Capítulo 22

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No sabía cómo es que podía mantener la calma tan bien. Ahí, sentados en la sala de espera del hospital no sabía cómo es que lo hacía tan bien. Tina, con solo el olor a medicina y los enfermeros pasando tranquilamente, ya se sentía abrumada. Pero él lo hacía tan bien. 

Los padres de Tina, Ross y ella estaban sentados en la sala de espera del hospital más cercano que pudieron encontrar. 

Ross había tenido una llamada que resultó ser de su madre. Los padres de Tina y ella estaban totalmente confundidos cuando Ross salió corriendo de la casa, casi volando. Entonces, cuando lo vieron salir con Gisselle casi arrastrándola, no lo dudaron demasiado y decidieron ayudarlo.

Mark manejaba su auto, con algo de prisa. Martha estaba en el asiento trasero, acompañando a Ross y a Gisselle, tratando de tranquilizar a la última mencionada. Pero ella no paraba de sudar ni de decir que estaba bien. 

—¡Por supuesto que no estás bien! —le había estado espetando casi todo el camino Ross. Tina nunca lo había visto tan ansioso.

Se habían llevado a la madre de Ross a una habitación. Ross insistió en saber en cuál estaba, pero nadie le había respondido. Entonces, irritado y lanzando patadas al aire, se dejó caer en los asientos de la sala de espera, mientras Mark llamaba a Francis. Cuando colgó, dijo apresuradamente:

—Viene en camino. 

Pero nada más. Después de eso, todos guardaron silencio. 

Martha se había sentado al lado de Ross, mientras le daba algunas palmadas en la espalda. Mark seguía se pie, como de guardia. Tina se quedó sentada al lado de su madre. Aún seguía confundida. No sabía lo que estaba pasando exactamente.

Entonces Ross se puso de pie.

—Voy a tomar un poco de aire —avisó. 

—Te acompaño —le dijo Tina, poniéndose también de pie. 

—No hace falta. 

Lo vio marcharse y cruzar las puertas del hospital. Quería ayudarlo, pero también sabía que necesitaba algo de tiempo a solas. Y no es como si ese fuera el mejor momento como para también estar a solas con Ross. No en la situación en la que estaban. 

Ya no eran amigos, prácticamente. 

«Si es que alguna vez lo fuimos», pensó Tina. 

A los pocos minutos, por la puerta entró de nuevo Ross, acompañado de su padre, con los ojos algo más abiertos de lo normal. Los adultos hablaban unos momentos en privado y los más jóvenes solo se sentaron de nuevo a esperar.

—Espero que... todo salga bien —soltó de repente Tina. Quería romper el hielo y dejar que sentirse tan incómoda, pero tal vez ese comentario hizo que se sintiera aún más incómoda de lo que ya estaba. 

—Sí —solo respondió eso Ross.

—Y... ¿Sabes qué es lo que tiene? —«mala idea, Tina». 

—Claro. Un bebé —le volvió a responder, con algo de sarcasmo y frialdad en la voz. 

—Pero ¿qué no nace en unos meses más? —«¿y por qué no te callas, mejor?».

Ross la miró con obviedad. 

—No, Tina. Ese bebé no va a nacer. ¿Y quieres saber por qué, también? —le dijo con irritación en la voz. Tina se estremeció por la mirada de Ross—. Porque ese bebé se va a morir. 

No pudo decir o hacer otra cosa más que quedarse con los ojos pelones y la boca bien abierta. Ross dejó de mirarla, con chispas en los ojos. Y de nuevo, se puso de pie. 

Una segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora