Capítulo 8

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Aquella noche, de pronto el clima se había puesto de lo más extraño. Desde un día caluroso, hasta una noche de nubes grises. Por desgracia, para muchos que iban a la escuela en la mañana, al día siguiente, amaneció de maravilla, sin ningún rastro de nube gris por el cielo. 

Ross se levantó de la cama, ojeándo por la ventana, esperando por lo menos ver un goteo de lluvia, pero nada. Los pájaros cantaban y el sol traspasaba por la cortina que estaba en su habitación. Se desepcionó. 

No tenía ganas de ir a la escuela. No tenía ganas de nada. Nunca tenía ganas de nada. 

Cuando se cambiaba, observó su cama, recordándo que ahí fue donde Brandon y Tina se habían pasado casi toda la tarde entera platicando. Y seguía sin interesarle de qué. A lo mejor era de las cuántas veces Brandon iba al gimnasio a ejercitarse, o a lo mejor de lo cansado que era ser el mariscal de campo. O tal vez de lo maravilloso que era. Y Tina estaba de lo más encantada. 

Chistó. ¿Cómo podía gustarle un hombre así, que solo le importaba lo que él hacía? Sí, cierto. Brandon siempre había sido su mejor amigo, pero a medida que pasaba el tiempo y a medida que él se daba cuenta de lo que podía causar en todas las chicas e incluso en todo el mundo, su ego fue creciéndo y creciéndo. Ya no pasaban las tardes jugando en la consola, o hablando de todo, menos de chicas o problemas con la novia. Antes eran mejores amigos. Se contaban de todo. Ahora eran muy buenos amigos, que sabían cosas del uno del otro, y que hablaban de todo, menos de lo que en verdad importaba. 

Esa vez no pasó por Brandon. Llegó a la escuela en el auto de su mamá y fue directo a su casillero, como siempre hacía. No fue acompañado de nadie, y cuando se dispuso a buscar a su compañía, se encontró a Tina a mitad del trayecto. 

—Hola —la saludó. 

Tina tenía casi toda la cabeza metida en el casillero, por lo que cuando él le habló, se asustó, ya que no esperaba que alguien le hablara en ese momento. Ya no esperaba a que alguien le hablara. Así que por eso se golpeó la cabeza con el metal y éste hizo un sonido doloroso. 

—¿Qué te...? Auh —gimoteó. 

—Lo siento. Qué bueno que te encuentras con muchas energías. 

—¿Energías? —le dijo con un tono de voz algo enojado y se giró a verlo—. Sí, muchas energías. La verdad.

Regresó la vista al interior del casillero y siguió rebuscando quién sabrá qué cosa. 

—¿Qué haces? —le preguntó él.

—Buscando algo. 

—Sí, pero ¿qué? 

—Un broche. El sagrado y bendito broche. Por favor, no me interrumpas. 

Ross puso los ojos en blanco y se recargó en la pared, viajando la mirada por todos los jóvenes que iban y regresaban por el pasillo. No sabía por qué seguía ahí. Pero esperó hasta que ella acabara.

—¡Ajá! —soltó Tina de pronto. Después se volvió a escuchar otro golpe contra el metal—. Auh. 

—Cuidado. 

—¡Lo encontré! —su cabeza se asomó y lo miró con una sonrisa gigante—. ¡Al fin!

—¿Qué es eso? —preguntó mientras veía cómo Tina se ponía un broche en el cabello. Era plateado, en forma de espiral. Era lindo y le quedaba bien. Tina se veía bien sin el flequillo en el rostro... Ross sacudió la cabeza. ¿Qué pensaba? 

—Me lo regaló mi abuela difunta —le respondió feliz—. Un minuto de silencio, por favor... 

Los dos no dijeron más, esperando a que pasara el minuto sin saber cuánto tiempo llevaba en realidad. De todas maneras no servía de nada, ya que seguían escuchando los murmullos de la gente y los golpes de los casillero al cerrarse. Mucho ruido, en realidad. 

Una segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora