Capitulo 11

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Lucy Cooper

 De todas las opciones posibles, nunca me imaginé que Aiden me llevaría a cenar con su familia. Las
rodillas se me aflojan y un sudor frío recorre mi espina dorsal.
—No creo que esto sea una buena idea —digo subiendo tras él los escalones del porche de la casa.
—¿Por qué no?
—Porque no conozco a tu familia y esto va a ser muy incómodo.
—A mis hermanos los conoces del otro día, y tanto mi padre como mi abuelo son extremadamente
amables con las visitas. Además, les caerás bien.
—¿Y cómo sabes tú eso? —Arrugo el morro.
Aiden saca un manojo de llaves del bolsillo de su pantalón y mete una de ellas en el cerrojo.
—Porque eres como Gollum de El señor de los anillos.
Lo miro estupefacta.
—¿Acabas de compararme con el que probablemente sea el personaje más feo nunca inventado en la
historia del cine?
Aiden detiene sus movimientos, con la puerta a medio abrir, para mirarme de soslayo.
—Gollum es adorable. Es imposible no cogerle cariño.
—Ummmm... Creo que tenemos visiones opuestas sobre lo que nos resulta adorable. Un gato
deshaciendo un ovillo es adorable. Un bebé durmiendo en su cunita es adorable. Un hombrecillo vestido
con harapos cuya demencia es el eje central de su personaje, no es adorable.
—Lo que hay que oír. —Aiden pone los ojos en blanco. Chasquea la lengua fingiendo indignación, acaba
de abrir la puerta y me sugiere con un gesto que pase primero.
Lo primero en lo que me fijo al entrar es la escalera situada a la derecha, que da acceso al primer piso.
A la izquierda hay una zona diáfana donde coexisten varios ambientes de la casa. Primero se encuentra
una chimenea de leña con un sofá gris perla rinconero enfrentado, luego una mesa alargada ya preparada
con platos y cubiertos, y, al fondo, la cocina, que es donde se encuentran todos los presentes que charlan
animadamente. Cocinando frente los fogones está Andrew MacKinnon, el padre de Aiden; lo reconozco
por las fotos que he visto en Internet. Es alto, de espaldas anchas y tiene un bigote grande y espeso. Me
recuerda mucho a Tom Selleck, el actor que hacía de Richard, el novio oftalmólogo de Mónica, en Friends.
A su lado, hay otro hombre, más mayor, con el pelo cubierto de blanco y unas pequeñas gafas
redondeadas. A él también le reconozco. Es Duncan MacKinnon, el padre de Andrew y el fundador del
bufete de abogados MacKinnon & Asociados. También localizo a Dean y Jayce, sentados en la barra
americana, y a Oliver, que está de pie junto a ellos y que habla relajadamente con una chica rubia, que no
reconozco, y que es guapísima. Solo falta William.
—¿Claire? —Aiden mira a la chica con sorpresa—. ¿Qué haces tú aquí?
La chica, Claire, lo mira con una expresión que es una mezcla de disculpa y vergüenza.
—Oliver me ha arrastrado hasta aquí en contra de mi voluntad.
—La he encontrado hecha un mar de lágrimas en el cuartito de material porque el idiota de su novio la
ha dejado plantada en su aniversario.
—No es un idiota, simplemente está muy ocupado.
—No, querida, yo estoy muy ocupado siempre y nunca se me ocurriría dejar plantada a una mujer con la
que salgo en un día especial.
—Tú no sales con mujeres, te acuestas con ellas.
—Lo que sea.
Sigo la conversación un poco fuera de lugar. Aiden parece percatarse y hace las presentaciones
oportunas.
—Lucy, esta es Claire. Trabaja para nosotros.
—¿También eres abogada? —pregunto estrechando la mano que me tiende.
—No, que va, soy secretaria —dice con una sonrisa—. La secretaria de Oliver.
—Oh...
—La mejor secretaria del mundo —añade Oliver.
Aiden sigue con las presentaciones.
—A Oliver, Dean y Jayce ya los conoces. —A medida que dice sus nombres, levantan la mano en un
gesto de saludo—. Y esos de ahí, son mi padre y abuelo, Andrew y Duncan MacKinnon. Papá, abuelo, esta
es la amiga de la que os hablé, Lucy Cooper.
Me acerco a ellos y les doy la mano con educación. Andrew lleva un delantal de flores muy femenino
que contrasta con sus facciones duras y varoniles.
—Encantada de conocerlos, señores MacKinnon.
—Puedes llamarnos por nuestros nombres, cielo —dice Duncan, con una medio sonrisa.
—De acuerdo —acepto devolviéndole la sonrisa, aunque estoy muy nerviosa. ¿Por qué demonios Aiden
me ha traído hasta aquí sin decirme nada? Una necesita prepararse psicológicamente para algo así.
Además, no sé qué debe haberles contado sobre mí. Hay tanta testosterona flotando en el aire que
agradezco de inmediato la asistencia de Claire—. Huele muy bien, por cierto —digo, pues es cierto que un
aroma delicioso nos envuelve.
—Estoy haciendo pollo al horno con sidra y manzanas y patatas gratinadas —el orgulloso cocinero hace
mención del menú de la cena.
—Papá es un cocinero fantástico —afirma Jayce.
—Sí, lástima que el resto de los MacKinnon no hayamos heredado su maña para la cocina —añade
Oliver con un mohín lastimero.
—Eh, habla por ti —Aiden a mi lado se hincha como un pavo real—. Yo no lo hago nada mal.
—A cocer pasta y cocinar huevos fritos no se le puede llamar cocinar —le pincha Oliver.
—Sé hacer mucho más que eso —dice, mirándome directamente, como si creyera conveniente
aclararme este punto—. Hago una lasaña para chuparse los dedos. Y ya no hablemos del risotto de
verduras. Riquísimo. Quien lo prueba, siempre repite.
Oliver, Jayce y Dean intercambian miradas escépticas, pero no lo contradicen.
Justo en este momento, se oye el sonido de la puerta de entrada y, segundos después, Will aparece
acompañado de una niña de unos siete u ocho años, de pelo rojo como el fuego y ojos claros, como los de
su padre. Es Faith, su hija, lo sé porque cuando estuve preparando las preguntas para la entrevista del
reportaje encontré fotos suyas en internet. Si en foto me pareció una niña preciosa, en carne y hueso
parece un hada escapada de algún bosque frondoso escocés, con su naricita respingona, sus ojos grandes
y brillantes y su piel blanca como la porcelana. Me fijo en la expresión de su rostro. Parece triste,
nostálgica.
—Pero bueno, ¿hemos ampliado la familia? —pregunta Will, en un tono áspero muy evidente mientras
ayuda a Faith a quitarse el abrigo.
—Un poco de compañía femenina no nos hará mal, hijo. Se echa de menos. —Andrew lanza a Will una
mirada llena de intención y su expresión avinagrada se acentúa un poco más. ¿Lo habrá dicho por su
mujer? Sé que están pasando por una crisis matrimonial, pero el hecho de que no lo acompañe a esta cena
es indicativo de que las cosas entre ellos no van bien. Sé que juzgarlo sin saber nada del asunto es muy
atrevido por mi parte, pero es deformación profesional. No soy capaz de vivir situaciones sin sacarles
punta. Además, hay algo en la expresión entristecida de Faith que refuerza mi teoría.
Media hora más tarde, nos sentamos todos a cenar alrededor de la mesa. Yo ocupo una silla entre Aiden
y Jayce. Además del pollo y las patatas gratinadas, también hay panecillos, ensalada, brócoli y guisantes.
Los platos van pasando de mano en mano mientras la conversación fluye. Se nota que son una familia bien
avenida, que se conocen bien los unos a los otros y que hablan con naturalidad de todo. Supongo que
trabajar juntos ayuda a tener temas de conversación. Esto me recuerda a las cenas con mi padre. Papá y
yo también tenemos una relación muy estrecha, nos lo contamos todo y tenemos complicidad. Dios,
cuánto lo echo de menos. Tengo que ir a verle pronto.
Estoy tan perdida en mis pensamientos que no soy consciente de que me han preguntado algo hasta
que oigo a Aiden decir mi nombre, cosa que me devuelve a la realidad.
—¿Lucy? —Vuelve a llamarme, mirándome con atención—. Papá te ha hecho una pregunta.
Enrojezco cuando veo a todas las miradas puestas en mí. Miro a Andrew llena de culpa.
—Oh, disculpad, solo estaba pensando en lo bien que os lleváis todos. Se nota que tenéis confianza y
eso siempre es bonito de ver, sobre todo en una familia tan grande como la vuestra.
Andrew ríe y suelta unos manotazos al aire, como si espantara una mosca.
—No te preocupes, solo te he preguntado cómo llevas el reportaje para tu revista.
Así que Aiden les ha explicado que soy la redactora que escribe sobre ellos en la revista. Bueno, mejor
eso que decirles que soy el posible útero que va a albergar a uno de sus nietos.
—Lo llevo bien, de hecho, lo llevo tan bien que ya está terminado. Solo falta acabarlo de pulir.
—Tengo ganas de leerlo, aunque voy a confesarte que también tengo algo de miedo. Nunca sé qué
esperar de estos mequetrefes —dice señalando a sus hijos con un gesto algo desesperado.
Rio divertida, estoy segura de que le han dado más de un disgusto.
—No temas, Andrew, los he dejado en buen lugar.
—¿A todos? —pregunta Oliver gratamente sorprendido.
—A todos —admito, porque he enfocado la entrevista en positivo.
—Entonces debes ser muy indulgente —apunta Claire tras pinchar un tomate de su plato—. Porque no
son precisamente unos angelitos.
—Eh, tú a callar, no des información que pueda ser usada en nuestra contra por el enemigo —Jayce le
atraviesa con la mirada.
—¿Soy el enemigo? —pregunto con una ceja alzada.
—Un poco sí, cualquier persona con autoridad para escribir una noticia sobre nosotros y publicarlo en
un medio de comunicación, es un enemigo potencial —dice Will con una seriedad que da un poco de
respeto—. Aunque te recuerdo que somos abogados y que estamos muy duchos en demandas por
difamación.
Le miro sorprendida por su amenaza, pero Aiden me defiende.
—Oye, tío, relax, no es necesario que te pongas en plan gilipollas. Lucy nunca publicaría nada off de
record.
Tras esto, es el abuelo Duncan el que pide paz y destensa el ambiente explicando una anécdota de su
época. Lo agradezco, porque estaba empezando a sentirme incómoda.
Con la llegada de los postres, la familia se dispersa. Duncan va a hacer café, Andrew pone el lavaplatos
con ayuda de Jayce, Oliver y Claire salen al porche, Will se va a otra habitación a hacer una llamada, Faith
desaparece y Aiden me deja sola con la excusa de ir al baño. Solo quedo yo en la mesa, así que decido
levantarme para estirar las piernas y cotillear un poco más este lugar.
Reconozco que no me esperaba que la casa familiar de los MacKinnon fuera así, me esperaba una
mansión de lujo, una de esas mansiones megacaras que aparecen en las revistas de decoración y que te
hacen suspirar por inalcanzables. En cambio, es un lugar humilde, sencillo, con una decoración sobria
pero bonita. Me acerco a la chimenea y miro las fotos colocadas sobre la repisa de madera envejecida.
Casi todas son de los hermanos, pero también hay una en blanco y negro de la boda de Duncan con su
esposa, y otra de un Andrew más joven sentado en su despacho con Manhattan de fondo. No me
sorprende que no haya ninguna foto de la madre de Aiden. Por lo que sé, esta los abandonó siendo solo
unos niños.
Con la mirada fija aún en las fotos, escucho el murmullo de una conversación cercana. Me doy la vuelta
para ver a quién pertenecen esas voces, y es así como descubro a Aiden sentado en la escalera que sube
al primer piso junto a Faith. Parece estar consolándola. Pasa un brazo sobre sus hombros y le habla en
susurros llenos de comprensión. No sé de qué deben estar hablando, pero esta imagen, la de Aiden con
Faith, genera en mí una reacción inevitable de ternura. Sin esa máscara de arrogancia que suele llevar
siempre puesta, Aiden parece un hombre sensible y cariñoso. Incluso una parte de mí piensa que podría
llegar a ser un buen padre. En el mismo momento que empujo este pensamiento lejos de mi mente, los
ojos de Aiden se cruzan con los míos. La intensidad con la que me mira me abrasa el pecho. Y noto algo.
Una chispa de ilusión hormiguear en mi estómago. Un estremecimiento recorrer mi espina dorsal. Algo
bonito germinar en un lugar muy hondo de mi ser sin permiso.
Trago saliva y aparto la mirada avergonzada. Esto no está bien. No puedo dejarme llevar por el hecho
de que la familia MacKinnon al completo sea perfecta para acoger a un posible hijo.
Por suerte, antes de que vuelva a dejarme llevar por el hilo confuso de mis pensamientos, Duncan nos
dice que el café está hecho y la mesa vuelve a ser ocupada al completo.  

No te enamores de un MacKinnonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora