Capitulo 8

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Aiden MacKinnon

 —¿Me estás diciendo en serio que quieres hacer un reportaje en una revista para mujeres? —Los ojos
azules de mi padre, que tanto mis hermanos como yo hemos heredado, me escudriñan con una intensidad
abrasadora.
Conozco esa mirada. Es la mirada que mi padre utiliza siempre que desconfía sobre algo. Y, ahora
mismo, desconfía sobre mí por la propuesta que acabo de hacerle.
Papá tiene un don y este es el de conocer las intenciones de la gente con tan solo mirarle a los ojos. De
pequeños, mis hermanos y yo, evitábamos mirarle directamente a los ojos cuando cometíamos alguna
trastada porque, de lo contrario, nos descubría siempre. Supongo que, por eso, en este instante, desvío
mis ojos de los suyos para mirar las vistas de Manhattan que se proyectan tras sus anchas espaldas.
Papá tiene el despacho más grande de todos porque es el socio mayoritario del bufete. Lleva años
ejerciendo la profesión, siguiendo los pasos del abuelo, quién convirtió el pequeño bufete que abrió al
llegar a Nueva York en uno de los más conocidos del país.
—Creo que puede ser una buena idea, papá. Podemos aprovechar ese reportaje para limpiar nuestra
reputación y hacernos publicidad —digo aún con los ojos fijos en la cristalera.
Papá carraspea y una ronca risa brota de su garganta, obligándome a mirarle. Papá es un hombre de
facciones adustas. Es uno de esos hombres que imponen respeto sin proponérselo, con sus ojos profundos,
su bigote espeso que se mueve cuando habla, la nariz contundente que le da carácter al conjunto y sus
cejas anchas. Además, cuando se pone serio, una arruga cruza su entrecejo acentuando aún más la pose
autoritaria.
—Venga, Aiden, ¿qué me escondes? No nací ayer, sé que detrás de esta propuesta disparatada hay algo
más. —Sus ojos me escudriñan, pero yo aguanto estoicamente mi cara de póker.
Ayer, cuando acepté hacer el reportaje, sabía que convencer a mi padre no sería un camino fácil de
transitar. Papá es una persona que odia las medias verdades, pero es que no le puedo ofrecer la verdad al
completo porque sé que la rechazaría de pleno.
Cuando hace unos meses le dije a papá que iba a inscribirme en una agencia de copaternidad porque
quería ser padre, me miró como si me hubiera salido un tercer brazo sobre la cabeza y le estuviera
saludando con él. Al igual que mi hermano Will, no entendía por qué tenía tanta prisa.
—Ya encontrarás la mujer adecuada con la que tener hijos —me dijo él con vehemencia—. Eres joven,
Aiden, no cometas una insensatez por querer correr demasiado.
Papá es un hombre sabio y siempre tengo muy en cuenta sus opiniones, pero no le hice demasiado caso
con aquella. Para papá, que yo quiera ser padre, es una locura más que añadir a mi lista de caprichos
pasajeros, pero esto no va de eso. Ser padre se ha convertido casi en una necesidad que no puedo ni
quiero ignorar por más tiempo.
El punto es que sé que explicarle mi trato con Lucy no le gustará nada. El beneficio del trato es
puramente personal, no empresarial, y me tachará de egoísta después de decirme que lo rompa ipso
facto.
Cojo aire y vuelvo a intentarlo:
—No te escondo nada, papá, es solo que conozco a la persona que se encargará del reportaje y estoy
convencido de que hará un buen trabajo. Y, la verdad, no nos irá nada mal mejorar la imagen que tienen
los demás sobre nosotros.
—Si mis hijos no fueran unos libertinos descerebrados no tendría que preocuparme por eso.
Dardo al corazón. Papá no es para nada como nosotros; es serio, sensato y juicioso. Desde que mamá
nos dejó, siempre ha sido un padre modelo, que se ha esforzado en educarnos de la mejor manera posible,
y eso que no se lo hemos puesto fácil. Nunca ha llevado demasiado bien que sus hijos hayamos salido un
poco... rebeldes. Según él, no dejamos de darle disgustos. Y no es que lo hagamos a propósito, pero entre
unos y otros siempre tiene algo de lo que preocuparse. Ahora sufre por Will, porque está llevando fatal su
separación y trabaja más horas que un reloj solo para no enfrentarse a la realidad de su vida.
—Lo siento, papá, sé que no somos los mejores hijos que podrías haber tenido, pero dado que somos los
hijos que te han tocado por suerte, no te queda otra que aceptarlo y afrontar la situación de la mejor
forma posible. —Sonrío y mi padre eleva sus gruesas cejas con sorna—. Sé que nunca nos ha gustado
exponernos de forma pública, pero sería un reportaje inocente, más por marketing que por otra cosa.
—¿Y dices que conoces a la persona que se encargaría de escribirlo? —pregunta, y sé por el tono que ha
usado al hablar que la idea está empezando a gustarle.
—Sí, se llama Lucy Cooper y lleva años trabajando en esa revista. Además, he estado indagando, y Pink
Ladies es una de las publicaciones referentes en el mercado femenino desde que Avery Keaton asumió el
puesto de redactora jefe. Son abiertamente feministas y muy escrupulosos a la hora de dar información no
contrastada.
Mi padre me mira en silencio unos segundos, rizándose el extremo derecho del bigote, algo que hace
cuando sopesa una decisión.
—¿Has hablado de esto con tus hermanos?
—Eh... no —confieso, porque no, no le hecho, sé que esta idea les gustará menos que la posibilidad de
colocar los testículos sobre las brasas de una hoguera recién apagada—. Pero ellos harán lo que tú les
digas. Por eso eres el patriarca.
—Por Dios, Aiden, hablas de mí como si fuera Vito Corleone.
—Puede que no seas un mafioso, pero tienes su autoridad. No podrán negarse si eres tú quién lo
propone.
Un nuevo silencio. Vuelve a rizarse la punta del bigote con expresión seria.
—Está bien —dice al fin, mirándome con atención—. Habla con tu amiga y dile que lo haremos.
Una enorme sonrisa se dibuja en mis labios al ser consciente de que he conseguido mi propósito. Para
ser sincero, no creí que tendría éxito.
—Genial, papá. No te vas a arrepentir de esto, ya verás.
—Yo no estoy tan seguro de eso, pero confío en ti, hijo.
Y con su beneplácito salgo del despacho y envío un mensaje a Lucy para decirle que voy a cumplir con
mi parte del trato.  

No te enamores de un MacKinnonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora