Capitulo 30

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Lucy Cooper 

 C​ojo mi tercer café del día de la sala de descanso y me dirijo hacia mi sitio. Sé que mi aspecto es
lamentable, que las ojeras surcan mis ojos y que por mucho que me maquille y acicale parezco una muerta
en vida. Llevo días sin dormir bien, días en los que me cuesta conciliar el sueño, en los que me despierto
de madrugada sudada y temblando por culpa de las pesadillas y en los que amanezco más cansada que
antes de acostarme.
Llego a mi escritorio, me siento, doy un sorbo a mi café y antes de que pueda retomar lo que estoy
haciendo en el ordenador, Sasha aparece de la nada regalándome una sonrisa resplandeciente.
—Lucy, Lucy, querida, últimamente tu aspecto deja mucho que desear, supongo que estarás pasando por
un mal momento. Pobrecita... —Hace un mohín histriónico y niega con la cabeza, haciendo bailar en sus
orejas dos enormes bolas rosas que lleva como pendientes, a conjunto con un vestido rosa chicle que se
ciñe por completo a su figura—. ¿Mal de amores?
Respiro hondo. Dios, hoy no estoy de humor. Tengo migraña provocada por la falta de sueño y las
impertinencias de Sasha van a llevarme al límite. Lo veo venir.
—No me pasa nada, Sasha, gracias por tu interés. Simplemente no consigo descansar bien.
—Ay, las temporadas así son un incordio, ¿verdad? —Parpadea con desmesura con sus ojos clavados en
mí.
—Ni que lo digas.
—Por cierto, ¿has visto la foto que han publicado en Woman Magazine sobre Celine y Aiden? —Su
sonrisa se ensancha y yo empiezo a saber por dónde van los tiros de su visita aparentemente
desinteresada—. Por lo visto no era un rumor lo que te conté el otro día: están juntos de nuevo. —Me
enseña su móvil, donde aparece una foto de Celine besando a Aiden. La perspectiva no es muy buena, ya
que se ve desde detrás, pero efectivamente parece que se están besando en la boca.
Noto como los ojos se me humedecen al instante. No debería afectarme, yo lo saqué de mi vida, sabía
que me reemplazaría rápido, ¡es un MacKinnon por el amor de Dios! Tiene hordas de fans esperando su
oportunidad. Pero... ¿Celine? ¿Después de todo lo que le hizo?
—Hacen muy buena pareja, ¿verdad? —insiste.
Aprieto los dientes.
—Sí, supongo que sí.
—Los dos son tan guapos e interesantes... Que absurdo fue pensar que estabas liada con él. ¿Tú con un
highlander de Nueva York? Imposible.
La ira corre por mis venas a una velocidad abismal. Los agujeros de mi nariz se hinchan, las pulsaciones
se me aceleran, las sienes me palpitan y el calor asciende por mi cuello. No soy dueña de mí misma
cuando dejo que las palabras broten de mi garganta con un tono de voz tan alto que todo el mundo nos
mira:
—¿Por qué me odias, Sasha? ¿Por qué te empeñas tanto en humillarme? Llevo años esforzándome para
caerte bien, para intentar limar las asperezas que hay entre nosotras, pero veo que eso es imposible
porque tú solo deseas hundirme en la mierda. —Mis ojos llenos de lágrimas la atraviesan enfurecidos—.
Dime, Sasha, ¿cuál ha sido mi falta? ¿Qué he hecho para que sientas esta necesidad de herirme?
—Yo no... —Sasha se queda sin habla, ni siquiera es capaz de acabar la frase que ha empezado.
—Llevo años aguantando tus malas caras, tus malos comentarios y tus desplantes, pero ya no puedo
más, Sasha, me niego a seguir siendo la persona en la que vuelcas tus frustraciones y tu mal humor. Me
niego a seguir siendo tu saco de boxeo.
—No sé de qué hablas —dice Sasha recuperándose de mi ataque. Cuadra los hombros y me mira con
una sonrisa displicente—. Ni te odio ni te uso como saco de boxeo. Creo que tienes una visión muy
distorsionada de la realidad.
—Y yo creo que necesitas incorporar un nuevo término en tu diccionario diario y aplicarlo. Sororidad,
¿te suena?
No espero a que me responda, me levanto de mi sitio y me dirijo hacia el baño. De camino distingo
varias miradas de apoyo entre mis compañeras. Supongo que no soy la primera ni la última víctima de
Sasha y su lengua viperina. Una vez en el baño me lavo la cara con agua fría y busco mis ojos en el reflejo.
Dios, realmente tengo un aspecto deplorable. Y, además, ahora hay un brillo demente en ellos.
Señores y señoras, Lucy Cooper acaba de perder la poca cordura que le quedaba.
Chloe entra en el baño y se acerca a mí con los ojos agrandados por el asombro.
—Pero bueno, ¿qué ha pasado con la Lucy complaciente que conozco? Me acaban de contar que has
puesto a Sasha de vuelta y media.
Me mira, la miro y una carcajada tonta se apodera de mí. Chloe se contagia con mi risa y las dos
acabamos en el suelo riendo sin parar. Tardamos varios minutos en sobreponernos. Cuando lo
conseguimos, Chloe me besa en la coronilla y susurra:
—Bien hecho, pequeña. Ya era hora de que le dieras su merecido a esa harpía.
Regresamos a nuestros respectivos sitios y, poco después, Avery me llama a su despacho. Lo primero
que pienso es que va a llamarme la atención por lo sucedido con Sasha. Puede que se mereciera todo lo
que le he dicho, pero reconozco que las formas no han sido las adecuadas. Sin embargo, cuando me siento
en la silla que hay delante de su escritorio, no menciona a Sasha para nada.
—Lucy, solo quería felicitarte por la acogida que ha tenido el estreno de tu columna en la revista
impresa. De hecho, ha tenido tanta buena acogida que desde dirección me han pedido que incluya un
artículo semanal de Desde Manhattan con Amor en la versión web.
—¿Un artículo semanal? —pregunto sorprendida.
Avery asiente.
—Hemos recibido muchos correos electrónicos, cartas y mensajes en redes sociales de mujeres
deseosas de compartir experiencias como la tuyas. —Sonríe afectuosamente—. Lucy, sin saberlo has
ayudado a muchas mujeres que lo necesitaban. Eso es lo que hace una buena redactora de contenidos:
buscar dentro de sí algo que pueda resonar en el corazón de otras personas y explicarlo al mundo.
Enhorabuena. —Avery coge una carpeta que tiene a un lado de la mesa y me la tiende ampliando su
sonrisa—. Me he tomado la libertad de seleccionar algunos de los testimonios que hemos recibido. No
estás sola en esto.
Cojo la carpeta, sonrío de vuelta y tras hablar sobre los pormenores de mi versión 2.0. de Desde
Manhattan con amor vuelvo a mi sitio, donde abro la carpeta y empiezo a leer los testimonios
desgarradores de mujeres que, como yo, han tenido que renunciar a su sueño de ser madres de forma
biológica. Lloro embargada de emoción, sintiéndome comprendida. Hay uno en concreto que me encoge el
corazón:
Perdí mi útero a causa de un accidente de tráfico que acabó también con la vida de mi marido. Fue doloroso perder en un
mismo día al hombre de mi vida y la posibilidad de ser madre. El duelo por ambas cosas duró mucho tiempo, años. Años que
pasé sumida en la tristeza más absoluta. Sin embargo, un día tuve una revelación esclarecedora: a pesar de haber
sobrevivido, me comportaba como si yo también hubiera muerto. En vez de buscar nuevas razones para vivir, me limitaba a
ver la vida pasar como si no fuera conmigo, como si solo fuera una espectadora. Lucy, ojalá no cometas mi mismo error.
Perdí mucho tiempo por culpa de ese comportamiento autodestructivo. Por suerte, cambié el chip, cogí mis sueños rotos,
pegué los pedazos y los pinté de un color distinto. Gracias a eso, hoy en día soy madre de acogida de niños y niñas que lo
necesitan. Eso no me convierte en madre, lo sé, pero me hace feliz. Ayudar a niños en riesgo de exclusión, me satisface,
llena mis días, los hace más bonitos, aunque no siempre sea fácil. Ojalá tú también consigas pegar tus sueños rotos y
reconvertirlos en otros. Ojalá tú también consigas que tus días sean más bonitos.
La carta no lleva remitente, no está firmada, es una mujer anónima explicándome su dura experiencia,
y sus palabras me tocan el alma de una forma especial. Me gusta la idea de pegar mis sueños rotos y
reconvertirlos en otros. Quizás pueda hacerlo. Pienso en Aiden y en lo diferente que sería todo si estuviera
a mi lado, si pudiera compartir con él este dolor que siento y que me desgarra por dentro. ¿Y si me
equivoqué al echarlo de mi vida? ¿Y si dejé que mi lado visceral tomara el control de la situación en un
momento en el que debía primar la razón?
Guardo la carta dentro del sobre y me muerdo el labio con indecisión. Pienso en la foto que me ha
enseñado Sasha antes y un dolor intenso se apodera de mis entrañas. Odio pensar que yo he empujado a
Aiden a volver con Celine. ¿Y si Chloe tenía razón el otro día al decirme que había sido muy cobarde al
actuar como lo hice? ¿Y si en vez de protegerlo a él de la supuesta infelicidad estaba intentando
protegerme a mí misma de un sufrimiento futuro?
Miro el sobre que contiene la carta que ha removido tanto en mí y siento una vorágine de energía
recorrer mi sistema nervioso. Una necesidad imperiosa de ver a Aiden se apodera de mí. Necesito verlo.
Tengo que verlo.
Me levanto de la silla, recojo mis cosas a toda velocidad y salgo del edificio como llevada por un
impulso imparable. Busco un taxi libre entre la sucesión de coches que cruzan la avenida frente a mis
ojos. Encuentro uno, llamo su atención levantando el brazo y este se detiene frente a mí. A pesar de ello,
una señora con permanente y abrigo de pelo me hace a un lado de un empujón e intenta apoderase de él.
—Eh, señora, este taxi es mío —le digo sujetando la puerta que ella intenta cerrar como si yo no
existiera.
—Mira, niña, tengo prisa, no me hagas perder el tiempo. Por aquí siempre pasan taxis, espera al
siguiente.
Odio que me llame niña sin conocerme. Y odio que se crea con derecho a robarme el taxi por toda la
cara. La Lucy revolucionaria no va a dejarse achantar por una señora que lleva un animal muerto como
abrigo.
La señora hace un nuevo ademán por cerrar la puerta, pero yo de nuevo se lo prohíbo. Ella me mira con
los ojos muy abiertos, escandalizada.
—Con todos mis respetos, señora, será mejor que se busque otro taxi.
—Niña, cierra la puerta.
—No soy una niña.
Un carraspeo nos llega desde el asiento delantero.
—Ehmmm... Señoritas, será mejor que se decidan porque estamos formando un tapón.
Miro a mi alrededor y compruebo que, efectivamente, estamos generando un atasco. Decenas de coches
esperan a que el taxi evacúe el carril. Pero a mí no me da la gana de ceder. Sé que la Lucy de siempre se
haría a un lado y dejaría que esta señora se saliera con la suya. Pero ahora mismo la valentía de la mujer
de la carta se ha apoderado de mí y me siento invencible. Estoy tan concentrada en atravesar con la
mirada a mi enemiga que no me doy cuenta de que, unos metros más allá, la puerta de otro taxi se abre y
un hombre alto y moreno sale de él y camina hacia mí hasta que su presencia llama mi atención.
Aiden.
Es Aiden.
—¿Lucy? —pregunta este mirándome con los ojos abiertos de par en par.
Su voz me despista y la señora aprovecha este momento de debilidad para cerrar la puerta y ordenarle
al taxista de forma apremiante que arranque. De no tener mis ojos enredados en los de Aiden, odiaría
haber perdido esta batalla con semejante bruja. Frente a nosotros, el tráfico vuelve a circular con
normalidad de forma fluida.
—¿Qué haces aquí? —pregunto con la emoción contenida.
Me recreo en la visión de su cuerpo perfecto, de su rostro de anuncio y su pelo moreno que me muero
de ganas de acariciar. Cuánto lo echaba de menos... Un nudo me oprime la garganta.
—¿Has provocado tú el atasco? —Me mira con los ojos muy abiertos, con incredulidad.
—Una señora ha querido robarme el taxi.
—¿Te has peleado con una señora por un taxi?
—Por un taxi, no, por mi taxi. Lo he detenido yo y ella se ha subido en él sin ni siquiera preguntar, y no
estaba dispuesta a cedérselo. Tenía algo importante que hacer.
—¿Y qué era eso tan importante que tenías que hacer?
Tardo varios segundos en responder porque esta situación es de lo más surrealista. Trago saliva antes
de hablar.
—Ir a verte.
—Pues estás de suerte porque yo estoy aquí por lo mismo. —En su boca se dibuja una media sonrisa.
—Aiden, yo.... —empiezo a decir dubitativa, pues no sé muy bien cómo encarar esta conversación. Tenía
planeado ensayar mi discurso durante el trayecto en taxi.
—He leído tu columna —dice él a bocajarro.
—Oh. —De repente, me siento expuesta y vulnerable. No creí que fuera a leerlo. Él nunca lee este tipo
de revistas.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Sus ojos escudriñan los míos con tal intensidad que temo perderme en el
mar azul de su mirada.
Me muerdo el labio con indecisión y rehúyo su mirada unos segundos intentando imbuirme de nuevo de
la valentía de la lectora que me ha escrito. Sin embargo, no es su valentía la que encuentro, sino la mía.
—Porque tenía miedo, Aiden. Esa es la verdad. Tenía miedo de que me rechazaras por no ser una mujer
completa, por no poder ofrecerte eso que tú ansías. Si nos conocimos, si llegamos a conectar, fue
amparados por el mismo deseo de ser padres. Pero yo ya no puedo ayudarte a realizar tu sueño. No quería
que te conformaras conmigo cuando podías ser feliz con cualquier otra.
Su ceño se frunce con gravedad.
—Todo tu discurso es absurdo, Lucy. —Niega con la cabeza—. Para empezar, sí eres una mujer
completa. La capacidad de quedarte embarazada no te convierte en más o menos mujer. Por otra parte, mi
deseo de ser padre no es incompatible con mi deseo de estar contigo. De hecho, tu plan tiene fugas, pues
no voy a conformarme contigo, quiero estar contigo, que es distinto. Por último, hay mucha manera de
convertirnos en padres. La sangre no hace la familia, la hace el amor, el compromiso y las ganas. Y de
amor, compromiso y ganas vamos sobrados.
Sus palabras son un bálsamo para mi corazón herido. Los ojos se me humedecen.
—¿Y Celine? —pregunto de pronto, acordándome de la foto que me ha ensañado Sasha.
Aiden parpadea, confuso.
—¿Qué pasa con ella?
—He visto la foto de vuestro beso, y no te culpo, es decir, no estamos juntos, no te estoy pidiendo
explicaciones, pero...
Aiden coloca un dedo sobre mis labios para hacerme callar.
—Celine es historia. Quiero estar contigo, Lucy. —Coge mi mano y la coloca sobre su pecho—. ¿Es qué
no lo entiendes? Soy tuyo. Solo tuyo.
Un millón de mariposas vuelan dentro de mi estómago haciéndome levitar de felicidad.
—Aiden.
—¿Qué?
—¿A qué esperas para besarme?
Mis palabras le hacen sonreír de medio lado. Acorta la distancia que nos separa, enmarca mi rostro con
sus manos y me besa como si el mundo entero se concentrara en nuestros labios. El ruido de los coches,
de la gente, de los vendedores ambulantes y del barullo de la ciudad desaparecen con este beso. Solo
existimos nosotros dos. La cadencia de nuestras respiraciones. El movimiento de nuestros labios
rozándose. La suavidad de su lengua deslizándose dentro de mi boca para buscar la mía.
La necesidad.
El hambre.
Las ganas.
—¿Nos vamos? —pregunta cuando el beso se vuelve tan exigente que la ropa nos sobra.
Me río contra su boca y asiento, a sabiendas que, ahora, con Aiden, pegar los pedazos rotos de mis
sueños y reconvertirlos será mucho más sencillo.  

No te enamores de un MacKinnonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora