la hace sonreír—. Qué suerte que hayas aparecido, ¿podrías
decirle a la recepcionista que conozco a Aiden y que no soy ninguna acosadora? No me deja pasar.
—¿La conoces? —La recepcionista me mira ahora con cara de circunstancias.
—Sí, es amiga de Aiden. No te preocupes, ya me encargo yo —dice, haciéndome una señal para que le
acompañe. Dejamos atrás la recepción y yo tengo que hacer un gran esfuerzo para seguir su ritmo, pues
sus piernas son larguísimas, pero las mías no—. Siento que Emily no te haya dejado pasar. Los hermanos
MacKinnon tienen una norma muy estricta para no dejar pasar a nadie en el bufete sin cita previa. Hemos
tenido casos de visitas no deseadas en el pasado. —Hace una mueca de desagrado y yo asiento.
—Lo sé. He intentado llamar a Aiden pero tenía el móvil apagado.
—¿Sí? Qué raro, no lo apaga nunca.
Mientras andamos por el entramado de pasillos que forman el bufete, miro a un lado y a otro,
alucinada. Es un lugar muy lujoso, lleno de despachos con paredes acristaladas y mobiliario moderno.
—¿Aiden te espera?
Niego con la cabeza.
—Pero tengo que tratar con él un asunto y no podía esperar —miento.
Se detiene frente a un despacho con una placa dorada que anuncia el nombre de su inquilino: «Aiden
MacKinnon». Como las paredes son acristaladas, ambas vemos que la estancia está desocupada. Claire da
media vuelta y se acerca a una mesa que hay colocada justo enfrente del despacho.
—Ey, Kim, ¿y Aiden?
Kim, una mujer de mediana edad de pelo negro como el azabache y los ojos rasgados que está
tecleando concentrada en su ordenador, deja de hacer lo que está haciendo para observarnos.
—Tenía una reunión con el departamento de Divorcios, no creo que tarde en llegar, ¿por?
—Lucy necesita hablar con él, ¿sabes si está libre luego?
Kim consulta su ordenador y asiente.
—No tiene ninguna reunión programada.
—Bien, gracias. Vamos a esperarle dentro, ¿vale?
Kim se encoge de hombros y Claire me conduce de vuelta al despacho de Aiden. Nada más entrar me
quedo embobada mirando las vistas a la ciudad. Estas vistas son incluso más impresionantes que las que
tenemos en la redacción de Pink Ladies.
—Impresiona, ¿verdad?
—Debe ser una pasada trabajar con este paisaje, son muy afortunados.
—Lo son, aunque también se lo merecen. Son los mejores en lo suyo. —La lealtad de Claire me
enternece. Ya noté durante la cena que tiene un vínculo muy especial con toda la familia, en especial con
su jefe, Oliver. De hecho, incluso pensé que quizás había algo entre ellos.
Me invita a sentarme en los sillones con una naturalidad que, de no saber que estamos en el despacho
de Aiden, creería que es el suyo. Hablamos. Nos reímos. Tardo menos de diez minutos en saber lo que ya
intuí la otra noche: es una chica genial.
Acabo de preguntarle cuánto tiempo hace que trabaja en el bufete cuando la puerta se abre y aparece
Aiden. Sus ojos se agrandan al vernos.
—¿Qué hacéis aquí?  

No te enamores de un MacKinnonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora