Aiden MacKinnon
— Aiden, ¿me estás escuchando? —me pregunta Celine, sacándome del momento de abstracción en el que
estaba sumido.
Estamos en mi despacho, tratando algunos flecos sueltos que tenemos que acabar de cerrar sobre la
demanda de divorcio. La cosa está muy candente. Después de que emitieran la entrevista donde explicó
todo lo que Jesse Strange le había hecho, los medios de todo el país, incluso los más conservadores, se
pusieron a su favor.
—Perdón, ¿qué me decías? —pregunto yo. Reconozco que llevo dos semanas bastante perdido en mi
mundo. Desde que Lucy me dejó plantado, para ser exactos.
—Te preguntaba si te apetece almorzar conmigo hoy. No he comido nada en todo el día y estoy muerta
de hambre —me dice ella con una sonrisa esperanzadora.
Miro la hora. Son casi las tres. Yo también tengo hambre así que acepto su propuesta. Comer juntos no
nos hará mal. De hecho, por increíble que parezca, su presencia no me altera ni un poco. La trato de
forma profesional, como a cualquier otro cliente.
Le propongo comer comida mexicana y acabamos en el local de Rosa y Miguel. Nada más entrar en el
restaurante, puedo ver como Celine arruga la nariz. Supongo que esperaba un lugar más glamuroso. Así
es Celine, siempre buscando el lujo, siempre pensando en las apariencias. Recuerdo la vez que traje a
Lucy aquí. Le encantó. Y no fue necesario que me dijera que le gustaba este sitio, lo pude ver en sus ojos
brillantes y emocionados.
Entre burritos, nachos y enchiladas, conversamos. Ella me explica sus planes de futuro. Le han
propuesto presentar un nuevo Reality Show, lo que explica su interés desmedido por hablar de sus
problemas personales en televisión. Esa era su puerta de acceso a la fama. Celine siempre ha buscado el
éxito por encima de todas las cosas. Siempre fue una mujer fría, superficial y calculadora, y mientras
habla intento recordar por qué me enamoré de ella. Cabe decir que cuando la conocí éramos jóvenes y lo
que me importaba entonces no era lo mismo que me importa ahora. Entonces un cuerpo como el suyo era
capaz de hacerme perder la cordura. Ahora también claro, la atracción tiene un mecanismo muy simple y
la carne es la carne; el instinto sexual existe, pero hay algo más. Esto es algo que he descubierto con
Lucy. Hay algo que va más allá de la atracción por un cuerpo. Hablo de conexión, de química, de
complicidad. El envoltorio es importante, por supuesto, pero existen muchos otros factores determinantes.
Cuando terminamos de comer ella insiste en acompañarme hasta el edificio donde trabajo a pesar de
que le digo que no hace falta. No soy consciente de que lleva horas coqueteando conmigo hasta que, una
vez frente a la puerta rotatoria, se acerca a mí, se pone de puntillas y me besa en la mejilla, demasiado
cerca de los labios para mi gusto. Me quedo mudo, intentando procesar sus intenciones.
—Esta noche podría pasarme por tu casa —propone mordiéndose el labio de una forma sugerente.
Sé lo que significa esto. Significa sexo, cuerpos enredados bajo las sábanas y respiraciones aceleradas.
Pero no es lo que quiero. Ni siquiera la imagen de Celine gimiendo con la llegada de un orgasmo despierta
algún tipo de pulsión sexual en mí. No solo porque me niego a caer de nuevo en sus garras, aunque ese es
un motivo de peso, sino también porque Lucy, a día de hoy, es la única mujer capaz de encenderme de esa
manera. Mi corazón le pertenece. Y, por lo visto, mi polla también.
Sonrío de forma educada y niego con la cabeza.
—Lo siento, pero creo que es mejor que mantengamos nuestra relación en un plano puramente
profesional.
Ella abre la boca y parpadea, descolocada. Se nota que no esperaba para nada que le dijera esto, pero
enseguida se recompone y sonríe con educación.
—Sí, sí, por supuesto. Solo pensé que podríamos tomar una copa y charlar sobre viejos tiempos.
—No es que me guste rememorar esos tiempos, Celine —digo pausadamente—. Es mejor que dejemos
el pasado donde está.
—Entiendo. —Hace una mueca de disgusto—. Entonces supongo que cuando haya novedades
hablaremos.
Yo asiento con una media sonrisa, nos despedimos y subo hasta mi despacho. Hubiera sido fácil aceptar
la propuesta de Celine; quedar con ella esta noche, tomar una copa, hablar de aquel nosotros de hace
tantos años y acabar en la cama. Pero no es lo que quiero. Ni siquiera la promesa de un buen polvo es
capaz de tentarme ahora mismo.
De pie frente a la cristalera, me quedo mirando fijamente las vistas de Manhattan, el lugar que siempre
he considerado mi hogar, la ciudad a la que siempre quiero regresar cuando estoy fuera de viaje. Aquí
nací, crecí y me enamoré por primera vez. ¡Manhattan es el escenario de tantas primeras veces!
Tras de mí, la puerta chirría al ser abierta. Me giro para ver a la persona que acaba de entrar. Es mi
hermano Will y trae con él una revista que reconozco de inmediato. Es Pink Ladies. Hace unos meses ni
siquiera sabría diferenciarla del resto de revistas que hay en el mercado. Ahora, en cambio, soy capaz de
hacerlo con solo un vistazo.
—¿Desde cuándo has cambiado tus hábitos lectores? —pregunto con sarcasmo señalando la revista.
—No es mía, se la he pedido prestada a Georgia de contabilidad —dice seco, sentándose en un sillón
que hay frente a mí y frente a las increíbles vistas de la ciudad.
—¿Por? ¿Te ha entrado una necesidad súbita de leer cotilleos? —pregunto alzando una ceja.
—No. Georgia se ha acercado a mí para enseñarme un artículo en concreto. Es un artículo firmado por
una tal Lucy Cooper a la que Georgia ha reconocido por tus muestras públicas de afecto del otro día. —Me
pasa la revista—. Deberías leerlo.
Alzo una ceja, disgustado.
—¿Por qué?
—Porque llevas dos semanas sumido en la mierda por culpa de esta chica y, aunque he tenido mis
reservas sobre lo vuestro, creo que ella te hacía bien. Y debemos confiar en la gente que nos ayudan a ser
la mejor versión de nosotros mismos, ¿verdad? —Sonríe con tristeza—. Tenías razón el otro día al señalar
que estoy amargado por lo mío con Layla, y no es justo que mi amargura te salpique a ti. Te pido perdón y,
si arreglas las cosas con Lucy, haré extensible mi perdón a ella.
—¿Qué te hace pensar que voy a arreglar mis cosas con Lucy?
—Lee —me señala la revista, que está marcada con un pos-it por una página en concreto. Abro la
revista por ese punto y leo. El nombre de la columna es Desde Manhattan con amor y sé que Lucy la
consiguió gracias al reportaje que nos hizo. Ella misma me lo contó. El artículo en cuestión se titula: «En
Manhattan también mueren los sueños».
A medida que leo se me acelera el pulso y el corazón empieza a bombear con más rapidez dentro de mi
pecho.
De golpe, entiendo muchas cosas.
De golpe, lo entiendo todo
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No te enamores de un MacKinnon
RomansaLucy Cooper, trabaja en una revista femenina y quiere ser madre y esta muy segura por eso se inscribió en una agencia de co-paternidad para encontrar al hombre perfecto para cumplir su sueño, lo que Lucy no esperaba es que alguien como Aiden MacKin...