Capitulo 16

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Aiden MacKinnon

 —​ ¿Hablamos?
Los ojos de Lucy me observan con atención y yo me quedo unos segundos en silencio, siendo consciente
del significado de su pregunta. Sé que se refiere a la conversación que dejamos pendiente ayer. Por eso la
invité a venir, ¿no? O bueno, quizás me escudé en esa excusa porque la realidad es que me encanta su
compañía. Estas dos semanas en las que nos hemos tenido que ver a diario para tratar temas del contrato
de copaternidad he disfrutado mucho de los cafés compartidos y las conversaciones. Lucy es simpática,
curiosa, inteligente y divertida. Tiene un humor sarcástico que me encanta, y una candidez innata que me
transmite mucha ternura. Además, es preciosa, quizás no es el tipo de belleza al que estoy acostumbrado,
pero es preciosa al fin y al cabo. Y tiene unas tetas increíbles. Eso es algo que he descubierto hoy gracias
al vestido que lleva.
La forma en la que me interroga con las cejas alzadas me devuelve a la realidad. Está esperando una
respuesta a su pregunta, así que carraspeo, tocándome la nariz en un tic involuntario, y asiento con la
cabeza.
—Por supuesto, hablemos.
Sus mejillas se tiñen de rojo ligeramente. Supongo que por el tema que estamos a punto de tocar.
Reconozco que llevo desde ayer pensando en ello. Incluso durante las reuniones que he tenido esta
mañana, mi mente volaba, una vez tras otra, hacia la misma dirección. Mi propuesta de tener un bebé de
forma tradicional fue fruto de un pensamiento racional y primario. ¿Por qué tomarnos todas las molestias
que implica un proceso de inseminación artificial cuando podemos hacerlo sin intermediarios? No entendí
la reacción de Lucy, me pareció desmedida. El sexo es solo eso, sexo. Dos cuerpos desnudos abandonados
al placer. Y, en nuestro caso, me pareció la opción más práctica. Luego, con el paso de las horas y la
hipótesis de acostarme con Lucy bailando en mi cabeza, la cosa se complicó. El pragmatismo dio lugar a
otra cosa... a otra cosa más caliente y lujuriosa. Porque por mucho que intente negarlo, Lucy me atrae.
Me atrae como la luz a las polillas. Como el polen a las abejas. Como los caramelos a un niño goloso. Vale,
las metáforas se me dan de pena, pero creo que ya entiendes el punto.
—¿Has vuelto a soñar conmigo esta noche? —pregunto saliendo de mi bucle mental y rompiendo el
hielo del momento.
—¿Qué? No, ¡por supuesto que no! —Se sonroja aún más y eso me provoca un ataque de risa—.
Además, te recuerdo que yo no soñé contigo, tú te colaste en mi sueño, que es distinto.
—Oh, cierto, había olvidado mi capacidad de irrumpir sueños ajenos. —La miro divertido y ella se
muerde el labio para reprimir una sonrisa—. Al menos, ¿estuve bien en tu sueño?
—No lo sé, no me acuerdo —miente, y sé que miente porque su sonrisa se acentúa con sordina.
—Bueno, querida Lucy, creo que ambos sabemos que ese sueño no es más que una representación
onírica de tus deseos reprimidos... —Alzo las cejas con picardía y, con ese gesto, consigo que ría
abiertamente.
—Querido Aiden, no tengo deseos reprimidos que te involucren. Siento si eso daña tu ego.
—Ouch. Pues sí que lo ha dañado un poquito, sí.
—Suerte que tienes ego de sobras, entonces.
Me río entre dientes y compruebo que nadie nos mira antes de decir:
—Y dime, ¿has pensado en la opción de procrear juntos de forma... natural?
Ella tarda unos segundos en responder. Desvía sus ojos hacia el paisaje urbano que tenemos en frente y
asiente despacio.
—Sí, y creo que es una locura.
—¿Por qué?
—Pues hay muchos motivos —musita, ahora sí, mirándome directamente.
—También había muchos motivos por los que no querías tener un bebé conmigo y, al final, todos
cayeron por su propio peso —digo yo para picarla.
—Esto es distinto —insiste bajando la voz—. El sexo sin compromiso nunca ha sido lo mío, para
empezar. No se me da bien y me hace sentir incómoda.
—Pero esto no sería sexo sin compromiso, porque habría un compromiso: engendrar un bebé.
—Ya me entiendes...
—No, la verdad es que no te explicas demasiado bien.
—A ver... —Se muerde el labio en una pose reflexiva que me parece muy sexy—. Chloe, a la que ya
conoces, suele acostarse con un hombre distinto cada fin de semana. Se lo pasa bien y no tiene que tener
ningún vínculo emocional con la otra persona para disfrutar del sexo. Pero yo no soy así, he intentado
acostarme con tíos a los que he conocido en algún bar o por internet y con los que, a priori, había
química, pero nunca ha salido bien. Siempre acabo sintiéndome sucia, como si estuviera haciendo algo
malo. —Ha dicho esto de carrerilla y coge aire antes de seguir—: Soy consciente de que este sentimiento
tiene mucho que ver con el hecho de que, desde pequeñas, a las mujeres, se nos inculca que mantener
relaciones sexuales por placer es algo malo. He intentado cambiar este esquema preestablecido, porque
me considero una mujer feminista y empoderada, pero no puedo, simplemente es inherente en mí, lo
acepto y punto. Lo que quiero decir con este pequeño monólogo, es que para mí el sexo no es algo tan
sencillo como lo es para Chloe o para ti.
Asiento despacio, intentando gestionar toda la información. Entiendo lo que quiero decir. Nunca antes
me había planteado lo difícil que es ser mujer, incluso en nuestros tiempos. Hemos avanzado mucho
socialmente hacia la igualdad, para que hombres y mujeres tengamos los mismos derechos y demás, pero,
más allá de lo visible está lo invisible, las construcciones que nos acompañan desde niños y que nos
ayudan a comprender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos.
—Entiendo tu perspectiva, Lucy, y quiero que sepas que nunca te presionaría para que hicieras algo con
lo que no te sintieras cómoda. Tienes razón, yo puedo practicar el sexo sin ataduras, sin que eso suponga
ningún problema para mí, supongo que por eso te lo propuse.
Ella me mira y puedo ver los engranajes de su mente moverse a gran velocidad, dando forma a una
pregunta que tarda en soltar:
—¿Y no te supone un problema que yo no sea tu tipo?
—¿Eh? —La miro boquiabierto, desconcertado.
—Una de las primeras cosas que me dijiste cuándo te pregunté porque querías que fuera la madre de tu
hijo fue que porque yo no soy tu tipo. No sé, me resulta raro que, aun así, estés dispuesto a acostarte
conmigo.
Suelto una carcajada. No soy un tipo de reír mucho, pero Lucy es tan adorable cuando quiere que no
puedo evitar que mi risa rasgue el aire que nos envuelve.
—Dime qué no hablas en serio.
—¿Qué te hace tanta gracia? Me lo dijiste, dijiste que sería fácil resistir la tentación conmigo.
Me pongo serio de golpe. Vale, ¿dije eso? No recuerdo haber empleado esas palabras, pero supongo que
es típico en mí decir cosas que luego me tengo que comer con patatas.
—Supongo que a veces soy un auténtico gilipollas —admito—. Porque puede que no seas el tipo de
mujer que suelo buscar cuando busco sexo ocasional, pero eres una mujer atractiva, Lucy. Y no quiero que
uses esto como arma arrojadiza después, pero me pones un montón.
El sonrojo le llega hasta las orejas.
—Mientes. Me lo dices por cumplir.
—Oh, joder, nena, yo no voy diciendo esas cosas por cumplir —susurro acercándome tanto a ella que
puedo aspirar sin problemas el olor del perfume que se ha puesto hoy, uno floral, dulce, que combina
increíble con su propio olor. Ella ha apartado la mirada hacia el suelo y yo sujeto con delicadeza su
barbilla para que vuelva a clavar su vista en mí—. Tienes unos labios jodidamente sexis, destinados a
ofrecer mucho a aquellos que tengan la suerte de probarlos, tus ojos son como dos ventanas abiertas a
mundos fascinantes, y tu nariz bien podría pertenecer a un duende. Eres pequeñita, sí, pero
proporcionada. Y tus tetas... Dios, ¿no te has dado cuenta de que llevo toda la noche intentando apartar
mi mirada de ellas para que no pienses que soy un degenerado?
Mis palabras surten el efecto deseado y me mira con los labios entreabiertos. Dios, realmente esos
labios carnosos podrían hacer enloquecer a cualquiera.
—¿De verdad piensas todo eso de mí?
—¿Necesitas pruebas? —pregunto.
Ella no responde y yo hago algo de lo que, probablemente, me arrepentiré después. Ahora mismo, sin
embargo, me parece una idea fenomenal, porque a medida que he ido enumerando todos sus encantos me
he puesto muy pero que muy cachondo. La tengo dura, tan dura que en cualquier momento tendré que
buscar la forma de bajar la hinchazón. La cosa es que quiero que la sienta, que note hasta qué punto
pensar en ella me excita, así que entrelazo sus dedos con los míos y, disimuladamente, coloco su mano
sobre mi bragueta. Ella ahoga un gemido y yo me acerco hasta su oído para susurrar:
—Mira el poder que tienes sobre mí, Lucy Cooper.
Estamos muy cerca, mirándonos a los ojos. Ella no dice nada, pero tampoco aparta su mano de mi polla
endurecida. Solo me mira a los ojos como si quisiera leer algo en la profundidad de mis ojos azules. Se ha
instalado entre nosotros una fuerte energía sexual. Deseo besarla. Dios, me muero de ganas de probar
esos labios entreabiertos y ligeramente humedecidos.
De pronto, una aparición nos obliga a separarnos de un salto, como si hubiéramos sido descubiertos
haciendo algo malo. Es Will, que respira entrecortadamente y me mira con los ojos llenos de pánico. Tras
él llegan Oliver y Jayce. Su mirada me pone en alerta tan rápido que tardo alrededor de dos décimas de
segundo en olvidar lo que estaba haciendo con Lucy.
—¿Qué ocurre? —pregunto de pronto.
—Faith se ha escapado de casa —dice Will entre resoplidos—. Acaba de llamarme Layla para decírmelo.
Se suponía que estaba ya acostada, pero cuando ha pasado frente a su dormitorio ha notado corriente de
aire y, al abrir, ha visto que la cama estaba vacía y la ventana abierta.
El frío colapsa mi sistema nervioso. ¿Faith se ha escapado de casa?
La noche acaba de torcerse de la peor manera posible.  

No te enamores de un MacKinnonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora