Capitulo 27

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Aiden MacKinnon

 Lucy:
Lo siento, pero no me encuentro muy bien. Creo que he pillado un
resfriado. ¿Podemos dejar lo de hoy para otro momento?


Leo el mensaje que me envía Lucy con el ceño fruncido, porque hay algo en él que no me cuadra.
Quizás sea la sobriedad del propio mensaje, la forma en la que está escrito, no sé, el caso es que me ha
dejado intranquilo. Solo para asegurarme que son imaginaciones mías, marco su número y llamo, pero
ella me cuelga y en su lugar me manda otro mensaje:



Lucy:

Ahora mismo no puedo hablar, disculpa. En cuanto me encuentre
mejor te llamo yo.  

 Ahora sí que la intranquilidad campa a sus anchas dentro de mi pecho. Este mensaje es aún peor que el
anterior. No ha usado ni un triste emoticono, algo inusual en ella que llena los mensajes siempre con caras
sonrientes. Tampoco me ha mandado besos ni me ha preguntado qué tal estoy yo. Hay algo raro aquí. Mi
instinto, ese instinto que me va tan bien para ganar juicios, me pone en estado de alerta.
Quizás estoy paranoico, hace tanto tiempo que no me gustaba ninguna mujer que, a lo mejor, tengo el
instinto atrofiado. Y para reafirmarme a mí mismo que todo está bien y que son solo imaginaciones mías,
decido coger el coche, comprar sopa casera en uno de los mejores restaurantes de la zona y acercarme su
casa. Le dejaré la sopa, comprobaré que todo va bien y me iré.
Dejo el coche aparcado en un hueco que encuentro cerca de su calle, algo milagroso teniendo en cuenta
lo mucho que cuesta encontrar aparcamiento en esta zona, y camino hacia su edificio. La puerta del portal
está abierta. Subo los tramos de escalera hasta su rellano y llamo a la puerta del piso con los nudillos. Es
una manía que tengo, la de no usar timbre y llamar de este modo. No he estado nunca aquí, pero tenía su
dirección completa en mi base de datos gracias al contrato de copaternidad que firmamos. La puerta se
abre después de lo que me parece una eternidad. Lucy está al otro lado y realmente no tiene buen
aspecto. Va vestida con un batín de Betty Boop, lleva el pelo recogido en un moño alto y despeinado y sus
ojos están humedecidos, hinchados y enrojecidos. En una mano sujeta un pañuelo que se lleva a la nariz
para sonarse los mocos. Sin embargo, no parece enferma. Su cara no es la de alguien que está resfriado,
si no la de alguien que lleva horas llorando a moco tendido.
—¿Qué haces aquí?
—Te traía un poco de sopa caliente para tu resfriado, pero creo que no la vas a necesitar.
—Te he dicho que no podía verte —musita cogiendo la bolsa de cartón que le tiendo con la sopa.
—¿No podías o no querías? —pregunto sin disimular mi contrariedad.
—No tengo un buen día. —Rehúye mi mirada.
—¿Has estado llorando?
—No. —Me dice tajante, pero al darse cuenta de la obviedad de su mentira, corrige—: Bueno, sí, pero
no me apetece hablar de ello.
—Quizás si me lo cuentas te sientas mejor después.
Lucy ríe con amargura, como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo.
—No, esta no es una de esas cosas que mejoran al decirlas en voz alta.
Su tono desalentador, tan poco habitual en ella, me inquieta.
—Lucy, ¿qué ocurre?
Durante lo que me parece una eternidad, Lucy me mira en silencio. Me mira, pero sin verme, perdida
en sus pensamientos. Puedo ver los engranajes de su mente trabajar a gran velocidad. Cuando vuelve
hablar, lo hace con una expresión gélida que congela las líneas de expresión de su rostro.
—Aiden, lo he estado meditando mucho y creo que será mejor que rescindamos el contrato de
copaternidad. —Se agarra al marco de la puerta con tal fuerza que sus nudillos se vuelven blancos.
Parpadeo, incapaz de digerir el significado de sus palabras.
—¿Perdón?
—Ya me has oído. —Sus ojos vacíos, huecos, no se fijan en los míos— Quiero que rescindamos el
contrato. Creo que es la decisión más acertada para los dos. Yo no soy la persona que tú buscas, ni tú eres
la persona que busco yo.
Durante unos segundos nos alcanza el silencio, silencio que decido romper tras pasarme una mano por
el pelo con nerviosismo.
—No me jodas, Lucy. —Sin querer elevo el tono de voz—. ¿Qué coño está pasando aquí? Ayer las cosas
parecían estar bien, parecía que lo nuestro podía ir un paso más allá. Y ahora... ¿Ahora esto? ¿Qué ha
pasado en las últimas horas?
—He cambiado de decisión, solo eso —me dice de forma inexpresiva. No parece Lucy. La mujer llena de
vida que conozco ha sido sustituida por una mujer gris, inalcanzable.
—Nadie cambia de decisión de un día al otro. —Tengo la boca seca, pastosa, es como si acabara de
tragarme un puñado de arena y lo tuviera atascado en la garganta.
—Yo sí.
—¿Pues sabes qué? Que no me creo una mierda. —Resoplo. Una mezcla de ira y frustración está
empezando a concentrarse a la altura de mi pecho.
—Estás en tu derecho —me dice el robot insensible que se ha apoderado de Lucy.
—A ver si lo entiendo bien... —Me cruzo de brazos y entrecierro los ojos, mirando a Lucy con fijeza—.
No quieres que sigamos adelante con el contrato de copaternidad. —Lucy niega con la cabeza y yo asiento
despacio, aunque no entiendo absolutamente nada—. ¿Eres consciente de que es un poco tarde para eso?
Es probable que a estas alturas estés embarazada.
Lucy traga visiblemente saliva y sus ojos vacíos se llenan de una emoción que no logro desentrañar.
—No creo que debas preocuparte por eso.
—¿Por qué?
—Porque un embarazo a la primera es poco probable.
—Poco probable no es imposible —razono yo—. Además, somos jóvenes y fértiles.
No sé por qué, pero mis palabras parecen despertar una tormenta en su interior. Sus ojos se aguan y
me mira con algo parecido al odio.
—Aiden, te aseguro que las posibilidades de que esté embarazada son prácticamente inexistentes, así
que, por favor, ¿puedes irte y dejarme sola? Lo necesito. —Hace ademán de cerrar la puerta, pero yo
pongo el pie para impedírselo.
Lucy me lanza una mirada furibunda.
—Espera —le suplico—, es que no entiendo nada. Pensé que sentías algo por mí, que habíamos
conectado.
—Tuvimos buen sexo, lo reconozco, pero nada más.
—Pero ayer...
—Ayer era ayer, hoy es hoy —masculla dejando que unas lágrimas escapen de sus ojos—. ¿Sabes qué
pasa contigo, Aiden? Que estás demasiado acostumbrado a salirte con la tuya. Supongo que te lo he
puesto demasiado fácil. Conseguiste que aceptara lo del contrato de copaternidad a pesar de mis
reticencias y conseguiste que aceptara acostarme contigo a pesar de que tampoco lo veía nada claro. Sin
embargo, esta vez no vas a hacerme cambiar de opinión. No quiero seguir con esto. —Primero se señala a
ella y después a mí—. No es buena idea. No lo era hace unas semanas y sigue sin serlo ahora, así que no
insistas más, no me persigas. Se acabó.
Sus palabras me duelen y me joden a partes iguales. Habla como si en vez de un hombre con las ideas
claras fuera un acosador, y soy lo opuesto a un acosador. De haber creído que me estaba sobrepasando en
algún momento no hubiera insistido. No soy esa clase de tío y ella lo sabe. Me está diciendo todo esto
para herirme y lo ha conseguido.
—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? —pregunto para darle una última oportunidad de dar
marcha atrás. Ella asiente. Ya no queda nada más por hacer aquí—. Bien.
Levanto la cabeza suavemente antes de dar media vuelta para empezar a bajar los primeros escalones.
—Aiden —me llama ella. Giro la cabeza y la veo apoyada al marco de la puerta con los ojos aún
húmedos. Yo no digo nada, me limito a mirarla—. Te deseo lo mejor, de verdad.
Soy incapaz de responder a sus buenos deseos, esbozo una sonrisa triste, frustrada, y sigo bajando las
escaleras hasta salir del edificio y de la vida de Lucy para siempre.  

No te enamores de un MacKinnonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora