Capitulo 7

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Lucy Cooper

 Me ajusto la gabardina negra sin dejar de mirar la puerta del edificio donde se ubica el bufete de
abogados MacKinnon & Asociados. Después de que ayer la secretaria de Aiden frustrara mis intentos de
hablar con él por teléfono, he decidido intentar hacerlo en persona, ¿el problema? Que nada más
preguntar por Aiden en recepción, la chica que estaba tras el mostrador, me ha dicho, lanzándome una
mirada súper desconfiada, que Aiden no aceptaba visitas que no estuvieran concertadas por cita previa.
Le he preguntado qué debía hacer para concertar una de esas citas y me ha respondido que esperar,
porque tiene la agenda ocupada hasta diciembre, y estamos a enero.
En fin, parece ser que ver a un MacKinnon es prácticamente imposible en este bufete. Así que, aquí
estoy, esperando que Aiden salga por la puerta del edificio en algún momento para abordarle. Llevo
esperando tres horas, hace un frío del infierno y el portero del edificio me mira con recelo, supongo que
preguntándose qué diantres hago aquí plantada. Además, estoy nerviosa. No tengo ni idea de cómo
recibirá Aiden mi propuesta de hacer un reportaje sobre él y sus hermanos. Tras mi rechazo, no tengo
muchas esperanzas puestas en esto. Lógico por otra parte. Según Avery, los hermanos MacKinnon ya han
rechazado otras veces hacer un reportaje de este estilo, ¿por qué iban a cambiar de opinión ahora? Aiden
y yo no somos amigos, ni siquiera creo que lo pueda llamar conocido, porque hemos hablado un total de
dos veces.
Me froto las manos recubiertas con unos preciosos guantes de color vino. Me duelen los pies horrores.
Esta mañana he tenido la genial idea de ponerme tacones. Por lo visto, no aprendo de los errores, dado
que la última vez que me puse unos tacones tan altos acabé con la cara enterrada en la entrepierna de
Aiden. Ay, Dios, solo recordarlo se me arrebolan las mejillas. Menuda vergüenza pasé...
Estoy planteándome la posibilidad de comprar un perrito caliente en un puesto callejero que hay a unos
metros de distancia, cuando lo veo salir del edificio a Aiden MacKinnon junto a sus tres hermanos. Sé que
son cuatro, pero Dean, el pequeño, aún está en la universidad. De repente, me siento muy nerviosa y un
nudo se me instala en el estómago. Una cosa es enfrentarme a un MacKinnon en solitario, y la otra es
tener que hacerlo con otros tres MacKinnon mirando. Es inevitable fijarme en la expectación que
despiertan a su alrededor. No me sorprende. Los cuatro hermanos se parecen mucho: altos, morenos, pelo
oscuro, trajes a medida y sonrisas de infarto.
Respiro con profundidad y me dirijo hacia allí.
—¿Aiden?
Aiden, que estaba hablando con uno de sus hermanos, entrecierra los ojos y me mira visiblemente
sorprendido, defendiéndose de golpe. Siempre he pensado que los hermanos MacKinnon se parecían
mucho, pero, de cerca, este parecido es mucho más chocante. Nadie podría poner en duda que son
hermanos. Los cuatro son altos, atractivos y sexys.
—¿Lucy? —Se pasa una mano por el pelo en un gesto perplejo—. ¿Qué haces aquí?
—Me gustaría hablar contigo —digo mirando de reojo a sus hermanos que me estudian con interés.
—Eh... Sí, claro. —Una sonrisa esperanzada se dibuja en sus labios y enseguida me siento fatal porque
estoy convencida de que ha malinterpretado el motivo de mi aparición—: Chicos, hoy no podré
acompañaros. Luego nos vemos.
Los hermanos de Aiden se despiden lanzándome miradas cargadas de curiosidad y se alejan de nosotros
calle abajo. La sonrisa de Aiden no desaparece y decido sincerarme antes de que las falsas expectativas
jueguen en mi contra.
—Aiden, antes de que te hagas una idea errónea de por qué estoy aquí quiero que sepas que no he
cambiado de opinión respecto a lo del bebé.
Su ceño se curva con suavidad.
—Entiendo.
—Lo cierto es que se trata de una cuestión profesional.
—Ajá.
—¿Podemos hablar en algún sitio?
Asiente con un movimiento.
—¿Te molesta si hablamos mientras comemos? Estoy hambriento, llevo horas sin probar bocado.
—Al contrario, yo también me muero de hambre.
Con una sonrisa me hace seguirle por un entramado de calles hasta llegar a una callejuela escondida
cuyo único establecimiento es un pequeño restaurante mexicano anunciado por un cartel viejo y
descolorido.
—Sé que no parece gran cosa, pero aquí hacen los mejores burritos de Manhattan.
—Genial. Me encanta la comida mexicana —confieso a la vez que Aiden retira la cortina de cuentas de
la puerta y me hace pasar al interior.
Se trata de un local pequeño y colorido decorado de forma típica y con varios autorretratos de Frida
Kahlo. También hay una frase suya colgada sobre el mostrador: «Pies, ¿para qué los quiero si tengo alas
para volar?». Como fan de Frida, enseguida me enamoro de este lugar.
—Eh, Aiden, hacía tiempo que no venías —dice un chico con rasgos hispanos que se acerca a nosotros
con un pequeño bloc de notas entre las manos.
—He tenido unas semanas complicadas. —Me mira con una sonrisa y señala al chico—. Lucy, este es
Miguel, y tiene un don especial para la cocina.
—En realidad quién tiene el don es Rosa, mi mujer —responde él ofreciéndonos dos cartas que coge del
mostrador que tiene justo detrás—. ¿Os sirvo algo para beber mientras decidís qué queréis?
Asentimos, pedimos una botella de agua para compartir y Miguel nos deja a solas. Acabamos pidiendo
unos burritos, quesadillas y nachos para compartir.
—¿Cómo descubriste este sitio? —digo tras comprobar que, efectivamente, los burritos están deliciosos.
Aiden sonríe, dando cuenta también del suyo.
—Hace un par de años Miguel y Rosa tuvieron problemas con inmigración. Eran inmigrantes ilegales,
no tenían papeles y estuvieron a punto de deportarlos, aunque sus hijos sí que habían nacido aquí. Yo les
ayudé. —Se encoge de hombros como si no tuviera importancia, pero yo no puedo evitar mirarlo con
asombro.
—¿Y cómo pudieron pagar los honorarios de tu bufete? —pregunto intrigada, pues todo el mundo sabe
que el bufete de los MacKinnon es uno de los más caros de Nueva York. No digo que Miguel y Rosa no se
ganen bien la vida, pero parecen personas humildes.
—Todos los abogados de MacKinnon & Asociados estamos obligados a destinar un tanto por ciento de
nuestras horas mensuales a casos no remunerados como abogados de oficio —explica chupándose los
dedos manchados por la salsa del burrito—. A mí me tocó ayudar a Miguel y Rosa, y la verdad es que fue
toda una suerte porque gracias a eso conocí este sitio y siempre que vengo me invitan a tarta de chocolate
y tequila.
Sonrío.
—Guau, no me imagino lo bien que debe sentar ayudar a otros de forma desinteresada.
—Es... gratificante. Aunque no estamos aquí para hablar de lo mucho que me gusta realizar buenas
acciones. —Me guiña un ojo—. Lucy, ¿en qué puedo ayudarte?
Sus ojos azules se fijan en mí con intensidad y se me acelera el ritmo cardiaco. Dios, es tan atractivo
que es imposible no reparar en las facciones perfectas de su rostro cada vez que lo miro.
Juego con la servilleta mientras intento poner palabras a lo que quiero decir.
—Esto... Ayer, cuándo viniste a verme al trabajo, fuiste la comidilla de la oficina. Lógico, por otra parte,
ya sabes que en Pink Ladies los hermanos MacKinnon gustáis mucho... El punto es que se enteró mi jefa
de que tú y yo nos conocemos y ella, bueno... —Ay, Dios, realmente no nací con alma persuasiva.
Avergonzada, bajo la mirada hacia mis manos—. Digamos que ella me sugirió que hablara contigo para
explorar la posibilidad de realizar un reportaje sobre Los highlanders de Nueva York para nuestra revista.
Se hace un breve silencio antes de que Aiden intervenga.
—¿Un... reportaje?
Levanto la mirada para enfrentarme a sus ojos que me miran divertidos.
—Ocho páginas interiores más portada —explico.
—No puedes estar hablando en serio. —Se limpia las manos con una servilleta y luego apoya los codos
sobre la mesa y entrelaza los dedos. Su boca se curva con suavidad—. Somos un bufete de abogados serio,
Lucy, ¿de verdad pretendes que nos publicitemos en una revista para mujeres? ¿Dónde quedaría nuestra
credibilidad?
—Pink Ladies es más que una revista para mujeres. Nos hemos esforzado mucho estos últimos años
para desmarcarnos del resto de publicaciones parecidas y nuestro target lector es muy variado, además...
—No necesito que me hagas una lista de las bondades de vuestra revista —dice algo áspero. Al ver que
hago un mohín, suaviza el tono de su voz—. Mira, Lucy, me caes bien, por eso insistí tanto con lo de la
agencia de copaternidad y por eso he aceptado hablar contigo ahora. Sin embargo, no puedo darte lo que
me pides. No concedemos entrevistas por norma, a no ser que sea en medios serios o especializados. Lo
siento.
—Pero ¿por qué?
—Porque las revistas como la vuestra ya publican suficientes mierdas sobre nosotros como para darles
material extra. No sabes lo molesto que resulta estar siempre en el ojo del huracán mediático. Todo lo que
dices y haces puede acabar convertido en un titular tendencioso en una de esas revistas barra fábricas de
rumores. ¿Qué un día sales de fiesta y alguien te etiqueta en una foto donde apareces desmejorado? En
menos de dos horas alguien en alguna publicación del estilo ya estará asegurando que tienes problemas
de adicción con el alcohol. ¿Qué has conocido a una chica, quedas para cenar con ella y alguien capta el
momento? Todo el mundo se estará preguntando al cabo de poco quién es ella y si lo vuestro va en serio.
—Suspira—. ¿Entiendes lo que quiero decirte?
Me muerdo el labio.
—Te entiendo perfectamente, pero ¿no crees que un reportaje en el que podáis explicar la verdad sobre
quiénes sois sería beneficioso para vosotros y vuestra reputación? Os ayudaría a cambiar el relato
preestablecido —digo intentando darle la vuelta a la situación—. Es verdad que muchas veces se generan
titulares por simple necesidad, pero cuando no hay información oficial y todo son especulaciones...
La sonrisa de Aiden se tuerce.
—Eres hábil, lo admito, pero vas a necesitar algo más que eso para convencerme.
—Pero es que es verdad. Todo lo que se sabe sobre vosotros es por terceros. ¡Ni siquiera publicáis cosas
privadas en las redes sociales! Al final hay que tirar de la imaginación.
Aiden coge un nacho y se lo mete en la boca. Durante unos segundos nos miramos en silencio. Parece
pensativo y, cuando vuelve a hablar, su rostro se llena de una expresión nueva, enigmática.
—Estoy dispuesto a hacer un trato.
—¿Un trato? —El corazón me baila en la garganta ante este giro inesperado de los acontecimientos,
porque me esperaba un «no» rotundo.
—Yo convenzo a mi padre, que es quién toma las decisiones, de que hacer un reportaje de ese estilo no
es un suicidio comunicativo, y tú, a cambio, me das una oportunidad para demostrar que mi mundo y el
tuyo no son tan distintos como crees.
Le miro perpleja, intentando digerir sus palabras.
—No comprendo...
—Sigo pensando que eres la mejor candidata posible con la que tener un hijo. Sé que tienes tus
objeciones, y las respeto, pero creo que conocerme de verdad te haría cambiar de opinión.
—Oh... —Abro la boca con suavidad, contrariada—. Me parece un trato injusto, la verdad, porque dudo
que consigas que mi opinión cambie.
—Eso es asunto mío. —Con las cejas alzadas, me tiende su mano—: Tu reportaje a cambio de una
oportunidad para hacerte cambiar de idea, ¿qué me dices? ¿Lo tomas o lo dejas?
Lo miro detenidamente. Una parte de mí se niega a aceptar este pacto. Quizás sea la parte de mí que se
siente atraída por Aiden, la parte cauta y comedida de mi ser que no quiere acercarse más a su campo
magnético por si me quedo atrapada en él. Pero la otra... la otra me recuerda que, si todo va bien, voy a
tener mi propia columna en la revista, lo que implica un aumento de sueldo y más prestigio dentro del
sector. A pesar de todos mis reparos, es esta última ventaja la que tiene más peso.
—Lo tomo. —Estrecho su mano e ignoro el cosquilleo que se mece en mi vientre.
Él sonríe.
—Lucy Cooper, tenemos un pacto.  

No te enamores de un MacKinnonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora