Lucy Cooper
Encadenamos un beso con otro. Se nota que ambos llevamos tiempo deseando que esto suceda. Sus manos trepan por mi cuerpo debajo de la ropa. Las mías agarran su culo para ceñirlo más a mí. Me froto contra su polla endurecida y sus besos se vuelven más profundos y ardientes.
Es curioso lo que hace la mente en momentos como estos. Sin pretenderlo, viajo en el tiempo, a ese primer encuentro con Aiden. A esa primera vez, cuando me tropecé con mis propios pies y terminé con la cara en su regazo.
Una risita escapa de mis labios mientras nos besamos.
—No me digas que eres de esas que se ríen cuando se enrollan con alguien —dice Aiden mordiéndome el cuello sin dejar de manosearme.
—No, es solo que me estaba acordando de la primera vez que nos vimos.
—Ah... —me lame el lóbulo de la oreja y la temperatura sube un poco más.
—Caí sobre tu regazo.
—Dios, lo recuerdo. Creo que desde ese momento he soñado con repetir la escena, pero sin ropa de por medio. Y sin tropiezo, claro. Pero la idea de tenerte de rodillas con tu boca alrededor de mi polla ha sido usada más de una vez para fines impuros.
Si no estuviera cachonda como lo estoy, seguramente me sonrojaría ante su insinuación. Sin embargo, esto me ponen aún más a tono.
—¿Te has pajeado pensando en mí?
—Más de lo que pienso admitir en voz alta. —Acuna mi rostro entre sus manos y nos miramos a los ojos unos segundos, con intensidad—. ¿Y tú? ¿Te has tocado pensando en mí?
—Es posible —admito.
—¿Muchas veces?
—Las suficientes.
Aiden se muerde el labio con la excitación oscureciendo sus iris azules.
—Voy a quitarte la ropa, nena. Voy a quitarte la ropa y a comerte entera, porque no aguanto un segundo más sin conocer tu sabor.
Su promesa me hace jadear con anticipación.
Tira del borde de mi blusa hacia arriba, me la quita por la cabeza y la lanza a un lado. Luego, es el turno de mis pantalones y mis calcetines. Estoy en ropa interior y Aiden me mira como si en vez de una persona fuera una aparición celestial.
—Joder, nena, eres jodidamente preciosa.
Tras su halagadora frase, me coge en volandas y me deja sobre la cama. Sin dejar de besarme, se quita el jersey primero y los pantalones después. Los calcetines corren la misma suerte. Solo se deja los bóxers. Dios, quiero ver lo que hay debajo de esos bóxers...
Se tumba sobre mi cuerpo y yo me cuelgo de su cuello para atraer, una vez más, su boca a la mía. Sus
besos son adictivos. La simple idea de dejar de besarle me parece angustiosa.
Sin embargo, hay un momento en el que sus labios se despegan de mí para empezar a descender por mi
cuerpo y detenerse sobre mis pechos aún cubiertos por el sostén. Sus manos hábiles se cuelan tras mi espalda y se deshacen de ellos también. Mis pechos quedan al descubierto y él los mira como si acabara de hallar un oasis en medio del desierto. Tarda segundos en meterse el pezón del primero en la boca. Pellizca el otro con los dedos, consiguiendo que ese pellizco se convierta en una descarga eléctrica que conecta con mi sexo. Muerde, lame, succiona. Y cuando creo que la cosa no puede ponerse más caliente, sigue el recorrido hacia abajo y se coloca entre mis piernas. Lo primero que siento es su boca lamiendo por encima de las braguitas. Lo miro extasiada. Debería sentirme avergonzada. Tener un hombre en mis partes nobles siempre me ha hecho sentir vulnerable y expuesta. Pero estoy tan excitada que todo mi sistema nervioso está embargado por este sentimiento.
Aiden baja las braguitas por mis piernas. Asciende de nuevo lamiendo el interior de mis muslos hasta volver acomodarse entre mis piernas.
—No tienes por qué hacer esto —le digo yo cuándo él me lanza una mirada lobuna que me deja sin aliento—. Procrear no es esto. No tienes porque...
Una sonrisa canalla se dibuja en sus labios.
—Voy a hacerte el mejor sexo oral de tu vida, cielo. Tú relájate y disfruta.
Sin esperar una réplica por mi parte, su lengua se desliza sobre mi clítoris arrancándome un gemido.
Tiro la cabeza hacia atrás y disfruto de las sensaciones que dominan mi cuerpo en este momento. Arqueo la espalda cuando sus dientes muerden con delicadeza mi parte más sensible.
No recuerdo la última vez que alguien consiguió lanzarme hacia el abismo tan rápido. Quizás nunca
haya pasado antes, no lo sé, no puedo pensar con claridad, solo sé que el orgasmo está cerca y que la
lengua de Aiden debería ser declarada Patrimonio de la Humanidad. ¿Dónde demonios habrá aprendido a hacer esto? ¿A ser un Dios del sexo se nace o se hace?
Deslizo una de mis manos hacia su pelo y doy un pequeño tirón. Noto la sonrisa en mi pubis. Quiero que sepa lo excitada que estoy. Quiero que intuya lo desbocada que me siento. Sigue lamiendo y mordiendo cada vez más rápido y con más intensidad. Y, entonces, como si la locura no se hubiera adueñado suficiente de mí, decide introducir uno de sus dedos largos y elegantes en mi interior. Me penetra con él un par de veces y después introduce un segundo dedo y los arquea suavemente hacia dentro, hacia ese punto exacto que multiplica por mil el placer que siento y que me eleva hacia el orgasmo.
La realidad se funde en negro. Todo desaparece. Solo existe el placer que domina cada centímetro de mi ser y que me hace jadear y temblar sin control. No sé cuánto tiempo estoy sumida en esta espiral de placer, solo sé que cuando abro los ojos, Aiden está tumbado a mi lado, de costado, mirándome de una
forma que me desarma por completo.
Me mira como se miran las cosas importantes. Como miras algo que no quieres perder nunca. Y esto no
va de eso. O no debería. O quizás mi mente ve cosas que no son reales por el chute de endorfinas, dopamina y oxitocina que ha liberado mi cuerpo tras el orgasmo.
—Creo que te acabas de convertir en mi sabor favorito... —Sus labios están humedecidos por lo que debe ser una mezcla de mis fluidos y su saliva.
Me mira con los ojos oscurecidos por el deseo. Yo fijo mi mirada en el bulto generoso que se adivina bajo sus bóxers. Necesito saber lo que hay debajo.
—Quítatelos —ordeno, señalando la ropa interior que aún lleva.
Me sonríe de medio lado y me obedece. Se quita los bóxers con la mirada fija en mí y mi reacción. Mis ojos se agrandan al verle la polla. Es grande, ancha, perfecta. Es un miembro digno de ser esculpido en piedra para ser conservado eternamente. O quizás sería mejor que le sacaran un molde y fabricaran vibradores con él para que cualquier mujer tuviera la oportunidad de disfrutar de algo tan increíble.
Sintiéndome fascinada por su erección, me pongo a cuatro patas y me acerco a él para cogerla entre mis manos y saborearla. Aiden me mira anhelante cuando rodeo la base con los dedos y acerco mis labios a la punta. Chupo primero el glande, con mis ojos fijos en los suyos, y, después, me la meto hasta el fondo, tan al fondo que me provoca una pequeña arcada. Sus ojos se cierran. Gruñe. Sus manos se convierten en
puños que agarran con fuerza las sábanas.
—Joder, nena, qué rico —jadea cuando subo y bajo por el tronco un par de veces más—. Si sigues haciendo eso voy a correrme, y ninguno de los dos queremos que eso pase, ¿verdad?
Me cuesta unos segundos comprender el significado de sus palabras, hasta que recuerdo que no
estamos aquí solo para follar como perros en celo. Estamos aquí porque estoy en mi periodo fértil y queremos tener un bebé. Qué fácil es olvidarse de todo cuando el deseo te colapsa.
Beso una última vez la punta y dejo ir su miembro, no sin cierta pena. Me encanta hacer felaciones cuando hay química con la otra persona. Es muy excitante tener el poder de la situación. Saber que el placer del otro te pertenece es un sentimiento realmente increíble.
Aiden saquea mi boca con la suya y, cuando quiero darme cuenta, vuelvo a estar tumbada sobre el colchón con su cuerpo sobre el mío.
—¿Cómo quieres que lo hagamos? —dice entre beso y beso.
—¿Mmmm? —pregunto yo sin comprender.
—La postura. ¿Hay alguna postura que favorezca la concepción?
Niego con la cabeza.
—No se ha demostrado científicamente que exista ninguna postura mejor que otra —aseguro, pues escribí un artículo para la revista sobre el tema hace un par de años tras consultar a varios ginecólogos—, aunque aconsejan evitar aquellas que dificulten que el semen entre en la vagina, como que la mujer esté encima o hacerlo de pie. Ya sabes... cuestión de gravedad.
—Bien, entonces... ¿te parece si empezamos con un clásico misionero y vamos viendo? —pregunta situándose sobre mis piernas.
—Me gusta la idea.
Vuelve a besarme. Su boca y la mía se retan en un baile de lenguas que no parece acabar nunca. Sin dejar de besarme, coloca su polla sobre mi entrada y me penetra con delicadeza, dejando que mi carne se acostumbre a su grosor. Me arranca un gemido que él se encarga de acallar con un nuevo beso y empieza
a salir y entrar de mi interior con un movimiento rítmico que se va acelerando a medida que los segundos
se suceden.
Mientras nuestros cuerpos se mueven al compás de la necesidad, no dejamos de besarnos. Confieso que
esto me sorprende. Cuando acordamos hacer esto pensé que sería mucho más frío. Que sería algo así
como tumbarme en la cama, abrirme de piernas y dejar que me penetrara hasta que se corriera dentro
como si se tratara de un robot de esperma en vez de una persona. Sin embargo, no es para nada así, todo
lo contrario. Por momentos olvido que estamos follando no por placer, sino por el bebé que queremos
tener. Aiden lo llama procrear por eso, porque a pesar de que nos lo estemos pasando bien, de que
estemos gozando y de que exista una química brutal entre nosotros, no somos nada más que dos cuerpos
persiguiendo un objetivo en común.
Se nota que Aiden tiene experiencia. Sus movimientos son certeros y todo lo que hace está pensado
para hacerme disfrutar más. Coge mi pierna izquierda y la eleva sobre su hombro para que la penetración
sea más profunda. Con la otra, rodeo su trasero.
Somos un concierto de gemidos, de cuerpos chocando y sexos resbalando entre fluidos.
Soy yo la que se precipita primero hacia el orgasmo. Unas sacudidas fuertes me sacuden desde dentro
hacia fuera y me corro con una brutalidad sin precedentes. Mis espasmos vaginales lo arrastran a él
también y se vacía por completo dentro de mí. Tarda unos segundos en salir de mi interior.
Al terminar, cojo una almohada, la pongo bajo mi trasero y subo las piernas sobre el cabecero de la
cama. Lo hago con la respiración entrecortada, aún sin estar recuperada del orgasmo. Sé que en el fondo
esto no sirve de mucho según los expertos, pero me gusta pensar que todo suma.
Aiden se tumba a mi lado, me mira y sonríe.
—Primer intento superado —dice con la voz ronca.
Le devuelvo la sonrisa y asiento con un pensamiento claro en mente: ojalá tardemos un poco en
procrear, porque la perspectiva de repetir esto durante unos meses me parece muy muy atrayente
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No te enamores de un MacKinnon
RomanceLucy Cooper, trabaja en una revista femenina y quiere ser madre y esta muy segura por eso se inscribió en una agencia de co-paternidad para encontrar al hombre perfecto para cumplir su sueño, lo que Lucy no esperaba es que alguien como Aiden MacKin...